Hoy quiero felicitarles de una manera especial, con un recuerdo de Navidad de nuestra amiga Eva Molina. Muchas felicidades a todos y a vivir la Navidad.
De la Navidad de antaño, lo más, era hacer un pequeño Belén en casa, (tengase en cuenta que yo soy mayor ¡eh!) Salía con mi madre a buscar pitas pequeñitas y trozos de musgo que arrancaba metiendo un cuchillo o algo similar, por otro lado mi madre unos cuantos días antes plantaba alpiste en unas cajitas de madera vacías en las que venía lo que llamaban conserva de membrillo o guayaba (hoy crema de…)¡Era muy bonito vivir aquello! Con mucha sencillez pero…el Bélén era lo primero en casa, aun creo recordar el olor del musgo cuando pasaban los días…
Siempre fuimos poquitos en casa, mis padres y mi hermano y yo, así que no había mucha fiesta, ¡eso si! como dice Esteban, el baifo o el conejo en adobo no se perdonaba, mi madre hacía las truchas, el relleno y el hojaldre de afuera y eso que trabajaba en la finca, no había lavadora ni tantas cosas que tenemos hoy, pero no se porque antes daba tiempo para todo. Recuerdo que hacía la masa para los mantecados y lo que antes llamaban un “queque” y que hoy se llama de otra forma pero viene a ser el mismo pastel.Luego yo lo llevaba a un horno de pan a cocinarlo. Hubo un tiempo en que se elaboraban los licores en las casas (Fue una moda?)¡Qué peligro! Lo cierto es que las recetas licoreras se pasaban de amiga a amiga, ja,ja,ja.
Compraban el alcohol ¿para licor? en las drogerías o farmacias y las esencias preferidas y podías encontrar en las casas los licores caseros más variados, café, anis, fresa, naranja etc, ¡vaya atrevimiento! Pero no oí decir nunca que se murió nadie, jeje.
Hoy creo que la Navidad para muchos es más consumismo que lo que realmente se celebra.
De todos modos yo de estas fechas me quedo con lo que conlleva el revivir el nacimiento de Jesús, sinceramente nunca he sido una persona ni que me guste organizar una de estas fiestas ni me gusta vivirlas. No me importaría que el tiempo diese un salto del 24 de Diciembre al 7 de Enero. Debo parecer patética pero… la vida va marcando unas pautas, unas desilusiones y la familia se dispersa etc, para mi hoy por hoy no le encuentro ningún aliciente a las fiestas. El día de Reyes cuando te has visto con todos y se van te queda una sensación de vacío, de soledad…en fin.
viernes, 24 de diciembre de 2010
domingo, 19 de diciembre de 2010
Hoy volví a Tamaraceite
Nuestro buen amigo Sergio Naranjo volvió a Tamaraceite y a su iglesia tras muchos años y muchas anécdotas y insabores. Por lo que parece el reencuentro con su pasado no fue del todo negativo y pudieron aflorar los momentos buenos que por lo que se lee, sí que los hubo.
Nada más entrar, cientos de ojos se volvieron desde el recuerdo hacia mi persona, mientras una docena larga de otras personas rezaban el rosario. No había tiempo, pero no pudo haber prisa durante un rato.
Mi vida retornó, veinticinco años son muchos, tantos como los que a veces hay quien no viva, o quien haga su vida en tanto tiempo. Pero volví. La sensación de familiaridad era la misma, los bancos iguales, las cristaleras son maravillosas, el presbiterio sigue irradiando majestuosidad. El mural de don Jesús luce ahora algo descolorido porque la luz es mucha; antes, con menos luz brillaba más y los tonos azules se resaltaban mejor.Las imágenes me siguen llamando, me siguen diciendo sus cosas, me siguen preguntando por las mías. El confesionario está donde siempre, aunque el que está no sea aquel que todos mis secretos sabía.
Don Luis seguía mayestático con los brazos en su barriga; don Francisco seguía increpando a la gente lo poco que gana un cura; don Olegario me sigue echando a mí la culpa de que la gente no vaya a misa.
Y un falangista da las órdenes en la plaza; y un coro canta aquellas maravillosas canciones de la Transición; y el pueblo está situado en sus lugares habituales; y aquella vez que le juré amor a una chiquilla ante el altar; y los bautizos y las comuniones y las bodas y el adiós a tanta gente conocida, gente que era mi gente.
Y el Belén, aquella fantástica parada en el recorrido por mis recuerdos.
El Belén que es un trozo de la maravilla que es la promesa del Adviento. Chispeante, gracioso, bien hecho, detallista, expresivo, cándido, despensa de amor generoso que se ofrece, ese es el Belén, con aquellos recuerdos encima, para que nadie olvide a quien está en el olvido de quienes se creen alguien.
Hoy he estado en Tamaraceite. Quise ir de pasada, no tuve tiempo para más. Pero ya es imposible no volver. A aquella plaza, donde mi hermano metió la cabeza entre los balaustres y casi se hubo de llamar a un albañil para sacarlo de allí. Aquella plaza de tantos cuchicheos y gritos, de ratos robados y alegría regalada.
Hoy estuve en casa. Don Bartolo me miró y me sonrió, casi me olvido de él. Hoy volví a Tamaraceite.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Un catarro de noviembre
Por Sergio Naranjo.
Aquel mes de las Ánimas nos lo pasamos casi todos rezando. Unos para que Dios le salvara la vida al Caudillo; otros para que no lo salvara ni Dios; el amigo Juan intentando pasar un catarro sin ir al médico, ahí arriba, en esos lomos de La Milagrosa. El invierno había sido tempranero, algunas vaguadas corrieron, la hierba nació y al llegar noviembre el pizco de sol de las mañanas evaporaba la humedad que por las tardes era relente frío y denso. Juan agarró un catarro de pecho y aquel jalío, aquella tos, que él intentaba curar con ron y miel de abeja, en vano.
Don Aurelio, el médico, en su despacho de Tamaraceite a finales de los 50. |
Una tarde que Frasquita lo tenía hasta la coronilla y el ron hasta el cuello, decidió virar para Tamaraceite, allá que se vio abicando y temiendo que lo llevaran para San Lorenzo. Dejó los animales comidos y lomo abajo jaló para el pueblo, a la consulta de don Aurelio, que como era sabido recetaba siempre un viaje de medicinas. Que si pastillas, que si jarabes, más pastillas, unos sobres, qué sabe uno. Y cuando te veas muy agoniado te pones un supositorio, no más de dos al día.
Sale el hombre de la consulta y cuando pasa por delante del Bar Mesón del Ovejero asoman un par de conocidos que lo invitan, que bien de tiempo jace que no los vemus, vamos a echarlus un pizco, hombre. No tuvo el hombre más remedio que acceder, pero deprisa que se me cierra la noche para llegar a mi casa, malo como estoy, un pizqui-to ná má. Total, cada uno pagó el suyo y la cosa fueron tres pizquitos. Sale el hombre rumbo al Cruce de San Lorenzo y en la farmacia de abajo se compró el viaje de medicinas que le recetó don Aurelio. Por más comodidad, en la bolsa que le dieron echó la cartera y la llave. Se dispuso a salir, casi oscureciendo, a esperar la guagua, cuando pasó un conocido que lo llevó hasta San Lorenzo, pero al llegar lo invitó a echarse un pizco en el bar de unos con dichete que no se nombra. Allí había otro par de conocidos que le siguieron la rumba y como cada cual pagaba el suyo, salió el amigo Juan por la calle de La Paz para arriba con cuatro pizquitos más, y no había llegado al Calvario ya se estaba encomendando a la Virgen Milagrosa si alguien lo arrastrara, que si no allí mismo se quedaba.
Y como la Santa Madre no lo abandonó, al momento pasó otro conocido que lo arrastró hasta la Plaza de La Mila-grosa, y cómo le iba a decir que no cuando lo invitó a echarse un pizco en la tienda de Adrián. Aquella era la única luz de la plaza ya de noche cerrada, y entre unos y otros eran lo menos siete, a pizquito cada cual, cuando el amigo Juan salió de esa plaza era casi media noche.
Se encamina el hombre lomo arriba en medio de aquella relentada, aquel vapor, aquel frío, el oscuro completo, el silencio absoluto, el mareo del ron, que cuando llegó a lo alto de un lomito, frente al de la casa de él, se encontró rindiendo el alma y dando cuenta al Señor. En esto se acordó del consejo de don Aurelio y tiró manos a la bolsa, tan-teando en busca de un supositorio. Se atorró donde le pareció y se lo administró. ¡Oiga, mano de santo, cristiano! Aquello fue entrar y ponerse en marcha, que bajó la ladera, cruzó el barranco y subió por el otro lado hasta la casa en un santiamén.
El problema fue que cuando intentó abrir la puerta no había modo y empezó a soltar pétimas. Frasquita, que bien sabía quién era y por qué del caso, salió y cuando lo vio, le preguntó:
--Pero hombre, ¿abriendo la puerta con un supositorio?
--¡Ay, Virgen Milagrosa bendita! Antonces, ¿qué fue el supositorio que me puse yo?
jueves, 28 de octubre de 2010
Los Finaos
Este fin de semana se celebra en muchos lugares de nuestras islas la Fiesta de Los Finaos, popularmente como se conoce a los difuntos, y palabra que hoy en día está en desuso. Las familias y los amigos se reunían para recordar a sus difuntos, contando anécdotas de los mismos a la vez que se comían castañas, nueces o piñas asadas. Después venían las taifas y las parrandas, culminando así este día de los finaos, eso sí, sin que faltara la misa de los difuntos.
En nuestro distrito, el Ayuntamiento ha organizado este año la Fiesta de Los Finaos, en San Lorenzo, con participación ciudadana ataviada con vestimenta tradicional, al igual que varios grupos musicales. En Tamaraceite también se va a realizar este sábado una fiesta popular a las 8:30 de la noche con asaderos de castañas, ventorrillos y más de una parranda que amenizará la noche. Hay que señalar que esta fiesta, al contrario que la de San Lorenzo, que ha sido financiada por el Ayuntamiento, ha sido organizada por los propios vecinos, por lo que se pide la participación popular.
Antiguamente los chiquillos también participaban en este día de los Finaos, ya que iban de casa en casa, la víspera, el Día de Todos Los Santos, tocando por las casas con unas taleguitas de tela. Cuando les abrían las puertas, los chiquillos preguntaban "hay santos", a lo que habitualmente les respondían afirmativamente, y entonces les ponían en las talegas castañas, almendras, nueces o higos pasados, y algún que otro dulce, sí había. Al final, los chiquillos los compartían con su familia cuando se reunían para la celebración.
Una pena que se pierdan tradiciones como estas.
sábado, 23 de octubre de 2010
¡Qué tiempos aquellos de la tele en blanco y negro!
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¡Qué tiempos aquellos! Hoy me he encontrado por casualidad una canción de "Los Triunfitos" que me ha hecho casi sin querer volver la mirada atrás, cuando la tele unía a la familia no como ahora que se pelean por el mando. Había lo que había y generalmente siempre gustaba. Recuerdos de la tarde de los sábados, en que, sentados enfrente al televisor en blanco y negro de lámparas, esperábamos pacientemente a que comenzaran los dibujos después de la película, que la mayoría de las veces era del oeste americano. A estas series normalmente le acompañaba el bocadillo de jamón con mantequilla o queso y si ese día se podía, generalmente el fin de semana, el vaso de clipper o baya- baya. Los tiempos cambian y la tele también. Las series de antes eran para todos, porque no había otra. Ahora, afortunada o desgraciadamente, podemos elegir entre no sé cuántas cadenas lo que hace que, incluso en la misma casa, cada cual vea lo que quiera o le apetezca pero sin compartirlo con el resto, sin comentarlo y casi sin disfrutarlo. En Tamaraceite los chiquillos nos íbamos a la tienda de Macriver o a la de Santiaguito Ramos para ver en sus escaparates la tele a color, algo que nos parecía extraordinario y si le preguntamos a los chiquillos de hoy piensan que ha existido toda la vida. Cuando llegó la Segunda Cadena allá cuando comenzaba el Mundial de Naranjito, el del 82, cuando los Mundiales tenían mascota, las azoteas de Tamaraceite se llenaban de antenas del segundo canal y Fernando el de la ferretería se hacía el agosto ya que no daba abasto con la demanda. Recuerdo algún chiquillo, que hoy está por la cuarentena, que se dedicaba a montar antenas en La Montañeta a cambio de una propinilla para poder comprar las cámaras de las bicicletas y los parches para cuando pinchaban. La tele ha cambiado y nosotros también. No sabemos si cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que sí que está claro que se compartía más, delante de la tele, sin tanta publicidad y sin estos programas basura que ponen a horas infantiles y que no son aptos ni para mayores de edad en muchos casos. Por esto, hoy he disfrutado de Los Triunfitos, porque me han hecho revivir momentos pasados que ya casi tenía olvidados.
lunes, 18 de octubre de 2010
La luchada
En 1979 yo empecé mi periplo por la Formación Profesional en el Instituto de Arucas, por diversas causas y por haber sido un penco. Más de treinta años más tarde no me arrepiento de ser un humilde electricista. (Ni de haber sido un penco) Durante aquel primer curso 1979-80 tuve el honor y el orgullo de ser conocido allí como “El Tamara-ceite”, aunque dudo mucho que nuestro Pueblo compartiera tales sentimientos.
Mi fama era notable en medio de aquella clase descomunal, cuarenta y tres alumnos en 1º Eléctrico A de FP I, en lo que a cuestiones gimnásticas se refiere. No se ha vuelto a ver chirgueta más malamañado desde esos tiempos. Al menos hasta mediados de los noventa no se tenían noticias de otro que hubiese partido una pértiga en un salto. Ni de nadie que tuviera tanta proporción de caídas fuera del colchón. Si el potro no estaba bien agarrado al suelo, galopaba más que uno de verdad. ¡Oh! Lanzando el disco o la jabalina no paraba ni uno sino detrás de mí. Con eso y con más que daría para un libro y no es el caso, no es de extrañar que cuando me tocaba intervenir a mí se formara primero la expectación general y al final llegara la jarana de costumbre.
Una vez nos llevó el profesor hasta el Terrero Municipal de Arucas, con la loable intención de darnos una clase práctica de Lucha Canaria. Ocupados los asientos en el graderío que tenía aquello, apareció el hombre acompañado por una gigantesca figura a su lado, a quien nos presentó como puntal C del Bañaderos. ¡Jesús por Dios! Si así era un C, un puntal A debería ser lo menos el Coloso de Rodas. Dadas las primeras explicaciones, se pasó a hacer la primera práctica de una de las mañas más populares, la burra. Al momento de pedir un voluntario, ya se puede imaginar quién fue elegido por aclamación popular.
Allá fue este pobre, tan ancho como un pajullo, en medio de un jolgorio que no se veía ni en el Insular, a encararse con aquel luchador equipado con la vestimenta reglamentaria y yo con un chándal negro de raya roja debajo de un pantalón corto rojo, camiseta blanca y playeras de esas azules y blancas, equipado en Casa Marcelita. Al profesor, mal rayo lo partiera, se le escapaba la risa debajo del bigote y se le atragantaba la explicación. El luchador no movió un músculo de la cara ni sus ojos de la mía.
Con gritos de ánimo, sinceros y conmovedores, me animaba mi afición: “¡Ay, Tamaraceite! ¡Muérdele una oreja! ¡Sóplale le sobaco! ¡Písale los ñoños! …” Al momento de fajarme con aquel Goliat y dar los tres piques, se formó una escandalera tan grande que hasta el Cristo Negro se despertó. Pero allí no había David que sirviera, y en un tris tras tuve una panorámica al derecho y al revés de mi linda Vega de Arucas, de conjunto tropical, alfombra de plataneras y todo. Molido como un zurrón, escupiendo arena hasta por las orejas, arrullado por las carcajadas, este pobre gladiador fracasado se levantó como pudo cuando pudo jallarse.
Autor: Sergio Naranjo
Mi fama era notable en medio de aquella clase descomunal, cuarenta y tres alumnos en 1º Eléctrico A de FP I, en lo que a cuestiones gimnásticas se refiere. No se ha vuelto a ver chirgueta más malamañado desde esos tiempos. Al menos hasta mediados de los noventa no se tenían noticias de otro que hubiese partido una pértiga en un salto. Ni de nadie que tuviera tanta proporción de caídas fuera del colchón. Si el potro no estaba bien agarrado al suelo, galopaba más que uno de verdad. ¡Oh! Lanzando el disco o la jabalina no paraba ni uno sino detrás de mí. Con eso y con más que daría para un libro y no es el caso, no es de extrañar que cuando me tocaba intervenir a mí se formara primero la expectación general y al final llegara la jarana de costumbre.
Una vez nos llevó el profesor hasta el Terrero Municipal de Arucas, con la loable intención de darnos una clase práctica de Lucha Canaria. Ocupados los asientos en el graderío que tenía aquello, apareció el hombre acompañado por una gigantesca figura a su lado, a quien nos presentó como puntal C del Bañaderos. ¡Jesús por Dios! Si así era un C, un puntal A debería ser lo menos el Coloso de Rodas. Dadas las primeras explicaciones, se pasó a hacer la primera práctica de una de las mañas más populares, la burra. Al momento de pedir un voluntario, ya se puede imaginar quién fue elegido por aclamación popular.
Allá fue este pobre, tan ancho como un pajullo, en medio de un jolgorio que no se veía ni en el Insular, a encararse con aquel luchador equipado con la vestimenta reglamentaria y yo con un chándal negro de raya roja debajo de un pantalón corto rojo, camiseta blanca y playeras de esas azules y blancas, equipado en Casa Marcelita. Al profesor, mal rayo lo partiera, se le escapaba la risa debajo del bigote y se le atragantaba la explicación. El luchador no movió un músculo de la cara ni sus ojos de la mía.
Con gritos de ánimo, sinceros y conmovedores, me animaba mi afición: “¡Ay, Tamaraceite! ¡Muérdele una oreja! ¡Sóplale le sobaco! ¡Písale los ñoños! …” Al momento de fajarme con aquel Goliat y dar los tres piques, se formó una escandalera tan grande que hasta el Cristo Negro se despertó. Pero allí no había David que sirviera, y en un tris tras tuve una panorámica al derecho y al revés de mi linda Vega de Arucas, de conjunto tropical, alfombra de plataneras y todo. Molido como un zurrón, escupiendo arena hasta por las orejas, arrullado por las carcajadas, este pobre gladiador fracasado se levantó como pudo cuando pudo jallarse.
Y mientras encontraba el tino y la cosa se fue calmando, dice el profesor que íbamos a hacer una pardelera. Cuando me explicaron lo que era eso, salí de la arena como un volador: “¡Una pardelera, no…! ¡Un palomar, te voy a dar yo a ti!”
Autor: Sergio Naranjo
jueves, 9 de septiembre de 2010
Bromas que carga el diablo.
Nuestro buen amigo Sergio Naranjo nos envía otro de sus relatos de la infancia. Les advierto que no es apto para cardiacos por lo "espeluznante" de la historia. Lean, lean.
En la plaza de La Milagrosa llegó a haber hasta tres tiendas, de las que quien suscribe acertó a ver dos. Al parecer, un tío de mi abuela Emilia fue el primero que puso una, donde después se hizo la primera escuela del lugar. Frente justo a la iglesia hubo otra, de donde arranca este relato, y a la otra banda una tercera, que cambió de manos en los años cincuenta y que hasta que se fue a Tamaraceite a poner su almacén, perteneció a Santos Martel, miren si somos o no paisanos los de un lado y otro, que quién no conoció el negocio de Santos y no conoce ahora el que rigen sus sucesores.
Yo era chico una tarde casi anochecida brumosa de septiembre cuando nos teníamos que ir al Masapez, a casa de mi abuela y nos hicieron el cuento. El espanto con que después bajé la cuesta no me dejó dormir noches enteras, aquellas noches de luz de candiles, velas y quinqués; rezos de Santo Rosario y ruidos de perros y lechuzas. Y fue la cosa que había unos hombres conversando en aquella tienda, unos tiempos antes, cuando la tenía el padre de Josefita, que fue a quien yo conocí como dueña. Después de pasar un rato se despidieron y uno le preguntó al que se iba solo si no tenía miedo con aquel oscuro, a lo que aquel, a pesar de ser hombre reconocidamente religioso, respondió fanfarrón que todavía no eran las doce de la noche, y siendo día de San Miguel, el diablo estaba suelto y le daba compaña.
Saliendo de la plaza se subía una cuesta muy empinada unos metros antes de llanear, noche oscura con alguna clara que las nubes dejaban pasar a la luna llena. El camino estaba forrado de matorral bajo, pitas y algún acebuche, por encima de donde le pareció al hombre que venía otro siguiéndolo apenas empezó el llano. Esto le sorprendió, porque mientras él iba por el firme, el otro parecía ir en medio del forraje. Unos metros más adelante, cuando se angostaba el camino entre tanta maleza, el misterioso individuo se le aproximó, y empezó a caminar en paralelo.
Angustiado, caminaron unos metros juntos, casi forcejeando la silueta con él. El hombre, primero, le invitó a que pasara, nervioso, aunque lo que más le escamaba era que andaba fuera del camino. Pero la sombra no le contestó. Más bien, intentó arrimarse aún más.
Empezó el hombre a asustarse, no sabiendo qué podía ser aquello. Un rato más adelante, cuando ya viraba la vereda para El Corcovado, lo miró en la negrura de la noche, a ver quién pudiera ser, pero no le veía sino una silueta y un sombrero, sin faz apreciable.
Visto que aquello ya se pasaba de rosca, se detuvo. El otro también, en silencio. Entonces le dijo otra vez que siguiera su camino y que no le estorbara más. Pero el otro no replicaba. Entonces sacó una fosfarera, de aquellas de gasolina, la prendió e hizo luz, a ver quién era, y se aterrorizó: aquello no tenía cara. En el extremo del horror, echó mano de una medalla bendecida que siempre llevaba con él y la besó. De pronto aquella sombra se desvaneció barranquera abajo, y aquel hombre sufrió un repelús al lado del caidero donde aconteció el hecho, de lo cual tardó mucho en reponerse.
Seguramente, el ron de cacharro que se bebió antes de salir daba y sobraba para visiones como aquella. Pero servidor no dice nunca, por borracho que estuviera, que el diablo le acompañe.
martes, 7 de septiembre de 2010
Nos vamos pa´ Teror
Las Fiestas del Pino ya no son lo que eran, eso está claro, pero echar una mirada atrás no significa anclarnos en el pasado. Obviamente las agujas del reloj no pueden caminar hacia atrás porque, primero que no haríamos ni la mitad de las cosas que hacían nuestros antepasados en estas fechas tan importantes, y además porque muchas serían irrealizables e impensables. Impensables como esas caravanas de burros que salían al alba desde la capital y, si todo iba bien, sin ningún contratiempo, después de cuatro horas podía estar subiendo la Fuente Agria. En Tamaraceite era habitual hacer una paradita en los bares de la Carretera para refrescarse los peregrinos y poder seguir la ruta hasta la Villa Mariana. Tamaraceite siempre fue un pueblo acogedor con el peregrino y desde nuestro pueblo se organizaban romerías para ir juntos hasta Teror. Nuestro afamado artista Jesús Arencibia preparaba a las mujeres sus vestimentas para que Tamaraceite fuera con sus mejores galas a llevarle los presentes que por estas tierras se cultivaban y que luego se repartía entre los pobres. Esta fotografía está sacada a la altura del Toscón.
martes, 24 de agosto de 2010
La tienda de Carmelita "García"
En La Montañeta, años ha, no solo había tiendas de aceite y vinagre como la de Periquito Acosta, Prudencito o Isabelita la Barbera, sino que también había una tienda de ropa y artículos de regalo en la que, a pesar de sus reducidas dimensiones, se podía encontrar un vestido de la última moda, zapatos y hasta muebles. Carmelita "García" como se le conocía y se conoce a su dueña, por el apellido de su madre, Mariquita García la partera, era una comerciante que nunca se enriqueció con su negocio porque trataba de ayudar a los más desfavorecidos que hasta su tienda acudían a pedir la ropa del colegio, bragas o calzoncillos y hasta un sillón o un televisor porque el suyo ya estaba para el "desguase". Ella fue intermediaria entre las grandes tiendas de Triana de la época y algunas de las cuales todavía sobreviven como Arencibia, a donde los vecinos de Tamaraceite acudían con la autorización de ella para que comprasen "fiao" y poder ir pagándoselo poco a poco. Mucho fue el dinero que Carmelita tenía en la calle y mucho fue el que no volvió, porque la gente no tenía o, algunos, los menos, se hacían los "longuis" y dejaban de pagar. La tienda de Carmelita es recordada por muchos. Les dejo con una imágen de la época.
sábado, 14 de agosto de 2010
La cometa
Sergio Naranjo es un habitual de este blog y con sus recuerdos hace transportarnos a tiempos pasados que quizás, no fueron mejores que estos, pero sí igual de duros. Ilusiones de un niño de la época que trataba de construir con esfuerzo su artilugio volador que llamábamos cometa y poder echarla al viento, de papel de seda de colores y pequeñas tiras de madera que sólo aguantaba una "echada", como la de Sergio.
El día del Pino de 1973 fue el último de aquellos años en los que mi padre me llevaba a Teror caminando para la Fiesta por las mañanas y regresábamos pasado el ardiente mediodía, en medio de aquel paisaje que el cambio climático del año siguiente se llevó por delante. En el fondo de un barranco fue cuando mi padre me avisó de una cometa en lo alto del cielo, bellísima.
Resaltaba contra el cielo azul lechoso de aquel mediodía de septiembre su gama de colores que iban del rojo más intenso al verde más delicado, pasando por todos los amarillos. Era tal el garbo con que alguien la manejaba que parecía estar pegada al firmamento, sólo un leve movimiento se apreciaba en la grácil cola, larga y jalonada de pequeños trozos de papel graciosamente escogidos.
Fue tal la impresión que nada más llegar me puse a la tarea, que duró unos quince días en hacerse. El lugar escogido para el estreno fue la ladera que hay por debajo del Llanillo, hacia Lomo del Medio, terreno yermo de pastizales agotados por el verano en espera de las lluvias que reverdecieran el ambiente y los habituales rebaños de ovejas que aprovechaban el lugar. Tierra caliza, piconera, de pequeños guijarros apenas salpicados por matas de cerrillos secos y algunas gamonas. Hoy todo aquello se conoce como Área Recreativa San José del Álamo, está lleno de árboles, barbacoas y borrachos.
Fui en compañía de los habituales chiquillos de mi edad, que bajo la convincente promesa de una trompada se resignaron a verme ser el primero en echar la cometa, mientras ellos aguardaban su turno, a pesar de que alguno llegó a poner más material que yo para hacerla. Salí corriendo, jalando por aquella animalada que pesaba creo más que yo, tratando de poner en práctica nuestros rudimentos aeronáuticos, hasta que por fin, medio kilómetro más abajo, aquella monstruosidad se chocó con una corriente de aire en contra y se estampó contra el cielo.
Me pasó como al pintor que se agarra de la brocha cuando se cae del andamio, y no sé por qué me resultó imposible soltar el hilo carreto con el que sujetaba la cometa. De pronto me vi que los pies apenas rozaban el suelo con la punta y algunos pasos fueron en vacío, por unos momentos ingrávidos, hasta que lo mal que habíamos hecho el invento quebró, se oyó un chasquido y en esto la gravedad asomó de repente y yo me pegué un zarpazo que las ovejas de Remigio estuvieron mucho tiempo celebrando.
Adiós, gama de colores verde oscuro y marrón de un saco de papel de piensos Biona; cola larga jalonada de tablillas procedentes unas cajas de conserva de aquellas de Conchita Cuban Guayaba Paste; pérfidas cañas que no soportaron el empuje del viento; y adiós piloto de mala muerte, que aparte de las risas inmisericordes de los otros chiquillos, al menos tuve los reflejos de evitar que después del talegazo me cayera la maldita cometa encima.
viernes, 23 de julio de 2010
El cambullonero
Nuestro buen amigo Sergio Naranjo, de San José del Álamo, nos deja con otro de sus relatos donde cómo no, Tamaraceite siempre aparece dejando su huella. Muchas gracias Sergio y a seguir enviándonos cosas lindas como éstas. También les dejo con un vídeo entrevista de uno de estos hombres que son historia.
En aquellos años del horror de la posguerra, donde el trueque era la manera de intercambiar efectos y alimentos, cada uno de los cambulloneros llenaba sus mulas con todo lo que podía arramblar en el Muelle y salía por estos campos a cambiar abalorios, perendengues, telas, algún perfume, productos de limpieza… por alimentos tales como leche, gofio, miel, queso, hierbas y cualquier cosa que del campo se pudiera llevar a Las Palmas y la Guardia Civil no lo requisara, bien adobado con una tunda de esas leches que nadie quiere.Cada uno de los cambulloneros conocía a alguien con quien hacía sus tratos y se tenían repartido el territorio. El negocio había de hacerse antes de las cinco de la mañana, porque a esas horas, el campesino se iba a su trabajo en las fincas, que en nuestras zonas eran todas aquellas comprendidas entre San Lorenzo y Tamaraceite. Nombres de aquéllas serían las de Don Diego, Mascuervo, Los Molina, Casa de Pico y tantas más donde se vieron cacicadas, injusticias, amoríos, peleas y tantos frutos del convivir la jornada entera.A esa hora, pues, tenía lugar el intercambio, entre el hombre que se las daba de listo, siempre dispuesto a engañar, y el que lo estaba viendo venir de lejos y lo paraba cuando quería. De manera que el cambullonero aparejaba sus bestias, normalmente de dos a cuatro mulas, y salía con ellas cargadas por esas lomas arriba, rayando la noche para poder estar de amanecida en El Pinar de Ojeda, Los Caideros, Los Roquetes, El Acebuchal, El Masapez, Las Labradoras y todos esos alrededores. Siempre un camino distinto, siempre un sitio que la Guardia Civil no les interceptara, solían aparecer en San Lorenzo bien desde Tamaraceite, bien desde El Sardo, para enfilar la entonces apenas dibujada carretera de La Milagrosa, por todo el lomo arriba. Ha ido siempre esa carretera escalonando pronunciadas subidas con allanados tramos, ya desde El Plan de las Rosas, El Pintor… hasta que se llega a la Fuente del Grillo y se acaba otro tremendo cacho empinado y se divisa la llanura del Mainés. Quedaba casi una hora de camino, serían las tres y media de aquella mañana de luna clara, cuando el cambullonero iba soltando imprecaciones y sogazos a partes iguales a aquellas tres bestias, tercas como mulas que eran, y que se negaban a caminar. Si no se avanzaba, no se podía el hombre poner en su destino a tiempo y no habría negocio.Tenía el párroco de esos entonces, Don Santiago Pérez Olivares, la costumbre de salir a cantar los maitines. Hombre de poca estatura, pero ancho de complexión, pelo blanco, sotana al viento, cantaba en latín audible de lejos. Día de difuntos de casi 1950, pues al poco mi madre dice que se echó novio, ni una luz en todo aquello, asoma Don Santiago a la loma mientras abajo se faja ese cambullonero con sus bestias y lo mira despavorido, la mismísima estampa de un ánima en pena, cantando músicas del purgatorio, monta ese hombre en una de las mulas, vira para abajo, les suelta una tunda de leña a los bichos, que allí se partió a correr y no pararon hasta el molino de Tamaraceite.En medio de risas y bromas de a kilo la más ligera, le explicaron al pobre diablo lo sucedido. Y cuando a los dos días volvió a pasar se encontró al cura, parado éste bajo un mato que había en Las Camellas, ya llegando a La Milagrosa. Visto que el aire no entraba en el cuerpo de aquel desgraciado, y sabiendo que le estaba, además, haciendo un favor, Don Santiago le dijo que pasara tranquilo y siguiera su camino en paz. Pues sabemos que si el cura hubiera querido, el negocio y la vida se le habrían arruinado al trapichero con un simple aviso a la Guardia Civil. Pero Don Santiago fue siempre, en esencia, un hombre bueno, vivió y dejó vivir. Incluso cuando al pasar, no salían de la garganta del otro más que una especie de relinchos, y de la mula unas gotas que el animalito no había dejado caer.
sábado, 26 de junio de 2010
Un recuerdo de verano
Ahora que llega el veranito nuestro amigo Sergio nos envía otro de sus recuerdos, a disfrutarlo.
Durante muchos años de mi vida, “verano” era sinónimo de Las Canteras, de cualquier punto de su litoral o de sus calles adyacentes, de día o de noche. En el verano de 1983, estrenando mayoría de edad, tenía un ni contigo ni sin ti con una chiquilla de Las Torres, tarde de agosto, apenas las cuatro, calor de infierno abierto, delante del “House Ming” tirado con unos amigos. Una prima suya me vio y se lanzó en picado. ¿Sabes que lleva esta semana trabajando de cajera en el Cruz Mayor de la calle Barcelona? Si quieres te acercas y aclaras lo de la Wilson del domingo.Allí lo dejó y se fue, la puñetera, mientras yo salí, ¡descalzo! y en bañador (un “speedo” celeste claro) a toda mecha, más caliente mi sangre que el asfalto, y me presenté hecho una fiera en el supermercado. A ella le dio un soponcio y sus compañeras le tuvieron que administrar unas sales. A mí me un securita me intentó administrar una porra de casi medio metro, pero yo era un cachorro de cuidado y cabreado como el macho de Antonio Guerra. Lo que pretendió ser una discusión acabó hecho la marimorena, y cuando alguien habló de llamar a la pasma (eran marrones para lo que fuera) me evaporé de allí. Naturalmente, mi Dulcinea volvió en ella, pero conmigo no volvió más nunca.Ayer, mientras hacía tiempo para entrar en la consulta de Robaina, paseaba por aquella zona, cuarentón, canoso y barrigúo, bien vestido y dolorido de los cuadriles, cuando un muchachillo pasó muy ligero de ropa y enseñando los calzoncillos. Mi bujé*, presa de la ira, despotricó contra la falta de respeto del pibe, mientras a mí me vino este episodio a la cabeza. Volví a mirar aquellas calles, y tras un suspiro que nadie oyó, sonreí… *(Nota: El término “bujé” es patrimonio de mi muy admirado Suso Morgan, dibujante de Canarias7.)
Fotografía: FEDAC
lunes, 14 de junio de 2010
Sonidos de nuestro pasado: La Orquesta Tropical.
Les dejo con la entrevista que realicé hace unos años ya a algunos miembros de la Orquesta Tropical, aquella que tantas alegrías diera a nuestros mayores y con la que muchos se enamoraron. ¡Qué recuerdos!
miércoles, 9 de junio de 2010
El confesionario
Nuestro amigo Sergio Naranjo nos deja con otro de sus relatos. A disfrutar que éste sí que tiene tela.
Lo que se llama ahora pomposamente leyendas urbanas es algo que ha existido siempre, antes conocido como “dichos de la gente”. A ver a quién no le dijeron alguna vez que no caminara para atrás, que la Virgen llora y el diablo se ríe. O que no contara estrellas, que le salían verrugas.
Incluso se decía que el crepúsculo era el sol de las Ánimas del Purgatorio. Dichos ha habido
siempre. Con el tiempo, íbamos creciendo y los dichos se iban haciendo para las chiquillas aparte de nosotros. Ellas tenían todo un compendio de frases, asertos y refranes que se dirigían al objetivo fundamental en sus vidas: Ser buenas madres y castas esposas. En vista de que según se llegara a octavo, y eso si se llegaba, había que quedarse en casa a esperar novio, lo único que se podía entender por cultura era todo aquel conjunto de obligaciones, muchas veces humillantes, hasta que fue, justo justo mi generación la que empezó a romper el molde y a meterse en el instituto, poco a poco. A mí, que siempre he sido tan contestón y tan rarito como yo solo – dice mi madre y eso no se discute – lo que me llamaba la atención era que los dichos de las mujeres no eran pecado ni cosa que enfermara a nadie. Pero los de los chiquillos acababan derechitos al confesionario casi todos.
Recuerdo de forma especial uno que se nos recordaba siempre: Que determinadas cosas que se empezaban a hacer a partir de los primeros pelillos en la barba te producían idiotez, retraso mental y en los casos más extremos hasta sarna. Uno, que se sentía tan feliz con aquellas cosas, no tenía más remedio que ir, al menos una vez al año, si se intuía en peligro de muerte o debía comulgar, a decir aquellas cosas al confesor, quien imponía unas penitencias más propias de un asesino o ladrón.
¡Ay, aquel confesionario de Tamaraceite, cuántas cosas mías sabe! Hace veinticinco años que no entro en aquella iglesia, cosa que habrá que arreglar, pero era a la mano derecha y atrás donde yo, arrodillado y cabizbajo declaré la lista de mis pecados. Y en vista de que no le pareció completa, Don Luis me fue animando, me fue animando, hasta que yo le solté el hecho, primero, y después, tanto insistió, las veces. Según confesé aquella cifra, que además estaba muy rebajada, se levantóaquel hombre, a grito pelado que se oía en la Casa de Pico, y dijo: “¡Hijo, a ti no te hace falta el perdón de Dios, lo que tú necesitas es una vacuna!
Incluso se decía que el crepúsculo era el sol de las Ánimas del Purgatorio. Dichos ha habido
siempre. Con el tiempo, íbamos creciendo y los dichos se iban haciendo para las chiquillas aparte de nosotros. Ellas tenían todo un compendio de frases, asertos y refranes que se dirigían al objetivo fundamental en sus vidas: Ser buenas madres y castas esposas. En vista de que según se llegara a octavo, y eso si se llegaba, había que quedarse en casa a esperar novio, lo único que se podía entender por cultura era todo aquel conjunto de obligaciones, muchas veces humillantes, hasta que fue, justo justo mi generación la que empezó a romper el molde y a meterse en el instituto, poco a poco. A mí, que siempre he sido tan contestón y tan rarito como yo solo – dice mi madre y eso no se discute – lo que me llamaba la atención era que los dichos de las mujeres no eran pecado ni cosa que enfermara a nadie. Pero los de los chiquillos acababan derechitos al confesionario casi todos.
Recuerdo de forma especial uno que se nos recordaba siempre: Que determinadas cosas que se empezaban a hacer a partir de los primeros pelillos en la barba te producían idiotez, retraso mental y en los casos más extremos hasta sarna. Uno, que se sentía tan feliz con aquellas cosas, no tenía más remedio que ir, al menos una vez al año, si se intuía en peligro de muerte o debía comulgar, a decir aquellas cosas al confesor, quien imponía unas penitencias más propias de un asesino o ladrón.
¡Ay, aquel confesionario de Tamaraceite, cuántas cosas mías sabe! Hace veinticinco años que no entro en aquella iglesia, cosa que habrá que arreglar, pero era a la mano derecha y atrás donde yo, arrodillado y cabizbajo declaré la lista de mis pecados. Y en vista de que no le pareció completa, Don Luis me fue animando, me fue animando, hasta que yo le solté el hecho, primero, y después, tanto insistió, las veces. Según confesé aquella cifra, que además estaba muy rebajada, se levantóaquel hombre, a grito pelado que se oía en la Casa de Pico, y dijo: “¡Hijo, a ti no te hace falta el perdón de Dios, lo que tú necesitas es una vacuna!
sábado, 29 de mayo de 2010
Caminata a Teror
Estamos en el mes de mayo, mes de María, mes de peregrinación a ver a la Vírgen del Pino. Tamaraceite es lugar de paso para los peregrinos que van a la Villa Mariana. Nuestro amigo Sergio Naranjo nos deja con un relato sobre la caminata a Teror. Muchas gracias sergio por tu gentileza y esperamos que lo disfruten.
A las siete y media me bajo de la guagua en Piletas, en el paso de peatones frente al Ciudad del
Campo, el colegio que se estrenó justo cuando yo acabé en el Adán. Y me encamino hacia Teror, a probarme, a ver qué pasa. Hace un frío cortante, algo de viento del norte, el cielo está nublado, y aunque no es mucha, la caravana llega a Mercadona, aunque a nosotros nos paró cerca del campo defútbol. Recuerdos de caminatas y de otros paisajes, de prisas y excitaciones, de noticias que dar, de amarguras, de nervios por el camino, en aquel ahora desolado panorama, vacío de vida, destrozado,acabado, en nombre de un progreso mal enfocado que nos dejó esta presentación lacerante. Ni un pájaro, sólo el sonido de los coches que suben y bajan, alternando o sobreponiendo su ruido infernal. Caminar es temerario entre tanta prisa, tanta grosería y tanto egoísmo como hemos llegado a tener con nuestros avances sociales. Qué resultado. A eso de las ocho voy por El Toscón Alto y me suena el móvil, que me recuerda que aquellos tiempos en que me calzaba y me iba donde quisiera ya han pasado y están más cerca los otros en que me calzarán para ir donde no quiera. Oigo los primeros cantos de algunos pajarillos que endulzan el ambiente arrasado, y gallos, varios. Perros de todos los ladridos. A medida que avanzo y se acaba la cuesta se me muestra la vegetación, aquella que cuando yo era chico llegaba a la marea y ahora tímidamente se asoma a partir del Fielato, flora de tabaibas y retamas, de alguna palmera, de pitas y tuneras, de cerrillos y aquellos eucaliptos, que puestos allí con las mejores intenciones, llevan un siglo contribuyendo a desecar el suelo. Bajo el Risco Jiménez entro en el municipio de Teror, recuerdos de niñez sentado al borde, los pies colgando en el vacío donde volaba el cuervo, donde nidificaba la paloma rabiche; el admirado halcón que a veces llegaba y mataba una de ellas con su vuelo de misil animal; el admirado cernícalo vigilando... Muy poco queda ya, salvo la cruz que recuerda el último viaje de mi amigo, amarga decisión que le respeto y me hiere de nuevo cuando la miro. Cuántas no han sido las veces que he pensado en acompañarte desde esa parada, si la vida se hiciera siempre dolor. Las curvas de la Hoya fría, recuerdos del coche di hora que en otro lado contaré, de aquellos piratas y aquellas caminatas, vuelvo a usar el móvil, para tranquilizar a quienes no han de inquietarse, aquellos a quienes debo la vida y ahora ven pasar la vida unas laderas más allá. Y al asomar de las cañadas me azota un viento frío y cortante, mi palo de acebuche, trabajado por mi padre, que guardo como tesoro, que yo no sabré enderezar, sabiduría que él se llevará algún día. Veo desde el camino que el sol llega a la Vuelta de los Alambres, pero en cuanto llego allí, se ha retirado hasta Los Llanos, prolongando el frío que me acompaña en el cuerpo y en el alma, mirando aquel despropósito, uno de tres, que destroza lo que nos va quedando, en nombre de la velocidad, de larapidez, del silencio y el egoísmo, aquella monumental obra que ha descolocado para siempre la antesala del paraíso que fue el barranco de Guanchía. Resisten pájaros, que con sus cantos me van acompañando, varios capirotes, que me emocionan por su número, yo creía muy exiguos; linaceros que se adueñan de la vegetación, ahora de matorral que va aumentando, de codesos, de retamas, de escobones. Un canario del monte suena cuando llego al final de la cuesta y me recuerda quién es el dueño de la tierra; mirlos que ya se hacen oír en el medio del monte. Son las once de la mañana y ya he llegado a la Plaza Teresa de Bolívar. No he querido parar en la Fuente, mis piernas se habrían negado a continuar el viaje. He disfrutado del paso por el Puente del Molino, a pesar de lo coches; he sufrido los rigores de aquella última subida, pero he llegado otra vez a la Plaza.
Se me asoma la iglesia con su Torre Amarilla, imagen ahora de trasiego, de encuentro, de luz, vencida ya la sombra de las nubes, aquí el aire es fresco y no hace frío. Y encaro a la Virgen del Pino, para unos madre, para otros icono, para todos símbolo de Gran Canaria y de sus gentes, paradero y salida de tantas cosas en la vida. Según me cuentan los peores augures, Pinillo, puede que esta sea la última vez que te venga a ver paseando y por mi cuenta, tú allá arriba y yo aquí, contemplando esa estampa que tantos de los míos vieron alguna vez, con la esperanza, a la que yo ahora me aferro, de que el tiempo se dilate y no se me haga corto; o de que por lo menos, la cosa quede en una merma de mi voluntad y movimiento, si se me puede quitar de arriba a este pasajero indeseable que ahora me acompaña, me corroe y me consume en medio del más espantoso dolor que alguna vez imaginar pude. A lo mejor haces un trato conmigo, como dicen otros que puede pasar, y hacemos un ten con ten entre el dolor, las piernas y la suerte y no sale todo muy mal. Y pueda seguirte mirando, como ahora, aunque tenga que ser cuando otro quiera que nos podamos ver.
Campo, el colegio que se estrenó justo cuando yo acabé en el Adán. Y me encamino hacia Teror, a probarme, a ver qué pasa. Hace un frío cortante, algo de viento del norte, el cielo está nublado, y aunque no es mucha, la caravana llega a Mercadona, aunque a nosotros nos paró cerca del campo defútbol. Recuerdos de caminatas y de otros paisajes, de prisas y excitaciones, de noticias que dar, de amarguras, de nervios por el camino, en aquel ahora desolado panorama, vacío de vida, destrozado,acabado, en nombre de un progreso mal enfocado que nos dejó esta presentación lacerante. Ni un pájaro, sólo el sonido de los coches que suben y bajan, alternando o sobreponiendo su ruido infernal. Caminar es temerario entre tanta prisa, tanta grosería y tanto egoísmo como hemos llegado a tener con nuestros avances sociales. Qué resultado. A eso de las ocho voy por El Toscón Alto y me suena el móvil, que me recuerda que aquellos tiempos en que me calzaba y me iba donde quisiera ya han pasado y están más cerca los otros en que me calzarán para ir donde no quiera. Oigo los primeros cantos de algunos pajarillos que endulzan el ambiente arrasado, y gallos, varios. Perros de todos los ladridos. A medida que avanzo y se acaba la cuesta se me muestra la vegetación, aquella que cuando yo era chico llegaba a la marea y ahora tímidamente se asoma a partir del Fielato, flora de tabaibas y retamas, de alguna palmera, de pitas y tuneras, de cerrillos y aquellos eucaliptos, que puestos allí con las mejores intenciones, llevan un siglo contribuyendo a desecar el suelo. Bajo el Risco Jiménez entro en el municipio de Teror, recuerdos de niñez sentado al borde, los pies colgando en el vacío donde volaba el cuervo, donde nidificaba la paloma rabiche; el admirado halcón que a veces llegaba y mataba una de ellas con su vuelo de misil animal; el admirado cernícalo vigilando... Muy poco queda ya, salvo la cruz que recuerda el último viaje de mi amigo, amarga decisión que le respeto y me hiere de nuevo cuando la miro. Cuántas no han sido las veces que he pensado en acompañarte desde esa parada, si la vida se hiciera siempre dolor. Las curvas de la Hoya fría, recuerdos del coche di hora que en otro lado contaré, de aquellos piratas y aquellas caminatas, vuelvo a usar el móvil, para tranquilizar a quienes no han de inquietarse, aquellos a quienes debo la vida y ahora ven pasar la vida unas laderas más allá. Y al asomar de las cañadas me azota un viento frío y cortante, mi palo de acebuche, trabajado por mi padre, que guardo como tesoro, que yo no sabré enderezar, sabiduría que él se llevará algún día. Veo desde el camino que el sol llega a la Vuelta de los Alambres, pero en cuanto llego allí, se ha retirado hasta Los Llanos, prolongando el frío que me acompaña en el cuerpo y en el alma, mirando aquel despropósito, uno de tres, que destroza lo que nos va quedando, en nombre de la velocidad, de larapidez, del silencio y el egoísmo, aquella monumental obra que ha descolocado para siempre la antesala del paraíso que fue el barranco de Guanchía. Resisten pájaros, que con sus cantos me van acompañando, varios capirotes, que me emocionan por su número, yo creía muy exiguos; linaceros que se adueñan de la vegetación, ahora de matorral que va aumentando, de codesos, de retamas, de escobones. Un canario del monte suena cuando llego al final de la cuesta y me recuerda quién es el dueño de la tierra; mirlos que ya se hacen oír en el medio del monte. Son las once de la mañana y ya he llegado a la Plaza Teresa de Bolívar. No he querido parar en la Fuente, mis piernas se habrían negado a continuar el viaje. He disfrutado del paso por el Puente del Molino, a pesar de lo coches; he sufrido los rigores de aquella última subida, pero he llegado otra vez a la Plaza.
Se me asoma la iglesia con su Torre Amarilla, imagen ahora de trasiego, de encuentro, de luz, vencida ya la sombra de las nubes, aquí el aire es fresco y no hace frío. Y encaro a la Virgen del Pino, para unos madre, para otros icono, para todos símbolo de Gran Canaria y de sus gentes, paradero y salida de tantas cosas en la vida. Según me cuentan los peores augures, Pinillo, puede que esta sea la última vez que te venga a ver paseando y por mi cuenta, tú allá arriba y yo aquí, contemplando esa estampa que tantos de los míos vieron alguna vez, con la esperanza, a la que yo ahora me aferro, de que el tiempo se dilate y no se me haga corto; o de que por lo menos, la cosa quede en una merma de mi voluntad y movimiento, si se me puede quitar de arriba a este pasajero indeseable que ahora me acompaña, me corroe y me consume en medio del más espantoso dolor que alguna vez imaginar pude. A lo mejor haces un trato conmigo, como dicen otros que puede pasar, y hacemos un ten con ten entre el dolor, las piernas y la suerte y no sale todo muy mal. Y pueda seguirte mirando, como ahora, aunque tenga que ser cuando otro quiera que nos podamos ver.
domingo, 23 de mayo de 2010
Los túneles secretos de Franco y Hitler en el Barranco de Tamaraceite
Javier Durán, redactor jefe de La Provincia y natural del barrio de Jacomar en Tamaraceite, ha realizado un artículo sobre el Cuartel Manuel Lois en el Barranco de Tamaraceite que no deja de tener su cosa.
Los estrategas militares de la larga posguerra española acometieron a partir de los años cuarenta la obra subterránea más ambiciosa que se conoce del sistema defensivo de Canarias. Bajo las laderas que rodean el cauce del barranco de Tamaraceite en su camino hacia el Auditorio horadaron un laberinto de túneles que alcanza una superficie de 7.304 metros cuadrados. A partir del año 2006 comenzó el proceso de desmilitarización de los 168.500 metros cuadrados del llamado cuartel Manuel Lois, y es ahora por primera vez cuando un periódico accede a los planos originales de la potente infraestructura. El espacio creado para la guerra se convertirá en un área sociocultural que reforzará la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria a la Capitalidad Europea en 2016.El equipo de arquitectos integrado por Beatriz Ruiz de la Torre, David Martell Sosa y José Manuel Cruz, responsable de la primera fase de rehabilitación de las zonas de edificación, aún trabaja en desentrañar los secretos de los planos de la Dirección de Construcciones e Industrias Navales Militares. El papel (el primero de los proyectos data de 1944) y la constatación física acaban de entrada con una de las leyendas urbanas: ninguno de los túneles llega hasta el mar ni conecta con la Base Naval. Frente a la fábula, la realidad: el laberinto sólo se puede descifrar con los proyectos en la mano, y su funcionalidad esconde los secretos constructivos desplegados en Europa a partir de la I Guerra Mundial, y que alcanzan su máximo apogeo a partir de la II Guerra Mundial y con la posterior Guerra Fría con ejemplos como la Línea Maginot (desde Bélgica hasta Suiza haciendo frontera con Alemania) o el mismo Gibraltar.Los casi 8.000 metros cuadrados de túneles escondían en sus entrañas una central eléctrica, un almacén de torpedos, un polvorín doble, dos polvorines simples, un almacén de artificios y un almacén de minas. Los pasillos hormigonados permiten, en algunos casos, la circulación de camiones que descargan en muelles hasta los que llegan los raíles de las vagonetas. La carga tenía como destino enormes salas (12 metros de ancho por 48 de largo, y 10 de altura) de almacenamiento, con un modelo de puente-grúa para la colocación de los proyectiles. Unas seis décadas después de la finalización de la construcción del complejo bélico, las puertas acorazadas con giro de cremallera se mantienen firmes frente a los actos vandálicos, y la estructura de los túneles y las grandes cámaras resisten el paso del tiempo.Los expertos subrayan "una singularidad espacial que permite, tras la desaparición del uso inicial, transformaciones para otros fines". El objetivo, tras su desmilitarización, es adaptarlos para la creación, desde proyectos audiovisuales, instalaciones artísticas, exposiciones o propuestas musicales. La huella bélica impregna unos corredores en los que destacan, sobre todo, unas rejillas de ventilación que tienen sus puntos de aire en las laderas del Barranco. Una mirada a las montañas permite apreciar los emboquillados de los respiraderos que alimentan con bocanadas de oxígeno el subsuelo. La red de túneles mantiene una temperatura permanente de 15 grados, un bioclima obtenido no sólo por el cobijo de las entrañas de la Tierra, sino también por el laborioso sistema de ventilación natural. La opción cambiará a forzada, con medios mecánicos, en los espacios en los que transitan camiones.La construcción más atractiva se concentra en el túnel que los ingenieros llamaron en 1946 Polvorín Subterráneo para Artificios. Su recorrido interior no permite conocer su singularidad, a no ser que el guía tenga un conocimiento previo de la forma. Una vez que se despliega el plano se identifica una fisonomía en H, determinada por cuatros casetas, también denominadas celdas, que tenían por finalidad permitir la manipulación aislada de explosivos. Las cuatro habitaciones son, aparentemente, independientes, y están construidas en madera, levantadas del suelo del túnel y separadas de los laterales para evitar la humedad. Para un indocumentado en la materia podrían pasar por estancias que, a la manera de un búnker, servirían para esconder a personas. Pero el polvorín de la zona D2, con 700 metros cuadrados entre sus dos bocas de entrada y las cuatro cámaras, aún esconde otro secreto. Las cuatro habitaciones están comunicadas entre ellas por unos pasillos en forma de X, que en su punto de unión tiene una chimenea de ventilación que atraviesa la montaña en vertical y acaba en un respiradero con techo circular que finaliza en punta. La enigmática forma asomando en la montaña es visible desde el fondo del barranco, al lado de una típica garita para los soldados. El tubo de ventilación, horadado de arriba a abajo, y desarrollado con un estudio al milímetro para conectar con el punto exacto del subsuelo, permite conocer en su trayectoria las técnicas para evitar los efectos de un hipotético ataque al polvorín. En este sentido, nada más descriptivo que un enorme bloque de hormigón macizo anclado al terreno y a la estructura de la chimenea, cuya misión es contener los efectos de la onda expansiva. El carácter defensivo reaparece en el denominado almacén de torpedos, en el sector K1, donde el túnel de entrada sufre una modificación de trazado que tiene por objetivo burlar un ataque a través del emboquillado de la fortificación.Tras visitar el túnel D1, con una cámara para minas de 2.470 metros cuadrados, la pregunta es cuánto costó la infraestructura levantada por la Armada para su Infantería, y la segunda es por qué adquirió una dimensión tan grande. En relación al presupuesto, su larga duración demuestra que no fue fácil para la precaria industria militar española de posguerra afrontar el pago de materiales y de jornales de trabajadores. Un experto en edificación de túneles calcula que en los años cuarenta los casi 8.000 metros cuadrados llegaron a unos 30 millones de pesetas en hormigón, mano de obra y maquinaria, es decir, unas 2.000 millones de pesetas de las de hace poco (12 millones de euros). El gasto no deja de ser llamativo en un periodo en que Canarias estaba sumergida en las carencias de la autarquía económica, con desabastecimientos básicos por su posición comprometida entre los dos bloques de la Segunda Guerra Mundial. Mientras ello ocurría, en pleno Mando Económico de García Escámez, los estrategas de Franco arañaban titánicamente el interior de las montañas del final del barranco de Tamaraceite (para los ingenieros militares, de Guanarteme). Para la excavación, la época ya permitía el uso de algún tipo de máquina, mientras que la sujeción de las paredes laterales y de los techos podía hacerse con técnicas, entre otras, como la del encofrado deslizante. Un artilugio de madera que sostiene el hormigón inyectado hasta que fragua. Una vez obtenido el secado, se vuelve a rodar el encofrado para avanzar en el afianzamiento de la estructura. Hoy día este tipo de operaciones se solventa con la utilización de un material que se adhiere a la roca y que por su solidez descarta desprendimientos futuros.En el A1, con una cámara de 260 metros cuadrados, queda la arqueología industrial más visible. Se trata de un generador de luz, quizás el motor reciclado de un submarino, que daba luz a los habitantes del cuartel Manuel Lois, que en los años setenta pudieron llegar a unos 1.000 con motivo de la fase crítica de la Marcha Verde de Marruecos sobre el Sahara. De allí retornaron unos barracones que el proyecto de rehabilitación tiene previsto utilizar, y que fueron construidos para soportar altas temperaturas y a los que se les dará una misión de paz y de creación cultural. Más abajo, el pozo de agua de Los Martinón, uno de los más antiguos de Gran Canaria, y cerca de los respiraderos de los túneles los huecos de las Cuevas del Rey, asentamientos prehispánicos protegidos de gran valor arqueológico, y más allá, en las laderas, los cambios de tonalidad de un territorio que informan del pasado geológico de la isla de Gran Canaria.La leyenda llama a esta geografía que fue ocupada a lo grande por los militares. ¿Quisieron alcanzar el mar, o al menos aproximarse lo más posible? No estaban lejos, y un drenaje del barranco hubiese permitido una subida de la marea. ¿Participó una mano de obra cualificada extranjera en la realización de los túneles y en su equipamiento? Tampoco hay constancia de ello en la documentación oficial. Juan José Díaz Benítez, doctor en Historia por la ULPGC, y gran conocedor de la etapa militar de la Isla durante la Segunda Guerra Mundial, destaca que ni del Instituto de Historia y Cultura Naval, ni del Archivo de la Administración General de Alcalá de Henares, se puede cotejar una participación de ingenieros del Tercer Reich alemán en la construcción. De igual manera, se refiere a la presencia, como se ha llegado a decir, de técnicos de la Krupp. "No hay nada al respecto. Los ingenieros españoles ya tenían experiencia en este tipo de infraestructuras, y de los Krupp sólo hay señales en dos baterías, en Mesas de San Juan y Melenara, y sólo en lo que se refiere al armamento", subraya.
domingo, 16 de mayo de 2010
La barbería de Pedro y Sindo Domínguez
Pedro y Sindo Domínguez Herrera son los barberos por antonomasia de nuestro pueblo de Tamaraceite. Ellos llevan en la sangre lo de la barbería ya que su padre Pedro Domínguez Reyes empezó de barbero comprando el local al primero barbero y luego practicante del pueblo, Don Félix García, y que estaba situado en la Carretera General de Tamaraceite nº 27. Don Félix García. fue barbero antes que practicante ya que el gobierno de la época le financió para hacer un cursillo de practicante en la Península. La barbería es aparte de lugar de arreglo de cabeza y afeitado un centro cultural y social, un lugar de tertulia, el ágora de Tamaraceite, como así lo cataloga alguno de sus clientes. Sindo pinta cuadros, algunos están en la barbería y ha participado en alguna exposición colectiva. Por su parte, Pedro es hombre de letras, escribe poesía y cuentos y es un libro abierto ya que sabe de todo, desde arreglar un televisor hasta distintas técnicas de construcción. Él nos cuenta que eso se lo debe a todo lo que ha aprendido de sus clientes. No pudo estudiar cuando joven porque la crisis apremiaba y había que trabajar, pero de mayor hizo el acceso a la universidad para estudiar Derecho, quedando fuera por 0,25 décimas.
En la barbería podemos ver fotos antiguas de Tamaraceite donde muchos apenas se reconocen porque el paso de los años ha hecho mella en ellos. Los sillones de la barbería son de la narca Belmont, tienen casi 80 años y fueron adquiridos en una barbería del Puerto, de la calle Venezuela, en los apartamentos Ininta, trasera del hotel Astoria, donde trabajaba como barbero el hermano mayor, llamado Antonio. Una barbería de “antes” que conserva todo el sabor de antaño, pero sobre todo, es una pequeña casa de la cultura.
En la barbería podemos ver fotos antiguas de Tamaraceite donde muchos apenas se reconocen porque el paso de los años ha hecho mella en ellos. Los sillones de la barbería son de la narca Belmont, tienen casi 80 años y fueron adquiridos en una barbería del Puerto, de la calle Venezuela, en los apartamentos Ininta, trasera del hotel Astoria, donde trabajaba como barbero el hermano mayor, llamado Antonio. Una barbería de “antes” que conserva todo el sabor de antaño, pero sobre todo, es una pequeña casa de la cultura.
jueves, 13 de mayo de 2010
Las alcantarillas de la memoria
Las alcantarillas de la memoria. (Cualquier parecido con la realidad es puro cuento.
Cosa tuya, lector, será creerlo o no. Como haces con tantos otros que te han dicho. Y que sabías que era un cuento.) Sergio Naranjo
Cosa tuya, lector, será creerlo o no. Como haces con tantos otros que te han dicho. Y que sabías que era un cuento.) Sergio Naranjo
El trol nos trincó al Jalufo y a mí jugando a las carreras de bolígrafos en su clase, y nos echó de allí. Fuera nos quedamos, en la escalera de aquella V-11 que resultaba hasta peligrosa. Nos pusimos a reír, tal es la gracia que le hacen esas tonterías a la mente de un treceañero. En esto asomó aquel animal, su cara daba espanto. Yo estaba primero, pero además se vio que venía por mí. Me jincó una cantidad de leña atroz, con las palmas, con los puños, con los pies; me fue tirando por las escaleras hasta el descansillo de abajo mientras pronunciaba insultos impronunciables. Allí me dejó, tirado, dolorido, sólo medianamente calmado cuando el secretario le espetó la locura que estaba haciendo. Pero no se lo recalcó demasiado, que con el trol se podía jugar un expediente. Me quedé quieto, desturronado, el Jalufo asombrado, pero lo tranquilicé, y cuando casi al final de la clase el salvaje nos mandó entrar, lo hice riendo, aunque me dolía hasta el alma, para no quedar mal ante nadie. Tiempos. Si ello aconteciera hoy, me habría escapado al centro de salud y a la comisaría, pero aquello pasó antes, y si mis padres se hubiesen enterado habría sido peor, habrían dado por buena la paliza y quién quita si no la hubieran completado.
Al llegar el final del curso, yo ya sabía que estaba suspendido. En realidad, lo tenía claro desde mucho antes, pero poco a poco se me iba haciendo imposible entender qué contenía su asignatura. No podía preguntar, pero él siempre lo hacía para ponerme en ridículo y tener por dónde dejar justificado el más que cantado suspenso. A la hora de repartir las notas a los padres, fue mi madre por allí, y el trol estaba al acecho. En cuanto me tocó a mí, el tolete de mi tutor se encogió y le dio paso a aquella bestia. No quiso saber nada que no fuera meterle mano a su novia debajo de las escaleras, mientras el otro se ensañaba con mi madre, tan católica ella, en explicarle que con el niño no había nada que hacer, que era muy mal estudiante y que no servía para nada. O repetía curso o se iba a la formación profesional, no había más que hablar. Pero eso sí, tenía que recuperar en verano, porque su nivel era tan bajo que ni para lo otro servía. El tutor, pusilánime, asintió, y trató de justificar tan buenas notas en general con aquel suspenso que no se justificaba, pero lo hizo. Lo hizo tan bien que me valió la bronca de mi madre todo el trayecto de vuelta a casa y el guantazo de mi padre. Tan bien lo hizo que me lo he encontrado muchas veces después y no me he dado ni por conocido. No lo puedo ni ver. El Cabo entraba en el patio de abajo todas las mañanas como un misil. La cabeza inclinada hacia delante; las cejas clavadas en los ojos; la boca crispada hacia abajo; la perilla que le daba un aspecto demoníaco; las manos cruzadas en la lumbar; enfundado en una bata blanca. Correteaba a un lado y otro, gritaba, daba órdenes paramilitares, golpeaba, expulsaba y finalmente iba a rendir sus cuentas a la maestra rubia, pininsular ella, ante quien se transfiguraba en un caballero sonriente y quijotesco. Cuando se enfrentó con quienes íbamos a clases de recuperación, soltó una frase que no voy a olvidar nunca: “No estamos aquí para buscar el provecho de mañana, sino para aprovechar el día de hoy.” Durante aquellas clases, el Cabo me presionó, me atosigó, me sometió al mayor grado de exigencia de la asignatura. Y siempre salí bien parado, siempre respondí, resolví, trabajé. Hasta que un día, cerca ya de septiembre, al acabarse las clases, se dirigió donde yo estaba sentado y, gracias a eso, se puso a mirarme con su pose tan característica, y me dijo: “¿Y cómo es que has suspendido tú esta asignatura?” “Usted sabe que ya estaba suspendido, no es que yo suspendiera”, dije yo. Y entonces, el Cabo levantó las cejas, torció la boca, se giró sobre sus talones y muy despacio se fue hasta su mesa. Pena de no haberte tenido de maestro, oye, qué distinto habría sido todo. El día de la entrega de notas se volvió a repetir el ceremonial. En cuanto me tocaba a mí, el trol se interpuso entre mi madre y el tutor tolete. Exigió el resguardo de la matrícula del instituto de FP, condición sinequa non para darme el aprobado del examen. No había aparecido en todo el verano por el colegio; no sabía qué había hecho o estudiado yo, si había aprovechado el tiempo; sólo sabía que iba a por mí. Y hasta que mi madre, tan católica ella, no le enseñó el papel amarillo aquel, no dio su conformidad. El examen, que yo reclamé, nunca apareció, hasta que la paciencia de mi madre se acabó y nos fuimos de allí. He pasado más de treinta años odiándote, maldiciéndote, día por día, cada vez que recuerdo aquello, cada vez que cobro mi paupérrima nómina, oficial de máquinas de FP II, mediocre electricista, yo que quería ser ingeniero de electrónica. La vida es un tren que al pobre le pasa y si no se sube, de nada le vale correr detrás. Y tú me apartaste del andén, trol. No podré perdonarte nunca, y por eso nunca he querido volver al colegio, porqueme tengo miedo. Porque te puedo ver y buscarme la ruina, listillo, a ver si ahora me pegas. No hasta hoy. La vida ha sido una sucesión de cosas buenas y malas, y los antiguos alumnos del Adán mehan demostrado que las malas, como tú, han de quedarse en su sitio: En las alcantarillas de la memoria
Al llegar el final del curso, yo ya sabía que estaba suspendido. En realidad, lo tenía claro desde mucho antes, pero poco a poco se me iba haciendo imposible entender qué contenía su asignatura. No podía preguntar, pero él siempre lo hacía para ponerme en ridículo y tener por dónde dejar justificado el más que cantado suspenso. A la hora de repartir las notas a los padres, fue mi madre por allí, y el trol estaba al acecho. En cuanto me tocó a mí, el tolete de mi tutor se encogió y le dio paso a aquella bestia. No quiso saber nada que no fuera meterle mano a su novia debajo de las escaleras, mientras el otro se ensañaba con mi madre, tan católica ella, en explicarle que con el niño no había nada que hacer, que era muy mal estudiante y que no servía para nada. O repetía curso o se iba a la formación profesional, no había más que hablar. Pero eso sí, tenía que recuperar en verano, porque su nivel era tan bajo que ni para lo otro servía. El tutor, pusilánime, asintió, y trató de justificar tan buenas notas en general con aquel suspenso que no se justificaba, pero lo hizo. Lo hizo tan bien que me valió la bronca de mi madre todo el trayecto de vuelta a casa y el guantazo de mi padre. Tan bien lo hizo que me lo he encontrado muchas veces después y no me he dado ni por conocido. No lo puedo ni ver. El Cabo entraba en el patio de abajo todas las mañanas como un misil. La cabeza inclinada hacia delante; las cejas clavadas en los ojos; la boca crispada hacia abajo; la perilla que le daba un aspecto demoníaco; las manos cruzadas en la lumbar; enfundado en una bata blanca. Correteaba a un lado y otro, gritaba, daba órdenes paramilitares, golpeaba, expulsaba y finalmente iba a rendir sus cuentas a la maestra rubia, pininsular ella, ante quien se transfiguraba en un caballero sonriente y quijotesco. Cuando se enfrentó con quienes íbamos a clases de recuperación, soltó una frase que no voy a olvidar nunca: “No estamos aquí para buscar el provecho de mañana, sino para aprovechar el día de hoy.” Durante aquellas clases, el Cabo me presionó, me atosigó, me sometió al mayor grado de exigencia de la asignatura. Y siempre salí bien parado, siempre respondí, resolví, trabajé. Hasta que un día, cerca ya de septiembre, al acabarse las clases, se dirigió donde yo estaba sentado y, gracias a eso, se puso a mirarme con su pose tan característica, y me dijo: “¿Y cómo es que has suspendido tú esta asignatura?” “Usted sabe que ya estaba suspendido, no es que yo suspendiera”, dije yo. Y entonces, el Cabo levantó las cejas, torció la boca, se giró sobre sus talones y muy despacio se fue hasta su mesa. Pena de no haberte tenido de maestro, oye, qué distinto habría sido todo. El día de la entrega de notas se volvió a repetir el ceremonial. En cuanto me tocaba a mí, el trol se interpuso entre mi madre y el tutor tolete. Exigió el resguardo de la matrícula del instituto de FP, condición sinequa non para darme el aprobado del examen. No había aparecido en todo el verano por el colegio; no sabía qué había hecho o estudiado yo, si había aprovechado el tiempo; sólo sabía que iba a por mí. Y hasta que mi madre, tan católica ella, no le enseñó el papel amarillo aquel, no dio su conformidad. El examen, que yo reclamé, nunca apareció, hasta que la paciencia de mi madre se acabó y nos fuimos de allí. He pasado más de treinta años odiándote, maldiciéndote, día por día, cada vez que recuerdo aquello, cada vez que cobro mi paupérrima nómina, oficial de máquinas de FP II, mediocre electricista, yo que quería ser ingeniero de electrónica. La vida es un tren que al pobre le pasa y si no se sube, de nada le vale correr detrás. Y tú me apartaste del andén, trol. No podré perdonarte nunca, y por eso nunca he querido volver al colegio, porqueme tengo miedo. Porque te puedo ver y buscarme la ruina, listillo, a ver si ahora me pegas. No hasta hoy. La vida ha sido una sucesión de cosas buenas y malas, y los antiguos alumnos del Adán mehan demostrado que las malas, como tú, han de quedarse en su sitio: En las alcantarillas de la memoria
lunes, 10 de mayo de 2010
La reforma de la Plaza en los años 80.
La Plaza de Tamaraceite ha sido desde hace más de 70 años el centro neurálgico de nuestro pueblo de Tamaraceite. La plaza vivió hace más de 25 años uno de los momentos más trsites de su historia, cuando fue remodelada sin el concenso del vecindario. Tamaraceite se echó a la calle para protestar por este hecho como así lo recoge la prensa de la época. Un artículo para no perderse.
viernes, 30 de abril de 2010
Orgía de sangre en Tamaraceite
Tamaraceite fue portada hace más de cuarenta años de uno de los asesinatos más sangrientos acaecidos en España. La prensa nacional lo titulaba como orgía de sangre y lo relacionaba con rituales de brujería. Años más tarde ocurrió otro asesinato, el del hijo de Juanito el Árabe. ¿Coincidencia, mal de ojo, brujería?
El Programa Cuarto Milenio realizó un especial sobre este caso que pueden visitar en las siguientes direcciones:
Parte 1: http://www.youtube.com/watch?v=TGsWhcTzI_c&feature=PlayList&p=206A1DFF1DFE23C4&index=0Parte 2: http://www.youtube.com/watch?v=7O1K1fI8K2Y&feature=PlayList&p=206A1DFF1DFE23C4&index=6Parte 3: http://www.youtube.com/watch?v=WIIKpqVvTqE&feature=PlayList&p=206A1DFF1DFE23C4&index=7
martes, 20 de abril de 2010
El estelero
Nuestro amigo Sergio nos ha dejado con otro de sus recuerdos verídicos. Este hombre es un saco de bellos recuerdos de nuestro pasado que no debemos olvidar. ¿Quién no fue alguna vez al estelero de Tenoya o al de Piletas? ¿O a que te subieran la madre? Un hecho real que nos lleva atrás en el tiempo de una manera divertida.
Mi concuño llegó a tocar el timbre, no sé ni cómo, cambao como una jose, enmuletado con un escobón. - Que si me llevas al estelero de Tenoya, que me di un estuerzo y estoy tó estronchao.Mi conciencia habló por mí: - ¿Y no será mejor ir al centro de salud y que te pongan un calmante y te vea un médico? El vozarrón se alborotó y llenó la calle: - ¡Ha dicho que no, médicus no! ¡Que me cosen las nalgas con indiciones quemonas y me dejan quince días tirao en la cama! Y mi conciencia, otra vez: - Mira que una lesión en la espalda es cosa muy seria.Los gritos se oyeron en el pueblo entero.- ¡Si usté no es hombre pa una cosa destas, hay se pué quedar con sus medicinas y sus finuras, que lo que yo quiero es que me lleve al estelero o busco quien me lleve!Media hora más tarde estábamos en los lomos de Tenoya, preguntando las señas de aquel hombre tan nombrado. Fue a ser en una casa muy antigua, bajando a la derecha, cuando la cuesta se empinaba del todo. Había seis o siete personas, y menos mal, que en cosa de minutos fueron docenas. En la sala de espera no cabía una tercera parte, y la escena era de asombro: En la vida había visto una reunión más silenciosa, nadie hablaba, todos callados como tocinos. El estelero llegó y empezó a pasar la gente y obrarse el milagro. Por allí fue desfilando aquel grupo de tullidos, lisiados, tronchados de todo tipo. Un breve diálogo, un gemido de diferente intensidad, un trasiego de dinero con algunas palabras más y vuelve a salir ahora aquella persona, derecha como una vela, sonriendo, respirando, hablando con todo el mundo y despidiéndose.Cuando le tocó a mi concuño, a mí me invitaron a esperarlo en una antecámara, separada por una cortina de donde estaba el estelero, y a la vista de la sala donde estaban los demás. Se reproduce el ritual y se oyó hablar a los dos hombres. De golpe, se oyó un bramido que a mi cuenta tembló hasta la cortina. Si lo oyen en Sevilla, que poco faltó, lo cogen para las saetas de Semana Santa. Y mientras el eco de aquel horroroso esperrío iba buscando salida barranco abajo, yo me vi en una situación apurada, tratando de contener las carcajadas que se me escapaban, con lo que la concurrencia me mal miraba. Alguna palabra más y sonido de monedas precedieron la salida de mi pariente. Enseguida entró otro, apurado, mientras aquél trataba de encontrar la vertical, la mirada extraviada, la cara brillando y pálida, la boca contraída, parecía un San Juan Evangelista en procesión.Se le cayó una moneda y el hombre se agachó, por instinto, a recogerla. Al hacerlo, tuvo tan mala suerte que se volvió a destorcer, el cuerpo sacudido por una contracción y la cara crispada por el dolor. - Llévame al médico, anda…Entonces le dije:- Vira para atrás, ya que estás ahí, y que te lo vuelva a arreglar.Y dice el hombre, la voz en un resuello:- ¡Ni anque tenga que asentar el culo en una tunera! (Nota: Todo lo relatado es estrictamente cierto y sucedido. Sólo he omitido el contenido del bramido, irreproducible.)
Mi concuño llegó a tocar el timbre, no sé ni cómo, cambao como una jose, enmuletado con un escobón. - Que si me llevas al estelero de Tenoya, que me di un estuerzo y estoy tó estronchao.Mi conciencia habló por mí: - ¿Y no será mejor ir al centro de salud y que te pongan un calmante y te vea un médico? El vozarrón se alborotó y llenó la calle: - ¡Ha dicho que no, médicus no! ¡Que me cosen las nalgas con indiciones quemonas y me dejan quince días tirao en la cama! Y mi conciencia, otra vez: - Mira que una lesión en la espalda es cosa muy seria.Los gritos se oyeron en el pueblo entero.- ¡Si usté no es hombre pa una cosa destas, hay se pué quedar con sus medicinas y sus finuras, que lo que yo quiero es que me lleve al estelero o busco quien me lleve!Media hora más tarde estábamos en los lomos de Tenoya, preguntando las señas de aquel hombre tan nombrado. Fue a ser en una casa muy antigua, bajando a la derecha, cuando la cuesta se empinaba del todo. Había seis o siete personas, y menos mal, que en cosa de minutos fueron docenas. En la sala de espera no cabía una tercera parte, y la escena era de asombro: En la vida había visto una reunión más silenciosa, nadie hablaba, todos callados como tocinos. El estelero llegó y empezó a pasar la gente y obrarse el milagro. Por allí fue desfilando aquel grupo de tullidos, lisiados, tronchados de todo tipo. Un breve diálogo, un gemido de diferente intensidad, un trasiego de dinero con algunas palabras más y vuelve a salir ahora aquella persona, derecha como una vela, sonriendo, respirando, hablando con todo el mundo y despidiéndose.Cuando le tocó a mi concuño, a mí me invitaron a esperarlo en una antecámara, separada por una cortina de donde estaba el estelero, y a la vista de la sala donde estaban los demás. Se reproduce el ritual y se oyó hablar a los dos hombres. De golpe, se oyó un bramido que a mi cuenta tembló hasta la cortina. Si lo oyen en Sevilla, que poco faltó, lo cogen para las saetas de Semana Santa. Y mientras el eco de aquel horroroso esperrío iba buscando salida barranco abajo, yo me vi en una situación apurada, tratando de contener las carcajadas que se me escapaban, con lo que la concurrencia me mal miraba. Alguna palabra más y sonido de monedas precedieron la salida de mi pariente. Enseguida entró otro, apurado, mientras aquél trataba de encontrar la vertical, la mirada extraviada, la cara brillando y pálida, la boca contraída, parecía un San Juan Evangelista en procesión.Se le cayó una moneda y el hombre se agachó, por instinto, a recogerla. Al hacerlo, tuvo tan mala suerte que se volvió a destorcer, el cuerpo sacudido por una contracción y la cara crispada por el dolor. - Llévame al médico, anda…Entonces le dije:- Vira para atrás, ya que estás ahí, y que te lo vuelva a arreglar.Y dice el hombre, la voz en un resuello:- ¡Ni anque tenga que asentar el culo en una tunera! (Nota: Todo lo relatado es estrictamente cierto y sucedido. Sólo he omitido el contenido del bramido, irreproducible.)
sábado, 10 de abril de 2010
Don Adán del Castillo
Nuestro padre, D. Adán del Castillo y Westerling nació en Las Palmas el 19 de febrero de 1845. Fue el sexto hijo del Cuarto Conde de la Vega Grande, D. Agustín del Castillo y de la esposa de este, Dña. Ana Westerling y Massieu.Nuestro padre, y digo nuestro padre porque estoy segura que hablo en nombre mío y de mis hermanos que ya no están, fue hombre de carácter muy sereno y ponderado. Estuvo ligado siempre a los principios que en nuestra familia se tuvieron por inalterables, pero supo al mismo tiempo marchar con el ritmo que los momentos iban señalando, pero sin altibajos ni extremismos.Hijo de su tiempo, para él fueron sagrados los principios de la conducta social que su familia había seguido y a mi entender y al de todos los que cuanto solicitaron su ayuda o consejo y fueron estos principios los que supo transmitir a sus hijos y que nosotros seguimos con atención muy rigurosa, dentro de las variaciones que el tiempo y la vida ha impuesto.Nuestra familia, los Castillo, por la que mi padre sentía un respeto inmenso, desciende de dos conquistadores de Gran Canaria, D. Hernán García del Castillo y su hijo Cristóbal, dos capitanes que vinieron a la isla en la primera expedición del General Juan Rejón, en 1478; es decir hace 500 años.Nos decía mi padre que aquel Hernán había sido uno de los cinco capitanes que vinieron a la conquista con Rejón.Estos dos señores fueron los que los que de verdad fundaron el Telde cristiano, costearon casi en su totalidad las obras de la parroquia de San Juan Bautista, don Cristóbal hizo traer parte de sus valiosos ornamentos incluidos en el famoso retablo flamenco que hasta hoy se ve en el altar mayor de aquel templo. Esta familia llegó a Gran Canaria procedente de Andalucía , donde se habían establecido y desde entonces hasta hoy asiento seguro en el archipiélago dando su sangre a las familias de mayor tradición histórica en él y a muchas de la península.Cristóbal García del Castillo realizó en Gran Canaria una labor muy fecunda , creó el famoso ingenio de azúcares que llevaba su nombre y poseyó una importante flota para atender a sus explotaciones agrícolas, que fueron muy importantes; tal vez una de las primeras de la región. El creó el tan conocido e importante Mayorazgo de Castillo en las tierras del sur de la isla con asiento principal en Telde.Nos decía mi padre que nuestra familia sostuvo el patronazgo de la Iglesia y Monasterio de Santo Domingo de Las Palmas, aparte otras importantes fundaciones que sería excesivamente extenso detallar.Más tarde entraron en estas obligaciones las propiedades de San Lorenzo y San Gregorio en la misma zona, que siempre atendieron con gran desprendimiento y afecto, y entre ellas las de Tamaraceite con la de la Virgen de los Reyes en Las Palmas. Sería enfadoso citar las personas que se destacaron a través de la historia, pero creo que debo destacar al historiador D. Pedro Agustín del Castillo y Ruiz de Vergara, del que tanto se ha escrito como patricio e historiador.Este D. Pedro Agustín fue nuestro abuelo. Dejó entre otros escritos su conocida descripción Histórica de Las Islas Canarias. Precisamente este señor vivió de niño en nuestra casa de la calle del Castillo. Se cuenta en la familia que estando en la azotea echando a volar una cometa se ató el hilo a la cintura y vino un golpe de viento muy fuerte y se lo llevó, y gracias a su preceptor no pasó la cosa a mayores.Mi padre fue un hombre muy activo pero sin ambiciones, enemigo de las intrigas y luchas políticas. Vivió como toda su familia las vicisitudes de país en el último tercio del siglo pasado y parte de éste, pero sin demasiadas apetencias ya que para que prestara siempre su colaboración más desinteresada a cuanto significara servicio a la Patria y a nuestra tierra.El vivió, como todos, las circunstancias y conflictos producidos aquí por el derrocamiento de Dña. Isabel II, la Segunda República, la Monarquía de D. Amadeo de Saboya y más tarde la Restauración en la persona de D. Alfonso XIII.Al declararse la guerra de Cuba tanto mi padre como mi madre, actuaron con mucho interés en las tareas de instalación en Las Palmas de un Hospital Militar de emergencias que se organizó en el anterior local del Casino, así como en otras medidas tomadas para un caso de urgencia. Puedo sentirme orgullosa, como se sintieron mis hermanos todos, y del ambiente de la formación humana y muy cristiana que se nos impartió en nuestra familia. Mi padre había estudiado primero en el colegio de San Agustín , hasta terminar el grado, luego quiso su padre enviarlo a la península a incrementar sus estudios, pero las exigencias del patrimonio familiar tenía, impidieron llevar a cabo la iniciativa, aquí siguió estudiando y perfeccionando sus estudios. Estudios de Agronomía que tanto le interesaban con los profesores que entonces teníamos, ya que la calidad agrícola de sus propiedades así lo precisaban.Nuestros padres se casaron en 1878, mi madre perteneció a la antigua familia de Manrique de Lara, de la que fue Mayorazga, y fuimos siete hijos.Mi madre fue señora de gran corazón y de muy entero carácter. Presidió la Junta de Damas que se formó aquí con motivo de la estancia de S.M. Don Alfonso XIII, en el año 1906, antes y en instantes muy difíciles, cuando la Diputación Provincial nos olvidaba , ella fue la principal organizadora del conjunto de Damas que se impuso la difícil y abnegada tarea de solicitar de puerta en puerta la aportación de las clases pudientes a fin de suministrar víveres, ropas y hasta instalaciones al Hospital de San Martín y al resto de establecimientos benéficos que padecían una penuria espantosa. Ella en unión de su marido y tal vez adelantándose a su tiempo, intentó fundar una guardería infantil, pero fueron tantos los impedimentos con que se hubo de encontrar que desistió al final descorazonada por la falta de apoyo.Más tarde ya en este siglo fueron ellos quienes cedieron terrenos muy amplios en Guía, junto al Albercón de la Virgen, para la creación de un granja agrícola, que era lo que mi padre sentía con más intensidad, la agricultura; y hasta pensó en algún instante levantar por su cuenta el edificio del Centro, pero al ver la apatía que tanto el Gobierno como los centros locales e insulares demostraron, quedó fundada pero en papel. Nuestra familia, hubo instantes que fue dueña de gran parte de los lugares de San Gregorio junto a San Lorenzo, que en lo antiguo se llamó Lugarejo, y de Tamaraceite.Siempre atendimos como hemos hecho en cuantos lugares hemos tenido tierras, las solicitudes que en orden a establecimientos de carácter benéfico público y muchas veces privados, se nos han solicitado y aunque las cosas han cambiado, nosotros y en honra a nuestro padre hemos cedido gratuitamente estos terrenos de Tamaraceite para crear en ellos el centro que lleva su nombre.Fue caballero de la Gran Cruz del Mérito Agrícola y Presidente del Consejo de Fomento de Las Palmas. Perteneció a la primera junta que se celebró en el Cabildo Insular ( en el cuadro que está en el Cabildo Insular ) con la primera presidencia figura él también ( como consejero ) en el año 1912.( … )
Fuente: micolegioadan.blogspot.com
lunes, 5 de abril de 2010
Una afición no muy común
Entiendo que no es muy común ver a un tipo con unos prismáticos acostado en el suelo de noche viendo y contando estrellas, aunque en mi caso llegó a ser lo más normal del mundo. No por el mero hecho de soñar sino más bien por curiosidad y comprender esta maravillosa ciencia. Un día por curiosidad cogí unos prismáticos que teníamos en casa, unos Kenko 10X50 y se me ocurrió observar el firmamento con ellos, la verdad que en ese momento y tras 5 minutos me dije que eso era muy complicado para mí y que como no comprendía lo que observaba no le dedicaría más tiempo. Unas semanas más adelante mientras cursaba 3º BUP en el Cairasco de Figueroa una fría mañana de Diciembre de 1995, reparo en que se me olvidaron en casa unos ejercicios que se iban a corregir ese mismo día, así que no me quedó más remedio que sacrificar el descanso del recreo e irme a la biblioteca junto con algunos compañeros, donde el silencio sepulcral era su santo y seña. Los ejercicios no eran nada del otro mundo y en 10 minutos prácticamente estaban resueltos, una vez resueltos y mientras se sucedían las bromas risas entre los compañeros, presté atención a los libros que tenía en la estantería de enfrente, reparo en unos pocos clasificados como ciencias naturales pero apartados del resto, me refiero a que el orden de apilado de los libros en esa estantería en concreto era de izquierda a derecha y estos pocos libros estaban uno encima del otro en la parte contraria de la estantería, como si estorbaran o algo parecido, no pude resistir la curiosidad y me acerqué a ver por qué estaban apartados del resto, cuál fué mi sorpresa al ver que uno de esos libros se titulaba "Como observar el firmamento con prismáticos", no podía salir de mi asombro, naturalmente ese mismo día pedí prestado el libro en la biblioteca donde una tal Estrella, me cedió el libro sin problema alguno no sin antes recalcarme la fecha de devolución, el libro era una traducción al español de un conocido divulgador y Caballero Inglés llamado Patrick Moore, donde explicaba generalmente la clasificación de las estrellas más brillantes del cielo por constelaciones, con la ayuda del libro ya comencé a ponerle forma a todo aquel caos de estrellas, para la nochebuena del '95 ya reconocía todas las constelaciones del cielo de Invierno, pero tenía una limitación, la azotea de mi casa de Piletas no disponía de mucho campo de visión, así que no me quedó más remedio que buscar un sitio con un cielo más abierto y poca contaminación lumínica, el lugar elegido, la cercana montaña de San Gregorio, en un principio siempre iba reclutando con éxito amigos y conocidos que tenía por aquellos años, pero hay que entender que a todo el mundo no le gusta esta afición y aunque al principio había mucho entusiasmo, se iban aburriendo poco a poco, algunos confundieron esta afición con el avistamiento de Ovnis y , lógicamente salieron decepcionados, entre tanto durante el transcurso de las semanas pude seguir reconociendo más estrellas y constelaciones con la ayuda de aquél magnífico libro y las buenas condiciones de transparencia que ofrecía por entonces el cielo de San Gregorio en los puntos más alejados de la civilización, sobre todo mirando hacia el sur donde lucían magníficas las constelaciones del Centauro y la esquiva cruz del sur, esta última de forma parcial, los planetas Júpiter y sus 4 lunas perfectamente visibles con los prismáticos (realmente tiene más de 20 satélites), Venus y sus fases, el escurridizo Mercurio inmediatamente tras anochecer, el rojizo Marte y Saturno aunque el anillo era invisible a mis modesto equipo . Poco me duró el "observatorio", lo que tardaron en cansarse los amigos y para ir yo solo pues no me arriesgaba, así que dejé de lado durante un tiempo los prismáticos, unos meses más tarde anunciaron por televisión que para la 2º semana de Abril del año 1996 sería visible el cometa Hyakutake, cerca de la estrella Arturo, todo un hito por lo cerca que pasaría de nuestro planeta, ya reconocía esa estrella y por este cometa volví a coger los prismáticos de nuevo y aguardé pacientemente a que se retiraran las nubes esa noche de máximo acercamiento que, para más señas era Viernes y, ciertamente fué todo un espectáculo, a simple vista se veía enorme con su brillante cabellera y su gran cola, no cabía en el campo de los prismáticos y se me quedó una huella que no me abandonaría nunca, esta era mi afición y decidí en ese momento dedicar bastante de mi tiempo libre a recopilar información y comprender los fenómenos y la mecánica celeste y, como no comprender el clima de la zona, para poder decidir que días y qué condiciones eran más apropiados para observar y cuáles no, obteniendo conclusiones bastante interesantes.Unos meses más tarde allá por Junio de 1996 nos mudamos a la parte Sureste de la isla y aquí he seguido evolucionando en el aprendizaje esta ciencia, ahora mismo ya dispongo de varios telescopios, prismáticos gigantes, cámaras, etc....aunque esto quizás sea otra historia. Pero jamás podré olvidar mis primeros pasos en la materia el tiempo que residí en el Barrio de Piletas..Recientemente he recibido una de mis fotos de la luna ha sido elegida "Lunar Photo of the day" en la web LPOD gestionada indirectamente por la Nasa, foto que me gustaría compartir con todos ustedes. http://lpod.wikispaces.com/February+26%2C+2010
Fuente: Israel Tejera Falcón http://astrovecindario.blogspot.com
miércoles, 31 de marzo de 2010
Semana Santa. Descanso, fervor y diversión.
Se acerca el puente de Semana Santa. Descanso, fervor, diversión o las tres se conjugan a la vez. Todavía, pese a quien le pese la Semana Santa se sigue viviendo con plenitud, eso sí de otra manera que antes, pero continúa siendo una manifestación de respeto y simbología para el cristiano. La vida del cristiano gira en torno a la Resurrección de Jesús, referencia más importante de nuestra fe. Durante los tres primeros siglos del cristianismo la única fiesta que realmente se celebraba era la Pascua de Resurrección. Con el paso del tiempo ese acontecimiento de la Resurrección se fue ampliando alrededor de la Semana Santa que se celebra el domingo siguiente a la primera luna llena del equinocio de primavera, entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Yo tengo muchos recuerdos de la Semana Santa, cargada de solemnidad y respeto. La gente se iba preparando desde el Miércoles de Ceniza con la entrada de la Cuaresma, cuando no se podía oir hablar de carnaval. Cuarenta días de ayuno y abstinencia, sobre todo de carne los viernes, que se llevaba a rajatabla. Por esos años el latín era el idioma oficial de la iglesia y los monaguillos tenían que aprenderse de memoria las oraciones en la lengua clásica. Don Manuel Rodríguez, al salir de la escuela, en los escalones, les enseñaba, y daba más “leña” que clases... Pero se aprendía. Uno de los monaguillos de aquella época recuerda que en Tamaraceite el cura Don Manuel Rodríguez puso, en donde hoy está el mural de Jesús Arencibia, las cortinas que le había prestado el dueño del cine, Don Manuel Marrero. Colocó unas cuerdas y había que tirar de ellas cuando, en la Vigilia de Pascua, el cura cantara “Gloria in excelsis Deo” (Gloria a Dios en las alturas). Y mientras cantaba el gloria, los monaguillos tenían que hacer sonar con fuerza las campanillas chicas. Manuel se cansaba de tocar tanto tiempo y el cura le daba capones en la cabeza diciendo: sigue, sigue, sigue... Mucho respeto sí que había en semana santa. En la radio solo podías escuchar música clásica y como te cogieran cantando el viernes santo te daban un capón.Ese día era el clásico del sancocho con gofio amasado y batatas.Muchos monaguillos se peleaban por salir en las procesiones que eran muy solemnes en los pueblos y la capital, aún cuando no estaba muy de moda lo de las cofradías. El vestuario del monaguillo, era la sotana y el roquete en la parte de arriba. El mayor llevaba sobrepelliz. También se ponían la moceta, una especie de capa hasta media espalda, como las pañoletas de las mujeres. El sochantre estaba para cantar y el sacristán estaba para el arreglo de la iglesia. Quién no recuerda hace unos años, algunos ya, cuando llegaba la semana santa y los grupos de jóvenes se reunían para vivir "su semana santa". En algunos de nuestros pueblos se representaba por las calles la pasión y muerte de Jesús, que culminaba colgando a "Jesús" de un madero. Incluso la iluminación la ponían varios coches con sus faros encendidos. Todavía sigue esta tradición, después de dieciocho años, en la Villa de Agüimes donde se representa el Auto de la Pasión escrita por Orlando Hernández, hijo de la villa. Otras muchas son las imágenes de estos días, como la del sábado, cuando se bendecía el agua y los monaguillos salían a rociar las casas. Ellos entraban y la gente les decía dónde debían rociar. Los moradores en agradecimiento daba algunos huevos o algunas perrillas que ellos iban recogiendo. Cuando llegaban a una tienda, compraban con el dinero de la alcancía un poco de pan y sardinas. A los monaguillos de antes nadie los tenían que despertar para ir a misa. El gallo de Cirila Cantero en Tamaraceite los despertaba los domingos a las cuatro y media de la mañana y solamente por el hecho de ponerse la sotana no dormían en toda la noche pensando en el pan calentito que traía Agustinita para los monaguillos. En estos días la Semana Santa se vive de manera algo "diferente". Los cristianos de hoy en día combinan playa con cultos, que no está mal tampoco, porque digo yo, tiempo para todo hay.
viernes, 26 de marzo de 2010
La graduación del machito
Les dejo con otro de los recuerdos de nuestro amigo Sergio Naranjo. ¡Excepcional!
Para poder ser respetado, en medio de aquella sociedad cruel, bárbara y tierna, todo a la vez, había que superar varias peleas y hacer el burro del modo más extremo. Y casi lo tenía hecho, cuarto de E.G.B., H-10, Doña Miriam de tutora y clase de chiquillos nada más; ellas estaban con don Fernando en la H-9. Curso 74/75 que se daba hasta mediados de julio, no creas; ya le ganaba a un montón y las burlas zahirientes del año anterior habían sido superadas. Ahora quedaba la última prueba, la que todo el mundo te recordaba si no habías hecho, para ser tenido en respeto: las chiquillas.A las chicas no se les decía nada, que se ponían a llorar y sus pruebas no eran válidas; a las grandes menos, que aparte de pasarse el día alega y alega, me habrían mandado al carajo y alguna bofetada de compaña. Tenían que ser las de una edad como la mía, de unos nueve a once años, antes de que todos llegáramos a esa edad en que nos echamos a perder. Se ponían a jugar a algo de lo suyo, y yo las tenía que retar para hacerlo también. Y si pasaba la prueba, sofoco incluido, estaba todo hecho.Al brilé no me aceptó ninguna, que con lo bruto que soy mis pelotazos no los quiere nadie; a eso del sé-sé-sé con las manos y cantando no acepto yo, que es una machangada que no da valor ninguno. Las cogidas, calimbres y coritos de las chiquillas son coto cerrado y ninguno entra allí. Al final me fui al elástico. Al pie de la puerta trasera del Colegio, frente al comedor, a la izquierda según se entra, bajo la sombra de un árbol frondoso, dos chiquillas sujetan un elástico de unos tres metros estirado, mientras otras seis o siete van saltando. Yo les suelto la bravata despectiva para que se piquen; no puede ser insultante, que entonces lo puedes pasar muy mal, o peor si llaman a alguno de los grandes y te bañan en leches. Me sale bien, ochenta diablas con cara de angelitos que no sé cómo lo oyeron ni de dónde salieron, me respondieron, todas a una: ¿Aaaah, síiiiiiii? ¡Pues a ver si tú lo haces, listiiiiiillooooo!Todas se disponen a examinarme, pero el candidato a machito se siente ufano y fuerte. Tobillo. ¡Buah! Fue pasar caminando por encima. Rodilla. Apenas tuve que levantar la pierna, la cabeza alta, retador... Ellas, ufanas, seguras, calladas... Medio muslo. Ellas saltan primero. Asombrosamente, hacen una pirueta de media vuelta, saltan y lo pasan. Yo ya empiezo a pensar que por qué no reté a las que están más al centro saltando a la soga. Pero supero el trago. Me fui aflojando, aflojando...Cintura. ¡Boooh! La cosa se está complicando. Hay que verlas, se van al suelo con las manos, hacen la palma, giran, pasan el elástico y caen de pie, la falda siempre en el sitio. Hombre, yo también puedo hacer eso, y sin falda que me preocupe, pero aquellos sudores ya no son de cansera. Hombro. Ahora se puede estirar la pierna hacia arriba, pisar el elástico con el pie, bajarlo y pasar. Ellas lo hacen, y me miran suspicaces. Mientras lo hago voy rezando para que esto acabe.Oreja. No sé qué noté en algunas cuando pasaron todas y me tocó a mí, pero al pisar, a una se le escapó el elástico (yo pa mí que lo soltó, juraíto por dió) y me llevé un jaramagazo del hombro al tronco de la oreja, pasando por todo el pescuezo y saliendo por la coronilla, que se sintió en San Gregorio. Los que jugaban al fútbol en el patio de arriba, en equipos de cincuenta cada uno, asomaron a reírse; otro tanto hicieron los de la reconca, pegados al terrero; los del calimbre de allá por la H-6 se llegaron pronto. Por la banda de abajo, los del boliche dejaron los guás; los de las estampas de los escalones del comedor no pudieron dar una palmada más; algunos abandonaron el voleibol un rato; y hasta los del churro de cerca de casa de Manolito se acercaron también.Y allí quedó este pobre penitente delante de aquellas brujas, ahora calladas, soberbias, satisfechas y ufanas, sin reírse, degustando su venganza, gesto despectivo, mientras yo no tuve más remedio que dejar el intento para mejores veras y de otras maneras. Batido en retirada, con la cabeza gacha, creyendo que había fracasado, resultaba, en ese imposible mundo de entender que son las ideas de las mujeres, que había ganado el título.Ya fui tenido en respeto y nadie más se metió conmigo. Pero este que está aquí no ha vuelto a desafiar a una mujer en los treinta y cinco años posteriores ni en otros tantos que viviera.
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