Nuestro amigo Sergio nos ha dejado con otro de sus recuerdos verídicos. Este hombre es un saco de bellos recuerdos de nuestro pasado que no debemos olvidar. ¿Quién no fue alguna vez al estelero de Tenoya o al de Piletas? ¿O a que te subieran la madre? Un hecho real que nos lleva atrás en el tiempo de una manera divertida.
Mi concuño llegó a tocar el timbre, no sé ni cómo, cambao como una jose, enmuletado con un escobón. - Que si me llevas al estelero de Tenoya, que me di un estuerzo y estoy tó estronchao.Mi conciencia habló por mí: - ¿Y no será mejor ir al centro de salud y que te pongan un calmante y te vea un médico? El vozarrón se alborotó y llenó la calle: - ¡Ha dicho que no, médicus no! ¡Que me cosen las nalgas con indiciones quemonas y me dejan quince días tirao en la cama! Y mi conciencia, otra vez: - Mira que una lesión en la espalda es cosa muy seria.Los gritos se oyeron en el pueblo entero.- ¡Si usté no es hombre pa una cosa destas, hay se pué quedar con sus medicinas y sus finuras, que lo que yo quiero es que me lleve al estelero o busco quien me lleve!Media hora más tarde estábamos en los lomos de Tenoya, preguntando las señas de aquel hombre tan nombrado. Fue a ser en una casa muy antigua, bajando a la derecha, cuando la cuesta se empinaba del todo. Había seis o siete personas, y menos mal, que en cosa de minutos fueron docenas. En la sala de espera no cabía una tercera parte, y la escena era de asombro: En la vida había visto una reunión más silenciosa, nadie hablaba, todos callados como tocinos. El estelero llegó y empezó a pasar la gente y obrarse el milagro. Por allí fue desfilando aquel grupo de tullidos, lisiados, tronchados de todo tipo. Un breve diálogo, un gemido de diferente intensidad, un trasiego de dinero con algunas palabras más y vuelve a salir ahora aquella persona, derecha como una vela, sonriendo, respirando, hablando con todo el mundo y despidiéndose.Cuando le tocó a mi concuño, a mí me invitaron a esperarlo en una antecámara, separada por una cortina de donde estaba el estelero, y a la vista de la sala donde estaban los demás. Se reproduce el ritual y se oyó hablar a los dos hombres. De golpe, se oyó un bramido que a mi cuenta tembló hasta la cortina. Si lo oyen en Sevilla, que poco faltó, lo cogen para las saetas de Semana Santa. Y mientras el eco de aquel horroroso esperrío iba buscando salida barranco abajo, yo me vi en una situación apurada, tratando de contener las carcajadas que se me escapaban, con lo que la concurrencia me mal miraba. Alguna palabra más y sonido de monedas precedieron la salida de mi pariente. Enseguida entró otro, apurado, mientras aquél trataba de encontrar la vertical, la mirada extraviada, la cara brillando y pálida, la boca contraída, parecía un San Juan Evangelista en procesión.Se le cayó una moneda y el hombre se agachó, por instinto, a recogerla. Al hacerlo, tuvo tan mala suerte que se volvió a destorcer, el cuerpo sacudido por una contracción y la cara crispada por el dolor. - Llévame al médico, anda…Entonces le dije:- Vira para atrás, ya que estás ahí, y que te lo vuelva a arreglar.Y dice el hombre, la voz en un resuello:- ¡Ni anque tenga que asentar el culo en una tunera! (Nota: Todo lo relatado es estrictamente cierto y sucedido. Sólo he omitido el contenido del bramido, irreproducible.)
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