Nuestro buen amigo Sergio Naranjo volvió a Tamaraceite y a su iglesia tras muchos años y muchas anécdotas y insabores. Por lo que parece el reencuentro con su pasado no fue del todo negativo y pudieron aflorar los momentos buenos que por lo que se lee, sí que los hubo.
Nada más entrar, cientos de ojos se volvieron desde el recuerdo hacia mi persona, mientras una docena larga de otras personas rezaban el rosario. No había tiempo, pero no pudo haber prisa durante un rato.
Mi vida retornó, veinticinco años son muchos, tantos como los que a veces hay quien no viva, o quien haga su vida en tanto tiempo. Pero volví. La sensación de familiaridad era la misma, los bancos iguales, las cristaleras son maravillosas, el presbiterio sigue irradiando majestuosidad. El mural de don Jesús luce ahora algo descolorido porque la luz es mucha; antes, con menos luz brillaba más y los tonos azules se resaltaban mejor.Las imágenes me siguen llamando, me siguen diciendo sus cosas, me siguen preguntando por las mías. El confesionario está donde siempre, aunque el que está no sea aquel que todos mis secretos sabía.
Don Luis seguía mayestático con los brazos en su barriga; don Francisco seguía increpando a la gente lo poco que gana un cura; don Olegario me sigue echando a mí la culpa de que la gente no vaya a misa.
Y un falangista da las órdenes en la plaza; y un coro canta aquellas maravillosas canciones de la Transición; y el pueblo está situado en sus lugares habituales; y aquella vez que le juré amor a una chiquilla ante el altar; y los bautizos y las comuniones y las bodas y el adiós a tanta gente conocida, gente que era mi gente.
Y el Belén, aquella fantástica parada en el recorrido por mis recuerdos.
El Belén que es un trozo de la maravilla que es la promesa del Adviento. Chispeante, gracioso, bien hecho, detallista, expresivo, cándido, despensa de amor generoso que se ofrece, ese es el Belén, con aquellos recuerdos encima, para que nadie olvide a quien está en el olvido de quienes se creen alguien.
Hoy he estado en Tamaraceite. Quise ir de pasada, no tuve tiempo para más. Pero ya es imposible no volver. A aquella plaza, donde mi hermano metió la cabeza entre los balaustres y casi se hubo de llamar a un albañil para sacarlo de allí. Aquella plaza de tantos cuchicheos y gritos, de ratos robados y alegría regalada.
Hoy estuve en casa. Don Bartolo me miró y me sonrió, casi me olvido de él. Hoy volví a Tamaraceite.
2 comentarios:
Buen recuerdo Sergio, además de ser una bonita historia, me has traido el recuerdo de los balaustres de la plaza, yo fui también de los que metieron la cabeza por ahí, jajaja. aun recuerdo los tirones y los calambrazos que me daba el cuello al sacarme de allí. ¡Cuantas anecdotas de esa plaza, la verdadera, la antigua. Cuando mis padres para entrar a las verbenas (y no dejaban pasar los niños) mi madre me pasaba tapada con una pañoleta en brazos y le decían al señor de la entrada ¡Es que se me quedo dormidita! y yo bajo la pañoleta con los ojos como platos, jajaja. Fue la plaza de mis primeros tonteos juveniles y casí infantiles de mi primer pretendiente que ya no está entre nosotros.Del comienzo de mi noviazgo con el que fue mi marido. En fin...¡Muchos recuerdos tiene esa plaza de San Antonio Abad para muchas generaciones! Un saludo,Eva.
(La mamá de Mensy)
Otro para ti, Eva.
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