jueves, 21 de abril de 2011

Los Viernes Santos de antes

Chicas de Tamaraceite preparándose para ir a misa.
Todavía recuerdo en mi niñez aquellos viernes santos solemnes, donde solo se escuchaba música clásica y te podías llevar un buen "coscorrón" si se te ocurría entonar alguna canción que no fuera religiosa.
Pero el viernes santo comenzaba realmente, por lo menos en mi familia, el jueves por la noche, cuando después de la misa de jueves santo acudíamos a visitar los Monumentos o las Siete Iglesias. Era un ritual visitar los Santísimos y acabar en Tamaraceite a las 10 de la noche para la Hora Santa, una hora de reflexión y oración delante del Monumento para a continuación hacer el Vía Crucis por las calles del pueblo. Durante un tiempo tuvimos la oportunidad de disfrutar del Vía Crucis Viviente que tan brillantemente se interpretaba por nuestras calles y que tenía como actor principal a Cillo en el papel de Jesús y donde se implicaba buena parte de nuestra gente, algunos incluso poniendo las luces de los coches en el Campo de la Manzanilla para que se pudiera ver el momento de la crucificción.
El viernes amanecía en silencio, se hablaba lo menos posible porque Jesús moría esa tarde y por supuesto no se comía carne. Lo tradicional era el sancocho de cherne salado con papas sancochadas y batata. ¡Tenías sed hasta el día siguiente! A las 5 había que acudir a la iglesia a escuchar el Sermón de las 7 Palabras y a besar la cruz para a continuación salir en procesión por nuestras calles con un respeto absoluto. Los hombres iban de luto, con corbata negra, las mujeres, algunas con mantilla y nada de colores chillones. Los hombres iban tras el Cristo Yacente y las mujeres tras la Vírgen de los Dolores o de San Juan que también se sacaba en aquellos años de mi niñez.
Hasta el sábado por la noche no se podía poner música, ni cantar, ni sonaban las campanas, hablar lo imprescindible y en algunos pueblos sonaba la "matraca", una especia de rueda que hacía ruido y que sustituía a las campanas.
El día de luto acababa el sábado por la noche con la Vigilia de Resurrección, que no podía ser antes de las 12 de la noche, y donde se quemaba a Judas en la Plaza como símbolo de quema del pecado y de aquél que había entregado a Jesús hacía dos días.
Los tiempos cambian, pero gracias a Dios que muchas de estas tradiciones no han cambiado, porque como decía hoy un octogenario entrevistado para una televisión nacional, la fe es la que da la vida. Y no deja de tener toda la razón porque estudios recientes dicen que los creyentes viven más. ¿Por qué será?

jueves, 7 de abril de 2011

El matador de Tamaraceite

Las Palmas de Gran Canaria era, en 1985, una ciudad entregada a la Unión Deportiva que, a través de Willie Jones, se enganchó al baloncesto
MARTÍN ALONSO Willie D. Jones aterrizó en Las Palmas de Gran Canaria en el verano de 1985 para enrolarse en las filas del Claret, un equipo que en ese momento asomaba por primera ocasión en su historia en la Liga ACB y que en su propia ciudad debía convivir con la relevancia total de la Unión Deportiva Las Palmas.
Reclutado bajo un contrato temporal, Willie D. Jones no tardó en fascinar a directivos, técnicos, compañeros y, en especial, a aficionados.
Acudir en peregrinación a Tamaraceite, donde se ubicaba el feudo del actual Granca antes de la construcción del Centro Insular de Deportes, se convirtió en un acto continuo de veneración para todos los apasionados del baloncesto, que en el jugador de Buffalo encontraron la primera leyenda de un club que empezaba a emerger.
Aupado sobre 204 centímetros, sustentados sobre dos finas piernas que ejercían como auténticos muelles, Willie D. Jones convirtió la suerte del mate en un arte de una belleza plástica superior.
Semifinalista en el concurso de mates del All-Star celebrado en San Benito en 1986 (injustamente eliminado en la ronda de semifinales), cada vuelo de Willie D. Jones se celebraba en Tamaraceite con la vehemencia de una parroquia de fieles totalmente entregada.
Pero no sólo del mate vivía el ala-pívot estadounidense, un anotador compulsivo, productivo cerca y lejos del aro, rentable tanto de cara como de espalda a la canasta, capaz de promediar 26,4 puntos por partido (disputó 27 encuentros) en su debut en la ACB.
Formado en la Universidad de Vanderbilt, antes de dar el salto a Europa tuvo una oportunidad en la NBA con los Clippers de San Diego, donde disputó 13 partidos en dos temporadas. De allí dio el salto a Italia, donde jugó en el Master Valentino Roma. En España también militó en el Gin MG Espanyol y Valvi Girona, aunque siempre será recordado como el matador de Tamaraceite.
Fuente: La Provincia