Las alcantarillas de la memoria. (Cualquier parecido con la realidad es puro cuento.
Cosa tuya, lector, será creerlo o no. Como haces con tantos otros que te han dicho. Y que sabías que era un cuento.) Sergio Naranjo
Cosa tuya, lector, será creerlo o no. Como haces con tantos otros que te han dicho. Y que sabías que era un cuento.) Sergio Naranjo
El trol nos trincó al Jalufo y a mí jugando a las carreras de bolígrafos en su clase, y nos echó de allí. Fuera nos quedamos, en la escalera de aquella V-11 que resultaba hasta peligrosa. Nos pusimos a reír, tal es la gracia que le hacen esas tonterías a la mente de un treceañero. En esto asomó aquel animal, su cara daba espanto. Yo estaba primero, pero además se vio que venía por mí. Me jincó una cantidad de leña atroz, con las palmas, con los puños, con los pies; me fue tirando por las escaleras hasta el descansillo de abajo mientras pronunciaba insultos impronunciables. Allí me dejó, tirado, dolorido, sólo medianamente calmado cuando el secretario le espetó la locura que estaba haciendo. Pero no se lo recalcó demasiado, que con el trol se podía jugar un expediente. Me quedé quieto, desturronado, el Jalufo asombrado, pero lo tranquilicé, y cuando casi al final de la clase el salvaje nos mandó entrar, lo hice riendo, aunque me dolía hasta el alma, para no quedar mal ante nadie. Tiempos. Si ello aconteciera hoy, me habría escapado al centro de salud y a la comisaría, pero aquello pasó antes, y si mis padres se hubiesen enterado habría sido peor, habrían dado por buena la paliza y quién quita si no la hubieran completado.
Al llegar el final del curso, yo ya sabía que estaba suspendido. En realidad, lo tenía claro desde mucho antes, pero poco a poco se me iba haciendo imposible entender qué contenía su asignatura. No podía preguntar, pero él siempre lo hacía para ponerme en ridículo y tener por dónde dejar justificado el más que cantado suspenso. A la hora de repartir las notas a los padres, fue mi madre por allí, y el trol estaba al acecho. En cuanto me tocó a mí, el tolete de mi tutor se encogió y le dio paso a aquella bestia. No quiso saber nada que no fuera meterle mano a su novia debajo de las escaleras, mientras el otro se ensañaba con mi madre, tan católica ella, en explicarle que con el niño no había nada que hacer, que era muy mal estudiante y que no servía para nada. O repetía curso o se iba a la formación profesional, no había más que hablar. Pero eso sí, tenía que recuperar en verano, porque su nivel era tan bajo que ni para lo otro servía. El tutor, pusilánime, asintió, y trató de justificar tan buenas notas en general con aquel suspenso que no se justificaba, pero lo hizo. Lo hizo tan bien que me valió la bronca de mi madre todo el trayecto de vuelta a casa y el guantazo de mi padre. Tan bien lo hizo que me lo he encontrado muchas veces después y no me he dado ni por conocido. No lo puedo ni ver. El Cabo entraba en el patio de abajo todas las mañanas como un misil. La cabeza inclinada hacia delante; las cejas clavadas en los ojos; la boca crispada hacia abajo; la perilla que le daba un aspecto demoníaco; las manos cruzadas en la lumbar; enfundado en una bata blanca. Correteaba a un lado y otro, gritaba, daba órdenes paramilitares, golpeaba, expulsaba y finalmente iba a rendir sus cuentas a la maestra rubia, pininsular ella, ante quien se transfiguraba en un caballero sonriente y quijotesco. Cuando se enfrentó con quienes íbamos a clases de recuperación, soltó una frase que no voy a olvidar nunca: “No estamos aquí para buscar el provecho de mañana, sino para aprovechar el día de hoy.” Durante aquellas clases, el Cabo me presionó, me atosigó, me sometió al mayor grado de exigencia de la asignatura. Y siempre salí bien parado, siempre respondí, resolví, trabajé. Hasta que un día, cerca ya de septiembre, al acabarse las clases, se dirigió donde yo estaba sentado y, gracias a eso, se puso a mirarme con su pose tan característica, y me dijo: “¿Y cómo es que has suspendido tú esta asignatura?” “Usted sabe que ya estaba suspendido, no es que yo suspendiera”, dije yo. Y entonces, el Cabo levantó las cejas, torció la boca, se giró sobre sus talones y muy despacio se fue hasta su mesa. Pena de no haberte tenido de maestro, oye, qué distinto habría sido todo. El día de la entrega de notas se volvió a repetir el ceremonial. En cuanto me tocaba a mí, el trol se interpuso entre mi madre y el tutor tolete. Exigió el resguardo de la matrícula del instituto de FP, condición sinequa non para darme el aprobado del examen. No había aparecido en todo el verano por el colegio; no sabía qué había hecho o estudiado yo, si había aprovechado el tiempo; sólo sabía que iba a por mí. Y hasta que mi madre, tan católica ella, no le enseñó el papel amarillo aquel, no dio su conformidad. El examen, que yo reclamé, nunca apareció, hasta que la paciencia de mi madre se acabó y nos fuimos de allí. He pasado más de treinta años odiándote, maldiciéndote, día por día, cada vez que recuerdo aquello, cada vez que cobro mi paupérrima nómina, oficial de máquinas de FP II, mediocre electricista, yo que quería ser ingeniero de electrónica. La vida es un tren que al pobre le pasa y si no se sube, de nada le vale correr detrás. Y tú me apartaste del andén, trol. No podré perdonarte nunca, y por eso nunca he querido volver al colegio, porqueme tengo miedo. Porque te puedo ver y buscarme la ruina, listillo, a ver si ahora me pegas. No hasta hoy. La vida ha sido una sucesión de cosas buenas y malas, y los antiguos alumnos del Adán mehan demostrado que las malas, como tú, han de quedarse en su sitio: En las alcantarillas de la memoria
Al llegar el final del curso, yo ya sabía que estaba suspendido. En realidad, lo tenía claro desde mucho antes, pero poco a poco se me iba haciendo imposible entender qué contenía su asignatura. No podía preguntar, pero él siempre lo hacía para ponerme en ridículo y tener por dónde dejar justificado el más que cantado suspenso. A la hora de repartir las notas a los padres, fue mi madre por allí, y el trol estaba al acecho. En cuanto me tocó a mí, el tolete de mi tutor se encogió y le dio paso a aquella bestia. No quiso saber nada que no fuera meterle mano a su novia debajo de las escaleras, mientras el otro se ensañaba con mi madre, tan católica ella, en explicarle que con el niño no había nada que hacer, que era muy mal estudiante y que no servía para nada. O repetía curso o se iba a la formación profesional, no había más que hablar. Pero eso sí, tenía que recuperar en verano, porque su nivel era tan bajo que ni para lo otro servía. El tutor, pusilánime, asintió, y trató de justificar tan buenas notas en general con aquel suspenso que no se justificaba, pero lo hizo. Lo hizo tan bien que me valió la bronca de mi madre todo el trayecto de vuelta a casa y el guantazo de mi padre. Tan bien lo hizo que me lo he encontrado muchas veces después y no me he dado ni por conocido. No lo puedo ni ver. El Cabo entraba en el patio de abajo todas las mañanas como un misil. La cabeza inclinada hacia delante; las cejas clavadas en los ojos; la boca crispada hacia abajo; la perilla que le daba un aspecto demoníaco; las manos cruzadas en la lumbar; enfundado en una bata blanca. Correteaba a un lado y otro, gritaba, daba órdenes paramilitares, golpeaba, expulsaba y finalmente iba a rendir sus cuentas a la maestra rubia, pininsular ella, ante quien se transfiguraba en un caballero sonriente y quijotesco. Cuando se enfrentó con quienes íbamos a clases de recuperación, soltó una frase que no voy a olvidar nunca: “No estamos aquí para buscar el provecho de mañana, sino para aprovechar el día de hoy.” Durante aquellas clases, el Cabo me presionó, me atosigó, me sometió al mayor grado de exigencia de la asignatura. Y siempre salí bien parado, siempre respondí, resolví, trabajé. Hasta que un día, cerca ya de septiembre, al acabarse las clases, se dirigió donde yo estaba sentado y, gracias a eso, se puso a mirarme con su pose tan característica, y me dijo: “¿Y cómo es que has suspendido tú esta asignatura?” “Usted sabe que ya estaba suspendido, no es que yo suspendiera”, dije yo. Y entonces, el Cabo levantó las cejas, torció la boca, se giró sobre sus talones y muy despacio se fue hasta su mesa. Pena de no haberte tenido de maestro, oye, qué distinto habría sido todo. El día de la entrega de notas se volvió a repetir el ceremonial. En cuanto me tocaba a mí, el trol se interpuso entre mi madre y el tutor tolete. Exigió el resguardo de la matrícula del instituto de FP, condición sinequa non para darme el aprobado del examen. No había aparecido en todo el verano por el colegio; no sabía qué había hecho o estudiado yo, si había aprovechado el tiempo; sólo sabía que iba a por mí. Y hasta que mi madre, tan católica ella, no le enseñó el papel amarillo aquel, no dio su conformidad. El examen, que yo reclamé, nunca apareció, hasta que la paciencia de mi madre se acabó y nos fuimos de allí. He pasado más de treinta años odiándote, maldiciéndote, día por día, cada vez que recuerdo aquello, cada vez que cobro mi paupérrima nómina, oficial de máquinas de FP II, mediocre electricista, yo que quería ser ingeniero de electrónica. La vida es un tren que al pobre le pasa y si no se sube, de nada le vale correr detrás. Y tú me apartaste del andén, trol. No podré perdonarte nunca, y por eso nunca he querido volver al colegio, porqueme tengo miedo. Porque te puedo ver y buscarme la ruina, listillo, a ver si ahora me pegas. No hasta hoy. La vida ha sido una sucesión de cosas buenas y malas, y los antiguos alumnos del Adán mehan demostrado que las malas, como tú, han de quedarse en su sitio: En las alcantarillas de la memoria
1 comentario:
Sergio, me he emocionado y también he sentido mucha impotencia con lo que has escrito.
Gracias a Dios las cosas han cambiado y no se puede ir dando leña a todo meter a los críos en los colegios.
También yo pasé por la experiencia de ser despreciada por un profesor para participar en un festival de fin de curso.
Recuerdo que comenzamos a ensayar las chiquillas y yo las canciones:
"Singin in the rain" de Sheyla B.Debotion y la de "Let's all chant" y cuando él cogió los ensayos me dejó fuera.
Nunca he podido olvidar esa sensación de desprecio y desplante a mis 14 ó 15 años...nunca.
Siempre tuve la ilusión de que cuando llegase a 8º podría sentirme como una "reina por un día", participando en el festival de fin de curso de mi último año en el Colegio, pero no pudo ser...
Gracias a Dios las cosas cambiaron y esas actividades comenzaron a llevarlas Conchy Moreno y Guillermo Cabrera y ahí si que ha tenido cabida todo el que ha querido y ha tenido ilusión por participar, incluídos los padres.
A raíz de mi mala experiencia siempre he dejado y empujado a mis hijos que participen en todo lo que allí y fuera de allí se ha realizado y a ellos tanto les ha ilusionado.
Bueno no quiero enrollarme más...a ver si un día me dedico a escribir por aquí alguna de mis vivenvias en el Cole... pero buenas..jajajaj.
Sergio te voy a dejar mi correo para que me envíes el tuyo y hacerte llegar algo que igual te puede gustar.
Mi correo es:
mensy_radio@hotmail.com
Un besote Sergio, ¿por cierto quién era el trol?
Mency Marrero
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