jueves, 28 de octubre de 2010

Los Finaos

Este fin de semana se celebra en muchos lugares de nuestras islas la Fiesta de Los Finaos, popularmente como se conoce a los difuntos, y palabra que hoy en día está en desuso. Las familias y los amigos se reunían para recordar a sus difuntos, contando anécdotas de los mismos a la vez que se comían castañas, nueces o piñas asadas. Después venían  las taifas y las parrandas, culminando así este día de los finaos, eso sí, sin que faltara la misa de los difuntos.
En nuestro distrito, el Ayuntamiento ha organizado este año la Fiesta de Los Finaos, en San Lorenzo, con participación ciudadana ataviada con vestimenta tradicional, al igual que varios grupos musicales. En Tamaraceite también se va a realizar este sábado una fiesta popular a las 8:30 de la noche con asaderos de castañas, ventorrillos y más de una parranda que amenizará la noche. Hay que señalar que esta fiesta, al contrario que la de San Lorenzo, que ha sido financiada por el Ayuntamiento, ha sido organizada por los propios vecinos, por lo que se pide la participación popular.
Antiguamente los chiquillos también participaban en este día de los Finaos, ya que iban de casa en casa, la víspera, el Día de Todos Los Santos, tocando por las casas con unas taleguitas de tela. Cuando les abrían las puertas, los chiquillos preguntaban "hay santos", a lo que habitualmente les respondían afirmativamente, y entonces les ponían en las talegas castañas,  almendras, nueces o higos pasados, y algún que otro dulce, sí había. Al final, los chiquillos los compartían con su familia cuando se reunían para la celebración.
Una pena que se pierdan tradiciones como estas.

sábado, 23 de octubre de 2010

¡Qué tiempos aquellos de la tele en blanco y negro!



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¡Qué tiempos aquellos! Hoy me he encontrado por casualidad una canción de "Los Triunfitos"  que me ha hecho casi sin querer volver la mirada atrás, cuando la tele unía a la familia no como ahora que se pelean por el mando. Había lo que había y generalmente siempre gustaba. Recuerdos de la tarde de los sábados, en que, sentados enfrente al televisor en blanco y negro de lámparas, esperábamos pacientemente a que comenzaran los dibujos después de la película, que la mayoría de las veces era del oeste americano. A estas series normalmente le acompañaba el bocadillo de jamón con mantequilla o queso y si ese día se podía, generalmente el fin de semana,  el vaso de clipper o baya- baya. Los tiempos cambian y la tele también. Las series de antes eran para todos, porque no había otra. Ahora, afortunada o desgraciadamente, podemos elegir entre no sé cuántas cadenas lo que hace que, incluso en la misma casa, cada cual vea lo que quiera o le apetezca pero sin compartirlo con el resto, sin comentarlo y casi sin disfrutarlo. En Tamaraceite los chiquillos nos íbamos a la tienda de Macriver o a la de Santiaguito Ramos para ver en sus escaparates la tele a color, algo que nos parecía extraordinario y si le preguntamos a los chiquillos de hoy piensan que ha existido toda la vida. Cuando llegó la Segunda Cadena allá cuando comenzaba el Mundial de Naranjito, el del 82, cuando los Mundiales tenían mascota, las azoteas de Tamaraceite se llenaban de antenas del segundo canal y Fernando el de la ferretería se hacía el agosto ya que no daba abasto con la demanda. Recuerdo algún chiquillo, que hoy está por la cuarentena, que se dedicaba a montar antenas en La Montañeta a cambio de una propinilla para poder comprar las cámaras de las bicicletas y los parches para cuando pinchaban. La tele ha cambiado y nosotros también. No sabemos si cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que sí que está claro que se compartía más, delante de la tele, sin tanta publicidad y sin estos programas basura que ponen a horas infantiles y que no son aptos ni para mayores de edad en muchos casos. Por esto, hoy he disfrutado de Los Triunfitos, porque me han hecho revivir momentos pasados que ya casi tenía olvidados.

lunes, 18 de octubre de 2010

La luchada

En 1979 yo empecé mi periplo por la Formación Profesional en el Instituto de Arucas, por diversas causas y por haber sido un penco. Más de treinta años más tarde no me arrepiento de ser un humilde electricista. (Ni de haber sido un penco) Durante aquel primer curso 1979-80 tuve el honor y el orgullo de ser conocido allí como “El Tamara-ceite”, aunque dudo mucho que nuestro Pueblo compartiera tales sentimientos.

Mi fama era notable en medio de aquella clase descomunal, cuarenta y tres alumnos en 1º Eléctrico A de FP I, en lo que a cuestiones gimnásticas se refiere. No se ha vuelto a ver chirgueta más malamañado desde esos tiempos. Al menos hasta mediados de los noventa no se tenían noticias de otro que hubiese partido una pértiga en un salto. Ni de nadie que tuviera tanta proporción de caídas fuera del colchón. Si el potro no estaba bien agarrado al suelo, galopaba más que uno de verdad. ¡Oh! Lanzando el disco o la jabalina no paraba ni uno sino detrás de mí. Con eso y con más que daría para un libro y no es el caso, no es de extrañar que cuando me tocaba intervenir a mí se formara primero la expectación general y al final llegara la jarana de costumbre.

Una vez nos llevó el profesor hasta el Terrero Municipal de Arucas, con la loable intención de darnos una clase práctica de Lucha Canaria. Ocupados los asientos en el graderío que tenía aquello, apareció el hombre acompañado por una gigantesca figura a su lado, a quien nos presentó como puntal C del Bañaderos. ¡Jesús por Dios! Si así era un C, un puntal A debería ser lo menos el Coloso de Rodas. Dadas las primeras explicaciones, se pasó a hacer la primera práctica de una de las mañas más populares, la burra. Al momento de pedir un voluntario, ya se puede imaginar quién fue elegido por aclamación popular.

Allá fue este pobre, tan ancho como un pajullo, en medio de un jolgorio que no se veía ni en el Insular, a encararse con aquel luchador equipado con la vestimenta reglamentaria y yo con un chándal negro de raya roja debajo de un pantalón corto rojo, camiseta blanca y playeras de esas azules y blancas, equipado en Casa Marcelita. Al profesor, mal rayo lo partiera, se le escapaba la risa debajo del bigote y se le atragantaba la explicación. El luchador no movió un músculo de la cara ni sus ojos de la mía.

Con gritos de ánimo, sinceros y conmovedores, me animaba mi afición: “¡Ay, Tamaraceite! ¡Muérdele una oreja! ¡Sóplale le sobaco! ¡Písale los ñoños! …” Al momento de fajarme con aquel Goliat y dar los tres piques, se formó una escandalera tan grande que hasta el Cristo Negro se despertó. Pero allí no había David que sirviera, y en un tris tras tuve una panorámica al derecho y al revés de mi linda Vega de Arucas, de conjunto tropical, alfombra de plataneras y todo. Molido como un zurrón, escupiendo arena hasta por las orejas, arrullado por las carcajadas, este pobre gladiador fracasado se levantó como pudo cuando pudo jallarse.

Y mientras encontraba el tino y la cosa se fue calmando, dice el profesor que íbamos a hacer una pardelera. Cuando me explicaron lo que era eso, salí de la arena como un volador: “¡Una pardelera, no…! ¡Un palomar, te voy a dar yo a ti!”

Autor: Sergio Naranjo