lunes, 26 de enero de 2015

"Tamaraceite, por San Antonio te voy a ver..."

Por Esteban G. Santana Cabrera
LPDLP. “Tamaraceite, Tamaraceite por San Antonio te voy a ver, Tamaraceite, Tamaraceite vino y bizcochos quiero comer” Este es un pequeño fragmento de la canción “Tamaraceite bonito” escrito hace unos años por Antonio Abad Arencibia y que se sigue tarareando por chicos y grandes en las fiestas patronales que se celebran en pleno mes de enero. Y en lo que no se equivoca la canción es que las fiestas de Tamaraceite sigue atrayendo sobre todo a los que tienen algún lazo con este pueblo.
Si hay un acto importante y peculiar en las fiestas de esta parroquia capitalina, que todavía sigue siendo pueblo a pesar de la transformación que ha sufrido en los últimos años, es la bendición de los animales en lo alto de La Cruz de la Montañeta. Un espacio desde el que se divisan las Isletas, la Montaña de Arucas y hasta el Pico de Osorio y que es engalanado por los vecinos para acoger a toda aquella persona que busque unas gotas de agua bendita para ese ser que le hace compañía. Hasta el lugar se desplazan, partiendo de la Plaza de San Jorge en Los Bloques, personas del pueblo y de los barrios limítrofes, pero también de otros lugares de la isla para que San Antonio Abad bendiga a sus mascotas al son de las notas musicales de la banda.
Un acto de fe pero también de tradición popular que comenzó su andadura con la creación de la parroquia en 1939, realizándose primeramente en la ermita de la Mayordomía y que en los años setenta se trasladó hasta el lugar más alto de la Montañeta. Los que hemos sido fieles a este acto de las Fiestas de Tamaraceite en los últimos cuarenta años, nos damos cuenta de que la ilusión es la de siempre. Como la de Ángel un pequeño que va con un perro más grande que él y que dice “que va para que el cura le eche agüita bendita”. O la de Anita que lleva a su perrita ya entrada en años para que San Antonio la mantenga viva hasta el año que viene.
La Fiesta de San Antonio Abad de Tamaraceite no tiene nada que ver con la de antes, ni mejor ni peor, diferente. Antiguamente, todos los vecinos se volcaban con las fiestas, las vivían y las sentían suyas. Había actos que eran multitudinarios como las carreras de bicicletas en la Carretera General, los papagüevos, los bailes en el Cine, en la Sociedad de Recreo o en La Plaza y cómo no, las recordadas carreras de caracoles. Nunca faltaba en nuestras fiestas la elección de la reina, a la que se presentaban las mozas más guapas del pueblo, un acto que quedaba muy lejos de ser discriminatorio para la mujer, al contrario, porque ellas, que no tenían un papel muy relevante en la sociedad de aquellos años, se sentían reinas por unos cuantos días y eran admiradas y ovacionadas por todos, hombres y mujeres, grandes y chicos. Las misas nocturnas en la ermita de La Mayordomía las tengo aún en la retina, cuando en ésta los asientos eran de troncos de palmeras y la gente iba alumbrándose con pequeñas linternas para no caerse y poder ser vistos por los coches que pasaban por allí. En esta misma ermita, ahora enterrada por la Circunvalación, se realizaba la bendición de los animales. 
Otros tiempos que nos llenan de nostalgia pero que con actos sencillos como los de ayer en el que las vacas, ovejas, cerdos y burros han dejado paso a perros, gatos, pájaros, serpientes, ratones y tortugas, nos llevan a gritar una vez más: "Viva San Antonio Abad", "Viva Tamaraceite". Animales distintos, dueños distintos, pero la misma ilusión.

jueves, 15 de enero de 2015

Agustín el sacristán

No es habitual en esta página poner un obituario pero hoy el personaje se lo merece. Agustinito el sacristán de Tamaraceite nos ha dejado para siempre.  Fue elegido Premio Radio Tamaraceite, hace algunos años ya, por su dedicación a los demás. Y este premio no lo tiene cualquiera, y les explico. Si les preguntamos a los trabajadores sobre lo que les gustaría hacer cuando llegue su edad de jubilación veremos que en un alto porcentaje estos contestarán que desean que les llegue la jubilación para descansar, irse de viaje, no hacer nada o dedicarse a la familia. El caso de Agustín fue muy diferente al del resto de los mortales trabajadores, porque él se jubiló para dedicar su vida a los demás y a la iglesia, a su iglesia de Tamaraceite, esa que vio nacer y ser creada parroquia cuando apenas tenía 12 o 13 años. 

Pastelero reconocido, trabajó en el turismo en el sur de la isla cuando no había autopista y no se podía ir y venir todos los días. Su viejo Triumph verde fue su fiel acompañante en esta etapa que terminó como chófer en Almacenes Rabadán, uno de los más conocidos de la época. Agustín siempre estuvo ligado a la parroquia, siempre que el trabajo se lo permitía. Muchas son las anécdotas que nos contaba de los curas con los que lidió y como él mismo decía, muchas fueron las misas que "dijo" en estos años. De todos los párrocos que por nuestra parroquia desfilaron podía contarnos Agustín alguna anécdota, pero es sobre los más recientes y con los que más intensamente y a fondo trabajó, sobre los que nos contaba carretas y carretones. 

Don Olegario, Don Pedro, Don Jesús, Don Miguel, Don Juan Carlos y Don Cristóbal son fieles testigos de la servicialidad de Agustín. Nunca les faltaba el alba ni los útiles de la misa porque todo estaba preparado para cuando llegaran. Pero su labor no solo consistía en abrir y cerrar el templo y que a los curas no les faltara de nada sino que hacía los arreglos imprevistos de electricidad o de la megafonía. Era un auténtico manitas. 


Agustín decidió hace unos años vivir su segunda jubilación y con ella recuperar todo ese tiempo que le había "quitado" a su familia por dedicárselo a la iglesia y a los demás. Hoy tenemos que tener muy presente a su mujer ya que si no hubiera sido por su apoyo y desapego Agustín no podría haberse dedicado en cuerpo y alma a nuestra parrquia. Tamaraceite "pierde" un buen sacristán, aunque su espíritu siempre estará en esta parroquia. Serían incontables las bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales que presenció. A todo el que llegaba a la sacristía buscando al cura él siempre lo recibía con una sonrisa y si había confianza con un buen chiste, poniendo el toque de humor a la conversación.

A partir de hoy será difícil hacernos a la idea no ver a Agustín en el presbiterio, pero es ley de vida. Hoy empieza Agustín una nueva vida en la eternidad, esa que él esperaba sin miedo.  Desde estas líneas te decimos Agustín "hasta siempre y gracias por tu servicio a Tamaraceite".

martes, 6 de enero de 2015

La ilusión de los Reyes Magos


Los Reyes Magos ya Llegaron para cumplir la ilusión y los deseos de grandes y pequeños. Uno de los días más esperados del año que a mucha gente se le atraganta porque se ha convertido en muchos casos en una fiesta de derroche y consumismo. Muchos de nuestros mayores recuerdan la noche de Reyes, cuando les ponían una naranja, una bolsita con pasas, chufas y otras cosas porque era gente pobre y no tenían para más. El Día de Reyes de hace unos años eran reyes de patineta o bicicleta y alguna golosina, una muñeca de trapo o una “rasqueta”, de esas que dan vueltas y hacen ruido y con la que se recorría el barrio o el pueblo haciéndose notar.

Los niños de antes esperaban el Día de Reyes con ilusión, aunque ésta se transformaba en decepción y lágrimas al ver que otros tenían regalos y a ellos no les llegaba nada. 
La muñeca y el balón eran y siguen siendo el juguete preferido de los y las pequeñas para emular a sus ídolos, para, antiguamente jugar en la plaza, la carretera o alguno de los muchos estanques que había o en la actualidad para lucir las mejores galas de los grandes del fútbol español o para sacar las muñecas a la calle.


La imaginación de antes se ha ido perdiendo. Los juguetes, la mayoría de las veces eran artesanales como los barcos de lata al que le ponían una vela o el tronco de una palma. También se usaba el “caballito” que consistía en una caña con un hilo amarrado por las piernas, el que lo llevaba se daba un par de “tortas en el culo” y salía corriendo. Para frenar imitaban un relincho y hasta dejaban el caballo amarrado. Y qué decir de los carretones, tiraderas, trompos y boliches.


La ilusión antes y ahora siempre ha estado presente, los zapatos nunca han dejado de ponerse, aún a sabiendas que los Reyes unas veces vienen más o menos cargados de juguetes, dependiendo de la casa a donde vayan. Vivamos con ilusión, grandes y pequeños el Día de Reyes, y no dejemos morir a ese niño que llevamos dentro con el consumismo más despiadado y que sea ésta una oportunidad para la solidaridad y contribuir a que niños y mayores también puedan vivir este día único en el año con ilusión y esperanza.