Hasta no hace mucho años, prácticamente hasta los años 60 del siglo XX, no había agua corriente en las casas. Existían las llamadas aljibes pero que sólo las tenían las personas más pudientes. Es por ello que si las familias querían tener agua para lavar, para hacer de comer o para beber tenían que ir a buscarla. Pepe Déniz, uno de los tamaraceiteros que más conoce las anécdotas de nuestro pueblo, los ojos se le ponen como platos cuando le hablan del Pilar. Él recuerda que el primer pilar estuvo enfrente de Carmita Déniz y luego hubo otro que estaba un poco más arriba, pero siempre ubicado en la calle Belén.
El grifo del Pilar lo abría a las 7 de la mañana maestro Fernando Cabrera, el de Antoñita de la Cruz, para por último dejar paso a Fernandito Aguilar, de Tenoya. El horario de cierre era más o menos las 4 de la tarde.
Antes de existir El Pilar la gente tenía que ir a buscar el agua al barranco donde también iban a lavar la ropa. El agua se transportaba de una manera muy peculiar, según fuese hombre o mujer. Las mujeres se ponían un trapo viejo, toalla o manta en la cabeza que se denominaba “ruedo” y que servía para llevar el cacharro. El ruedo también se utilizaba para llevar la compra, los lavados,...
Los hombres iban a buscar el agua con “ganchos”, que era una madera gruesa con un cerco en los extremos donde se le ponía una cuerda o verguillas y ahí colgaban los ganchos que servían para llevar los cacharros. Los más pudientes en vez de verguilla o cuerda le ponían cadenas.
La gente se levantaba a las 6 de la mañana para poner el cacharro en fila. Generalmente se ponían los cacharros más viejos y agujereados que luego se cambiaban por los “nuevos”, por decir algo. Estos cacharros eran de pintura, de aceitunas o de petróleo. Cuando se iban rompiendo se les ponía jabón para que no se saliese el agua.
La cola para coger el agua llegaba hasta la casa de Prudencio Medina. Se utilizaba este agua para la comida, para regar las flores y para ducharse, una vez a la semana con jaboncillo la cabeza y el resto del cuerpo con jabón “suasto” y estropajo. Antes se cocinaba con bostas de vaca, tabaibas, leña o brasero y el agua, sobre todo en invierno, se calentaba para no coger una “pulmonía”.
Los que iban a buscar baldes pequeños no se ponían en fila. Los cacharros se tapaban con hojas de “capa de la reina”. Los guardias eran los encargados de guardar el orden ya que había muchas peleas y discusiones. Juanito Vargas y Juanito Pérez, el de San Lorenzo, eran los guardias más recios. Antonio el de El Zardo y Nazareno también eran dos de los guardias que les tocaba darse sus paseos por el Pilar.
El Pilar fue fiel testigo de las desigualdades sociales de Tamaraceite entre la gente de la Carretera y la gente de la Montañeta. No se veía a nadie de la Carretera llenando los baldes en el Pilar. Solían darle una “propinilla” a los chiquillos por llevarle un balde de agua (7 perras y media o 1 peseta). También en la Carretera y en la Cruz del Ovejero había mucha gente que tenía aljibes y que vendían el agua a 2 perras o 1 real el balde.
Aparte de un punto de visita obligado para los habitantes de Tamaraceite, el Pilar era también punto de encuentro, charla y entretenimiento. Allí iba gente de todos los lugares de Tamaraceite. Personajes carismáticos del Pilar eran Carmita Trujillo, Adelita Torres, Inés Tejera, Rosario,...
Muchos eran los juegos que practicaban los más jóvenes mientras esperaban el turno. “Calimbre”, “planto”, “palito salvo”, “pinto la uva, pinto el garbanzo”, “huevo, araña, caña”, “piola”, “plío - plín”, “tropo”, “tángara”, “anillito”, “chique”, “soga”,... Otros compraban chuflas en la tienda de Mariquita Serapita para pasar el rato.
Finalmente si seguimos por la calle Belén hacia arriba nos encontramos con la Plaza de la Cruz, donde se realiza cada año y durante las fiestas de San Antonio Abad, la bendición de los animales. Los vecinos llevan sus mascotas a que sean bendecidas por el cura. En los últimos años la gente suele llevar también animales más grandes como cabras, cerdos o caballos. Ésta es una tradición que se conserva en Tamaraceite desde hace muchos años y que atrae a gente de otros lugares para bendecir los animales.
Con El Pilar finalizamos este paseo por Tamaraceite. Esperamos que a los mayores les haya hecho recordar cosas de su infancia y a los más pequeños les haya servido para conocer cómo vivían nuestros antepasados. Deseamos que esta publicación ponga una pilastra en nuestra historia, para que ésta no se pierda con el paso de los años.
El grifo del Pilar lo abría a las 7 de la mañana maestro Fernando Cabrera, el de Antoñita de la Cruz, para por último dejar paso a Fernandito Aguilar, de Tenoya. El horario de cierre era más o menos las 4 de la tarde.
Antes de existir El Pilar la gente tenía que ir a buscar el agua al barranco donde también iban a lavar la ropa. El agua se transportaba de una manera muy peculiar, según fuese hombre o mujer. Las mujeres se ponían un trapo viejo, toalla o manta en la cabeza que se denominaba “ruedo” y que servía para llevar el cacharro. El ruedo también se utilizaba para llevar la compra, los lavados,...
Los hombres iban a buscar el agua con “ganchos”, que era una madera gruesa con un cerco en los extremos donde se le ponía una cuerda o verguillas y ahí colgaban los ganchos que servían para llevar los cacharros. Los más pudientes en vez de verguilla o cuerda le ponían cadenas.
La gente se levantaba a las 6 de la mañana para poner el cacharro en fila. Generalmente se ponían los cacharros más viejos y agujereados que luego se cambiaban por los “nuevos”, por decir algo. Estos cacharros eran de pintura, de aceitunas o de petróleo. Cuando se iban rompiendo se les ponía jabón para que no se saliese el agua.
La cola para coger el agua llegaba hasta la casa de Prudencio Medina. Se utilizaba este agua para la comida, para regar las flores y para ducharse, una vez a la semana con jaboncillo la cabeza y el resto del cuerpo con jabón “suasto” y estropajo. Antes se cocinaba con bostas de vaca, tabaibas, leña o brasero y el agua, sobre todo en invierno, se calentaba para no coger una “pulmonía”.
Los que iban a buscar baldes pequeños no se ponían en fila. Los cacharros se tapaban con hojas de “capa de la reina”. Los guardias eran los encargados de guardar el orden ya que había muchas peleas y discusiones. Juanito Vargas y Juanito Pérez, el de San Lorenzo, eran los guardias más recios. Antonio el de El Zardo y Nazareno también eran dos de los guardias que les tocaba darse sus paseos por el Pilar.
El Pilar fue fiel testigo de las desigualdades sociales de Tamaraceite entre la gente de la Carretera y la gente de la Montañeta. No se veía a nadie de la Carretera llenando los baldes en el Pilar. Solían darle una “propinilla” a los chiquillos por llevarle un balde de agua (7 perras y media o 1 peseta). También en la Carretera y en la Cruz del Ovejero había mucha gente que tenía aljibes y que vendían el agua a 2 perras o 1 real el balde.
Aparte de un punto de visita obligado para los habitantes de Tamaraceite, el Pilar era también punto de encuentro, charla y entretenimiento. Allí iba gente de todos los lugares de Tamaraceite. Personajes carismáticos del Pilar eran Carmita Trujillo, Adelita Torres, Inés Tejera, Rosario,...
Muchos eran los juegos que practicaban los más jóvenes mientras esperaban el turno. “Calimbre”, “planto”, “palito salvo”, “pinto la uva, pinto el garbanzo”, “huevo, araña, caña”, “piola”, “plío - plín”, “tropo”, “tángara”, “anillito”, “chique”, “soga”,... Otros compraban chuflas en la tienda de Mariquita Serapita para pasar el rato.
Finalmente si seguimos por la calle Belén hacia arriba nos encontramos con la Plaza de la Cruz, donde se realiza cada año y durante las fiestas de San Antonio Abad, la bendición de los animales. Los vecinos llevan sus mascotas a que sean bendecidas por el cura. En los últimos años la gente suele llevar también animales más grandes como cabras, cerdos o caballos. Ésta es una tradición que se conserva en Tamaraceite desde hace muchos años y que atrae a gente de otros lugares para bendecir los animales.
Con El Pilar finalizamos este paseo por Tamaraceite. Esperamos que a los mayores les haya hecho recordar cosas de su infancia y a los más pequeños les haya servido para conocer cómo vivían nuestros antepasados. Deseamos que esta publicación ponga una pilastra en nuestra historia, para que ésta no se pierda con el paso de los años.
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