jueves, 3 de julio de 2008

EL BARRANCO.


Aquí vamos a comenzar nuestro paseo por Tamaraceite. Este lugar está muy ligado sobre todo a la historia más reciente de nuestro pueblo ya que era, entre otros, un punto obligado de encuentro de pequeños y mayores, ya sea para jugar, para ir a lavar, etc. Aunque ya veremos como también para los primeros pobladores de esta zona el barranco era el lugar escogido para vivir.
Esta unidad de paisaje presenta una morfogénesis propia de los barrancos. Carracedo dice que está formado por materiales sedimentarios y coladas fonolíticas. Vicente Araña le añade pilow lavas y basaltos de la serie Roque Nublo.
Si nos damos una vuelta por aquí nos podemos encontrar con materiales fonolíticos en forma de potentes coladas en el cauce del barranco e incursiones de coladas basálticas recientes procedentes de los conos volcánicos de Los Giles. Colindando entre el curso medio y bajo del barranco hay materiales sedimentarios recientes (aluviones arrastrados por el propio barranco y desprendimientos de las tierras de las laderas) y materiales sedimentarios marinos (arenas grises y finas)
Climatológicamente es la zona que recoge mayores niveles pluviométricos y es la unidad que menos insolación recibe. La vegetación pertenece a un ecotono integrado, formado por una vegetación potencial de palmeras, tabaibas, tarahales, dragos y plantas halófilas. La vegetación actual está muy esquilmada y formada por palmeras, tabaibas, tuneras, tarahales, pitas, barrilla, dragos, mimos y pastizales abandonados. En La Guillena, dentro de un espacio que recibe la denominación de Lomo del Drago se encuentra un conjunto de dragos en el margen derecho del barranco de Tamaraceite. Crecen aquí una treintena larga de ejemplares de Dracaena draco, una de las dos especies de dragos que se desarrollan de forma natural en la isla. Ocupan un espacio marginal, en la que fueran amplias fincas, sin que se tenga certeza de cuando fueron plantados y si realmente fue así.
En cuanto a las palmeras se da el caso de que en algunas fincas abandonadas de la zona colindante al barranco, ejemplares de esta especie nacen espontáneamente lo que viene a confirmar que este lugar fue hasta no hace más que unos pocos siglos un inmenso palmeral.
Pero el barranco de Tamaraceite, como ya decíamos al principio de este capítulo, tuvo vital importancia en la vida de la gente del pueblo desde época prehispánica ya que ahí es donde se han encontrado restos de necrópolis y construcciones (zona de Los Dragos, en la ribera del barranco, entre San Lorenzo y la Casa Pico, Los Giles, Lomo los Frailes, etc.) Es fácil intuir que en esta época la abundancia de agua y las tierras fértiles hacían de las zonas aledañas al barranco un lugar más que apetecible para vivir.
Si damos un salto en el tiempo y llegamos hasta principios del S. XX el barranco es punto de encuentro sobre todo para las mujeres ya que era uno de los lugares donde se reunían a lavar la ropa. Ella era la protagonista de la vida social ya que el marido se pasaba el día trabajando, desde que amanecía hasta el anochecer. Se levantaban de madrugada para preparar la “talega” al marido, que salía a trabajar a las 6 de la mañana, y ya no se acostaban para ir haciendo las tareas de la casa y tener el desayuno y la ropa de los chiquillos para llevarlos a la escuela.
Cuando los niños estaban en la escuela las mujeres aprovechaban para ir a lavar al barranco, a las acequias, a la Paterna, Cuesta Blanca o donde hubiese agua ese día. Había algunas que aparte de las labores domésticas se dedicaban a hacer algunos “lavados” de las personas más pudientes de Tamaraceite y de Las Palmas. Eran las llamadas lavanderas, como Anita Quevedo, Conchita y otras muchas que burro en mano recorrían sus buenos kilómetros por 20 pesetas al mes y así ayudar a la economía doméstica. Las que no se dedicaban a esto también tenían que recorrer muchos kilómetros para hacer los lavados. Utilizaban jabón “lagarto” y “suasto” para blanquear. Muchas se metían dentro de la acequia o los estanques para que la ropa quedase más limpia, sobre todo si era ropa de hilo, pesada, o algodón. La ropa blanca, al terminar el lavado se metía en un cubo con añil para que quedara más blanquita.
Durante el lavado, entre conversación y conversación, entre discusión y discusión, que también las había, se echaban algo a la boca, algún higo pasado generalmente, porque la tarea duraba todo el día, que generalmente era los lunes, cuando solía correr el agua. La ropa venía casi seca, la ponían encima de las piedras o las pitas para que así no se ensuciara. La ropa blanca era la que tendían en casa ya que sólo la traían torcida.
Cuando llegaban de lavar había que meterse en la cocina. ¡Antes no había que pensar qué hacer de comer al siguiente día!. Los que no tenían cocinilla de hierro, ponían dos piedras y leña para hacer el fuego. En vez de leña iban a buscar a la Montaña de San Gregorio la “gamona” o utilizaban tuneras indias secas, “bostas”, tabaibas o serrín.
El potaje era la comida habitual, los plátanos verdes sancochados con aceite y vinagre, café y cebada. La carne era para los domingos y el que tenía gallinas a esperar que pusieran para ir a vender el huevo o cambiarlo por algo de sustento. La leche sí que no faltaba porque casi todo el mundo tenía una cabrita en su casa. De la cabra se aprovechaba todo, el “veletén” , el suero y el queso porque la mantequilla era para los más pudientes. Un hecho que incluso yo recuerdo, es ir a los alpendres de don Sixto Henríquez a tomar leche y gofio, poniendo la “escudilla” debajo de la teta de la vaca.
Los potajes eran de judías o jaramagos y caldos de papas con cebolla que era el “conduto”. El aceite era a granel igual que el petróleo, como los granos que venían en sacos y se compraba ¼ Kg, ½ Kg, etc.
La contabilidad era otra de las tareas que tenía que llevar la mujer de esta época. Los “fiados” eran la manera peculiar de compra, no hacía falta tarjeta ni monedas. Se pagaba semanalmente o en las fechas de pago como era el 18 de julio o las pascuas. Cuando pagaban se le regalaba un caramelo de regaliz. Hay que tener en cuenta que muchas de nuestras madres y abuelas no sabían leer ni escribir, pero tenían una manera particular de llevar la contabilidad: la peseta era una cruz, la perra una raya y el duro un círculo. Y nadie les engañaba.
Otra de las maneras de comprar era hacerlo a los vendedores ambulantes. Esta era una imagen típica de los pueblos de nuestra isla. En Tamaraceite eran muchos los que vendían, sobre todo pescado, como Juanito el árabe, Pinito, Juan Cantero y Andrecito.
Antes no se congelaban los alimentos, aunque no hacía falta ya que los alimentos no se guardaban sino que se compraba lo del día. Si se quería conservar de un día para otro lo ponían cerca de la pila del agua y allí se mantenía fresquito.
Ya por la tarde y después de recoger la cocina tocaba echarse un “buchito” de café, aunque éste no tenga nada que ver con el café de ahora ya que incluso había que tostarlo en casa, en los “molinillos” que todavía algunos conservan.
Otra de las labores de la casa era planchar. Después de recoger la ropa que se había llevado a lavar tan lejos y con tanto sacrificio había que plancharla, que era algo más complicado que actualmente. Primero había que dar fuego al brasero y poner los hierros a calentar. Las cosas se facilitaron mucho cuando llegaron las planchas de carbón. Después de planchar se ponían a coser, hasta que se iba el sol porque después ya no se veía bien. Una de las tareas que se ha ido perdiendo es la de “zurcir”. Se le colocaba a los calcetines un huevo de madera para poder hacer bien el zurcido, aunque también éste también se le hacía al resto de la ropa. Las mujeres, casi todas, sabían coser y ellas mismas se hacían los trajes y los de sus hijos. Una tradición era estrenar para la fiesta de San Lorenzo. Para las que no sabían coser o no se les daba nada más que los remiendos, había costureras como Paquita Cabrera. Las que podían ahorrar un duro iban a Las Palmas a las tiendas de Rivero o Cardona y pagaban con un vale.
En lo que no se perdía mucho tiempo era en limpiar el baño, porque no lo había. No existía ni el papel higiénico y se utilizaba una piedra o papel vaso, con el que nos envolvían el grano en la tienda. Para limpiar los exteriores de la casa, para evitar las pulgas y los carrancios, se utilizaba el “zotal”. Para los interiores, ya que los pisos eran de cemento, se utilizaba petróleo para que se quedaran brillantes.
En otro orden de cosas, si alguien se ponía malo iba a la farmacia de Don Paco Arencibia o a la de Don Vicente Artiles, más tarde. Si la cosa iba a más se iba al médico o al practicante que te ponía una inyección utilizando la misma jeringuilla que antes había utilizado con otro paciente que no sabía si tenía gripe, tifus o hepatitis. Quién no se acuerda de Don José el médico o de Don Aurelio Gutiérrez, por cuyas manos pasaron todos los niños que ahora tienen 40 ó 50 años. Pero también había remedios caseros como la leche caliente de mujer parida, el agua del “rolo” o del millo o aceite caliente para el dolor de oídos. Para el dolor de “barriga” se calentaba aceite y se ponía en un papel vaso sobre el lugar donde dolía. Para la fiebre se abrigaba y era típico coger un “sudor” para bajar la temperatura. A la hora de dar a luz, los partos eran en las casas. Muchos de los niños que ahora tienen 40, 50 ó 60 años nacieron con Mariquita García, Encarnacionita López o Cesarita Afonso, las parteras del pueblo, a las que venían a buscar desde otros pueblos para que asistieran a las parturientas. Las mujeres no querían ir a la clínica porque asociaban el ir a la clínica con morirse, ya que allí iban los partos difíciles y que las parteras no podían asistir a pesar de su experiencia
Otra de las labores de las madres y de las hijas, que las mandaban, era ir a buscar agua al pilar, para bañarse, para la comida o para regar las flores, ya que hasta bien entrados los años 60 fue cuando se empezó a instalar el agua corriente en las casas. Una de las primeras personas que tuvo el agua corriente en la Montañeta fue Pedro Benítez.
Los tamaraceiteros y tamaraceiteras se bañaban con palanganas y el agua se calentaba primero y luego se mezclaba. El baño, no como ahora, era todas las semanas y si las mujeres tenían el periodo, el agua no se podía ni tocar porque se volvían “locas”.
Las mujeres más jóvenes, cuando acababan la tarea y ya entrada la noche, a la luz de un candil de carburo y alguna que otra vela, mientras los hombres estaban echando una partidita, se iban a casa de las amigas a hablar de novios o a escuchar en la radio las novelas de “Radio Andorra” que era la única que se oía por los años 60.
Hay que destacar que muchas de las radios a válvulas y alimentadas con batería las montaba Macriver en cajas de madera que servían de transporte para botellas de bebida, cuando tenía un pequeño taller en la Carretera General, antes de trasladarse a La Cruz del Ovejero, lo que luego sería un gran centro comercial para la época. También Manolo Cabrera fue uno de los primeros que trajo la televisión a Canarias. La marca DeWald fue una de las más conocidas.
Ya llegada la noche, nunca después de las nueve, se iban a casa a dormir, compartiendo la cama con los hermanos ya que las casas no eran como las de ahora en que cada uno tiene su cuarto, pero con mucha, mucha alegría porque como dice el dicho, no es más feliz el que más tiene sino el que menos conoce.
El barranco, como otros lugares de nuestra geografía local, fue un referente en la vida del Tamaraceite de después de la Guerra Civil Española y por ello hemos aprovechado este capítulo para recordar cómo vivían nuestros abuelos y abuelas y cómo, sin las comodidades de hoy en día, se las ingeniaban para “tirar para adelante” y criar a los hijos.

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