La Carretera General o lo que la gente de aquí no hace más de 30 ó 40 años denominaba El Paseo es nuestra siguiente parada por este paseo por Tamaraceite. Fue una encrucijada de caminos entre la zona Norte de la isla y la capital, hasta no hace muchos años. Esta importancia se remonta hasta la época de la conquista, como así lo atestiguan ilustres viajeros que han pasado por las islas. René Verneau dice: ”en Tamaraceite todos los cocheros que vienen de la capital hacen su primera parada, para que sus caballos descansen”.
El Paseo, en los años 40 y 50 era un vínculo de unión y un punto de encuentro para la gente del pueblo. En aquella época sólo había tres señores con coche: don Francisco Aguilar, don Juan Suárez y los González y los tres eran de la marca Ford. Por ello no quedaba más remedio que hacer vida en Tamaraceite.
También el Paseo era el lugar de reunión para muchos jóvenes, con otros que venían de fuera, del Puerto, del Lomo Apolinario, etc. Todos esperaban con muchas ganas a que llegase el domingo o el día de fiesta para sacar “la ropa de los domingos” y salir a pasear.
Los límites del Paseo eran desde el bar de “Vicente el Chico” hasta el Cruce de San Lorenzo, unos 300 metros aproximadamente. Siempre había algunos, con pareja claro, que arriesgaban a irse un poquito más arriba.
Por allí pasaba el “coche de hora” y los “piratas” que unían Las Palmas con Arucas y Teror. Eran muy lentos pero también respetuosos con la gente que paseaba. Para ir a estudiar a Las Palmas había que coger el “coche de hora” de las cinco de la mañana para poder llegar a tiempo, ya que el siguiente pasaba a las nueve. Si a alguien se le escapaba el coche de hora tenía que venir caminando, sobre todo si esperaban al último de la noche.
Los jóvenes y no tan jóvenes de Tamaraceite hacían un pequeño paseo el domingo por la mañana, a la salida de la misa, que iba desde la plaza hasta el almacén de Lela Suárez, allí se hacían fotos en la casa de Juan Suárez, en la granja, donde había una mimosa muy bonita.
Pero el auténtico paseo era el de la tarde que empezaba a las 5 ó 6 después de la salida del cine. Si tratásemos de hacer una fotografía de aquel paseo que disfrutaron tanto aquellas generaciones, podríamos comenzar por el cruce de San Lorenzo, allí donde antes estuvo la farmacia de don Vicente hasta los años 80, había un bar, el de Mariquita Ortega que tenía unas sombrillitas en la plaza. Enfrente estaba maestro Ulpiano que era latonero y tenía la latonería encima de la casa de Manzano y justo enfrente del cruce, en el local sobre el que vive don Pedro del Rosario, había una zapatería, la de maestro Fernando.
Correos y Teléfonos estaban un poquito más abajo, cuando los teléfonos eran de manivela y los números se marcaban a través de la operadora que allí se encontraba. El n º 1 lo tenía Juan Pérez, el n º 2 el molino, el n º 3 la farmacia, etc. La central telefónica estaba abierta incluso sábados y domingos hasta las 9 de la noche.
Caminando hacia la plaza estaba la casa de los Benítez, Servando y Paquitina, la casa de Feliciano, Don Fernando Pulido y luego la tienda de Mariquita Serapita y don Félix, practicante y sacamuelas.
En el callejón del cine, en lo bajo de la casa de Don Fernando Pulido había un bar que lo tuvo maestro Luciano y también Juan Pérez.
En la acera de enfrente y desde la farmacia hacia la plaza estaba el molino de Juan Suárez. Una imagen característica al pasar por allí era las mujeres cosiendo sacos dentro del molino mientras la gente hacía cola esperando por el gofio, ya que incluso venían de otros lugares con su cartilla de racionamiento. A estas dos fotografías de la posguerra hay que unirle el olor a millo tostado que le daba un toque más que pintoresco a este escenario.
Un poco más abajo estaba situada la tienda de Jaime, que luego fue una barbería. Bajando nos encontrábamos con la farmacia de don Paco Arencibia, la casa de los Arencibia y el callejón. Pasando este empinado callejón se encontraba la casa de Manolito Acosta, colindando con el edificio donde estuvo la sede del Ayuntamiento de San Lorenzo y donde ahora está la Casa de la Cultura.
Siguiendo por esta misma acera nos podíamos encontrar el “centro comercial” de Juan Pérez, tienda, ferretería, cafetería y bar. Éste tenía también un lugar de reunión donde se encontraban los más pudientes del pueblo, don Vicente Artiles, Peníchet, Aguilar, ...
Si volvemos a cruzar la carretera y desde el callejón del cine hasta la plaza, al lado de Mariquita Pernía estaba el bar de Horacio que antes fue una carpintería cuya especialidad eran las cajas de muertos.
Un lugar importante dentro del paseo y en la vida del Tamaraceite de estas décadas fue la Sociedad de Recreo, que también era un punto de encuentro para la gente de la carretera ya que a muchos vecinos de la Montañeta no los dejaban pasar. Los chiquillos se pasaban horas detrás de don Félix, presidente de la Sociedad durante unos años, para que les dejasen entrar y hacer los clásicos “asaltos” o bailes a media tarde.
En la tienda de Mariquita Serapita en la subida de el cine, se podía comprar embutidos, chorizos, arroz, pan, golosinas, chufas y chochos, A muchos pobres de Tamaraceite los socorrió Mariquita en tiempos de escasez dándoles “fiaos” que en la mayoría de los casos no recuperaba.
Los coches de hora hacían su parada en la misma curva, y muchos de los que en ellos viajaban bajaban a comprar los famosos bizcochos lustrados de Doña María Villegas que estaban hechos de una masa compuesta de la flor de la harina, huevos y azúcar cocida en un horno pequeño y en trozos de distintas formas y no gran tamaño. Se le llama lustrado porque está cubierto de una capa de almíbar a punto de nieve que se cristaliza al meterla en el horno.
En el muro de Doña María Villegas y en el de Juan Pérez se formaban grandes tertulias, al igual que en el bar de Cristóbal, un poco más abajo, punto este importante del paseo por sus olores y por los encantos de Fiíta. En los descansos de los bailes se iba al bar de Cristóbal a comer calamares, vueltas o mero y la copita de anís, sifón, vermut o la clásica cerveza.
Llegando a la plaza estaba la casa de don José el médico, enfrente estaba la casa de Lola Martín y la escuela de Don Santiago y Don Lorenzo. Por debajo de la plaza vivían los Vieras, Bolaños tenía la escuela y en la esquina con la calle Magdalena el bar de Vicente. Desde este punto se oía el croar de las ranas en el “estanque de las gallinas” y se podía oler las retamas de La Herradura.
Viendo a personajes del paseo como a Juan Suárez, sentado en su silla al revés, fumando la cachimba, “Padre Dios”, los guardias, los marineros, los chiquillos jugando a las chapas y al fútbol, etc. Si a esto le unimos el olor que desprendían los bares, la música de los bailes en la plaza y en la Sociedad, la bocina del coche de hora, el olor a gofio y a pan que hacen que los que no vivimos ésta época, nos sea fácil imaginar que Tamaraceite podría ser la inspiración de cualquier película de la época.
El Paseo, en los años 40 y 50 era un vínculo de unión y un punto de encuentro para la gente del pueblo. En aquella época sólo había tres señores con coche: don Francisco Aguilar, don Juan Suárez y los González y los tres eran de la marca Ford. Por ello no quedaba más remedio que hacer vida en Tamaraceite.
También el Paseo era el lugar de reunión para muchos jóvenes, con otros que venían de fuera, del Puerto, del Lomo Apolinario, etc. Todos esperaban con muchas ganas a que llegase el domingo o el día de fiesta para sacar “la ropa de los domingos” y salir a pasear.
Los límites del Paseo eran desde el bar de “Vicente el Chico” hasta el Cruce de San Lorenzo, unos 300 metros aproximadamente. Siempre había algunos, con pareja claro, que arriesgaban a irse un poquito más arriba.
Por allí pasaba el “coche de hora” y los “piratas” que unían Las Palmas con Arucas y Teror. Eran muy lentos pero también respetuosos con la gente que paseaba. Para ir a estudiar a Las Palmas había que coger el “coche de hora” de las cinco de la mañana para poder llegar a tiempo, ya que el siguiente pasaba a las nueve. Si a alguien se le escapaba el coche de hora tenía que venir caminando, sobre todo si esperaban al último de la noche.
Los jóvenes y no tan jóvenes de Tamaraceite hacían un pequeño paseo el domingo por la mañana, a la salida de la misa, que iba desde la plaza hasta el almacén de Lela Suárez, allí se hacían fotos en la casa de Juan Suárez, en la granja, donde había una mimosa muy bonita.
Pero el auténtico paseo era el de la tarde que empezaba a las 5 ó 6 después de la salida del cine. Si tratásemos de hacer una fotografía de aquel paseo que disfrutaron tanto aquellas generaciones, podríamos comenzar por el cruce de San Lorenzo, allí donde antes estuvo la farmacia de don Vicente hasta los años 80, había un bar, el de Mariquita Ortega que tenía unas sombrillitas en la plaza. Enfrente estaba maestro Ulpiano que era latonero y tenía la latonería encima de la casa de Manzano y justo enfrente del cruce, en el local sobre el que vive don Pedro del Rosario, había una zapatería, la de maestro Fernando.
Correos y Teléfonos estaban un poquito más abajo, cuando los teléfonos eran de manivela y los números se marcaban a través de la operadora que allí se encontraba. El n º 1 lo tenía Juan Pérez, el n º 2 el molino, el n º 3 la farmacia, etc. La central telefónica estaba abierta incluso sábados y domingos hasta las 9 de la noche.
Caminando hacia la plaza estaba la casa de los Benítez, Servando y Paquitina, la casa de Feliciano, Don Fernando Pulido y luego la tienda de Mariquita Serapita y don Félix, practicante y sacamuelas.
En el callejón del cine, en lo bajo de la casa de Don Fernando Pulido había un bar que lo tuvo maestro Luciano y también Juan Pérez.
En la acera de enfrente y desde la farmacia hacia la plaza estaba el molino de Juan Suárez. Una imagen característica al pasar por allí era las mujeres cosiendo sacos dentro del molino mientras la gente hacía cola esperando por el gofio, ya que incluso venían de otros lugares con su cartilla de racionamiento. A estas dos fotografías de la posguerra hay que unirle el olor a millo tostado que le daba un toque más que pintoresco a este escenario.
Un poco más abajo estaba situada la tienda de Jaime, que luego fue una barbería. Bajando nos encontrábamos con la farmacia de don Paco Arencibia, la casa de los Arencibia y el callejón. Pasando este empinado callejón se encontraba la casa de Manolito Acosta, colindando con el edificio donde estuvo la sede del Ayuntamiento de San Lorenzo y donde ahora está la Casa de la Cultura.
Siguiendo por esta misma acera nos podíamos encontrar el “centro comercial” de Juan Pérez, tienda, ferretería, cafetería y bar. Éste tenía también un lugar de reunión donde se encontraban los más pudientes del pueblo, don Vicente Artiles, Peníchet, Aguilar, ...
Si volvemos a cruzar la carretera y desde el callejón del cine hasta la plaza, al lado de Mariquita Pernía estaba el bar de Horacio que antes fue una carpintería cuya especialidad eran las cajas de muertos.
Un lugar importante dentro del paseo y en la vida del Tamaraceite de estas décadas fue la Sociedad de Recreo, que también era un punto de encuentro para la gente de la carretera ya que a muchos vecinos de la Montañeta no los dejaban pasar. Los chiquillos se pasaban horas detrás de don Félix, presidente de la Sociedad durante unos años, para que les dejasen entrar y hacer los clásicos “asaltos” o bailes a media tarde.
En la tienda de Mariquita Serapita en la subida de el cine, se podía comprar embutidos, chorizos, arroz, pan, golosinas, chufas y chochos, A muchos pobres de Tamaraceite los socorrió Mariquita en tiempos de escasez dándoles “fiaos” que en la mayoría de los casos no recuperaba.
Los coches de hora hacían su parada en la misma curva, y muchos de los que en ellos viajaban bajaban a comprar los famosos bizcochos lustrados de Doña María Villegas que estaban hechos de una masa compuesta de la flor de la harina, huevos y azúcar cocida en un horno pequeño y en trozos de distintas formas y no gran tamaño. Se le llama lustrado porque está cubierto de una capa de almíbar a punto de nieve que se cristaliza al meterla en el horno.
En el muro de Doña María Villegas y en el de Juan Pérez se formaban grandes tertulias, al igual que en el bar de Cristóbal, un poco más abajo, punto este importante del paseo por sus olores y por los encantos de Fiíta. En los descansos de los bailes se iba al bar de Cristóbal a comer calamares, vueltas o mero y la copita de anís, sifón, vermut o la clásica cerveza.
Llegando a la plaza estaba la casa de don José el médico, enfrente estaba la casa de Lola Martín y la escuela de Don Santiago y Don Lorenzo. Por debajo de la plaza vivían los Vieras, Bolaños tenía la escuela y en la esquina con la calle Magdalena el bar de Vicente. Desde este punto se oía el croar de las ranas en el “estanque de las gallinas” y se podía oler las retamas de La Herradura.
Viendo a personajes del paseo como a Juan Suárez, sentado en su silla al revés, fumando la cachimba, “Padre Dios”, los guardias, los marineros, los chiquillos jugando a las chapas y al fútbol, etc. Si a esto le unimos el olor que desprendían los bares, la música de los bailes en la plaza y en la Sociedad, la bocina del coche de hora, el olor a gofio y a pan que hacen que los que no vivimos ésta época, nos sea fácil imaginar que Tamaraceite podría ser la inspiración de cualquier película de la época.
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