La emigración es un fenómeno que afectó a muchas familias tamaraceiteras o tamaraceitenses como dice nuestro buen amigo Antonio Ojeda.
La gran expansión económica y la oferta de empleo en algunos países como Brasil y Venezuela en los años 50 y 60, hizo necesario que hubiera que recurrir a la mano de obra extranjera para poder atender esta demanda que, por su peligrosidad o peor sueldo, no era atendida por los propios del país.
A principios de los 50, muchos de los tamaraceiteros como Francisco González, Andrés, Facundo y Suso Bolaños, Santiago Ramos, José Juan Arencibia, José Manuel Tejera, etc. tuvieron que emigrar a países sudamericanos, sobre todo a Venezuela y cuando esta cerraba sus fronteras, a Brasil, en busca de un trabajo que en Gran Canaria no encontraban. Allí llevaron a cabo actividades laborales en los niveles inferiores de la industria y de los servicios, peonaje industrial, construcción, hostelería, servicio doméstico, etc.
Esta emigración de mitad de siglo contribuyó en algunos de nuestros vecinos a traer un dinero y adquirir experiencia que aquí en la isla era imposible de conseguir.
Tamaraceite pasó con los años de ser un pueblo emisor de mano de obra hacia otros lugares a ser un lugar receptor de mano de obra y de personas que trabajando en otro sitio y procedentes del campo (Artenara, Teror, etc.), se asentaban en esta zona por su cercanía al centro de trabajo.
Vivir en Tamaraceite por los años 50 era duro, había que levantarse dos horas antes para ir a trabajar hasta Guanarteme y volver caminando si no había dinero. No se ganaba mucho, los domingos se iba a la plaza, al cine, el que tuviera dinero o a casa de don Santiago el Grande en La Montañeta para ver “Los Cristobalitos”, títeres que hablaban detrás de unas cortinas de sacos de guano.
Irse a trabajar a Venezuela o a Brasil no fue fácil ya que “la tierra arrastra”. Pero muchos de nuestros paisanos sí que lo hicieron y la verdad, con bastante suerte. Barcos como “El Lucania” italiano, y cuya travesía duraba 7 u 8 días, “El Entrerríos”, carguero argentino acomodado para emigrantes en el que había barracones donde dormían más de 40 personas los 12 días que duraba el viaje o “El Cabo de San Vicente”, fueron los nombres de algunas de las embarcaciones que hasta allí los llevaron.
Los papeles los arreglaba “La Emigración Católica” que estaba situada en la iglesia de El Pino, en el Puerto. Costaba unas 4.000 ptas. irse a Brasil, se pagaba la mitad aquí, antes de zarpar y el resto al llegar allá. Manolo Falcón, Martín, Colín de las Torres, Ramón Beltrán, Minguillo y Paco fueron algunos de los que se fueron para allá.
Sao Paulo y Río de Janeiro fueron las ciudades brasileñas que acogieron a los hermanos Bolaños, donde empezaron ganando unas 200 ptas. a la semana.
Andrés a los ocho meses de estar en Río se fue a Sao Paulo, donde lo empleó el embajador de España en Río. Ya en Río comenzó a trabajar de sastre. Allí estuvo tres años trabajando para después irse a Venezuela. Andrés aprendió deprisa el portugués. En Sao Paulo le llamaban “carioca” porque hablaba portugués como los de Río. Allí conoció a Ademir, futbolista de la selección brasileña que eliminó a España del campeonato del mundo.
Facundo, su hermano, llego a tener a 200 personas trabajando a su cargo y empleó a Paco, José Manuel y a Minguito entre otros.
Santiago Ramos se fue a Venezuela cuando tenía un buen trabajo, en la oficina de los González, pero quería progresar. Empezó trabajando en una carpintería, luego pasó a ser chofer en la embajada de Caracas hasta que se compró un camión y se dedicó al transporte del jugo “Yuquerí” y de chatarra. Más adelante se compró un taxi y se dedicó en su tiempo libre, los domingos, a trabajar con el coche para ganar más dinero y poder enviarlo a su familia.
Todavía recuerda algún momento entrañable de su estancia en Venezuela: “fue cruzando el lago Maracaibo cargado de Yuquerí, vimos un petrolero llamado Tenerife, al ver el nombre e ir algunos canarios conmigo comenzamos a saludarlo, cuando el barco nos respondió al saludo con la sirena, no pude contener las lágrimas”.
Para ahorrar dinero Santiago Ramos dice: “sólo fui al cine una vez en mi estancia en Venezuela porque quería ahorrar para mandarlo para Tamaraceite. Como los fines de semana no había transporte con el camión, me compré un taxi para ganar unos bolívares”.
Muchos de ellos recuerdan todavía hoy, momentos en que la emoción les embargaba al oír hablar de Tamaraceite o hacerlo con sus seres queridos. Manuel Cabrera Rivero, conocido por Macriver, jugó un papel importante de enlace entre los que tuvieron que emigrar y sus familias en el pueblo. Adoración se acuerda de hacer cientos de kilómetros para ir a hablar con su familia por una emisora de radioaficionado. Sus padres estaban con Manolo Macriver y ella no pudo articular palabra.
Finales de los 60 y principios de los 70 fueron los años de la vuelta. Al llegar se encuentran con otro Tamaraceite: “había más coches, más trabajo, sobre todo en el puerto, haber ido para allá nos abrió muchas puertas aquí”.
Sin duda que la experiencia es un grado y la vivida por estas personas, como la de muchos otros que aunque no aparecen recogidos en este blog sí que los tenemos muy presentes, fue algo que los marcaría para toda la vida.
La gran expansión económica y la oferta de empleo en algunos países como Brasil y Venezuela en los años 50 y 60, hizo necesario que hubiera que recurrir a la mano de obra extranjera para poder atender esta demanda que, por su peligrosidad o peor sueldo, no era atendida por los propios del país.
A principios de los 50, muchos de los tamaraceiteros como Francisco González, Andrés, Facundo y Suso Bolaños, Santiago Ramos, José Juan Arencibia, José Manuel Tejera, etc. tuvieron que emigrar a países sudamericanos, sobre todo a Venezuela y cuando esta cerraba sus fronteras, a Brasil, en busca de un trabajo que en Gran Canaria no encontraban. Allí llevaron a cabo actividades laborales en los niveles inferiores de la industria y de los servicios, peonaje industrial, construcción, hostelería, servicio doméstico, etc.
Esta emigración de mitad de siglo contribuyó en algunos de nuestros vecinos a traer un dinero y adquirir experiencia que aquí en la isla era imposible de conseguir.
Tamaraceite pasó con los años de ser un pueblo emisor de mano de obra hacia otros lugares a ser un lugar receptor de mano de obra y de personas que trabajando en otro sitio y procedentes del campo (Artenara, Teror, etc.), se asentaban en esta zona por su cercanía al centro de trabajo.
Vivir en Tamaraceite por los años 50 era duro, había que levantarse dos horas antes para ir a trabajar hasta Guanarteme y volver caminando si no había dinero. No se ganaba mucho, los domingos se iba a la plaza, al cine, el que tuviera dinero o a casa de don Santiago el Grande en La Montañeta para ver “Los Cristobalitos”, títeres que hablaban detrás de unas cortinas de sacos de guano.
Irse a trabajar a Venezuela o a Brasil no fue fácil ya que “la tierra arrastra”. Pero muchos de nuestros paisanos sí que lo hicieron y la verdad, con bastante suerte. Barcos como “El Lucania” italiano, y cuya travesía duraba 7 u 8 días, “El Entrerríos”, carguero argentino acomodado para emigrantes en el que había barracones donde dormían más de 40 personas los 12 días que duraba el viaje o “El Cabo de San Vicente”, fueron los nombres de algunas de las embarcaciones que hasta allí los llevaron.
Los papeles los arreglaba “La Emigración Católica” que estaba situada en la iglesia de El Pino, en el Puerto. Costaba unas 4.000 ptas. irse a Brasil, se pagaba la mitad aquí, antes de zarpar y el resto al llegar allá. Manolo Falcón, Martín, Colín de las Torres, Ramón Beltrán, Minguillo y Paco fueron algunos de los que se fueron para allá.
Sao Paulo y Río de Janeiro fueron las ciudades brasileñas que acogieron a los hermanos Bolaños, donde empezaron ganando unas 200 ptas. a la semana.
Andrés a los ocho meses de estar en Río se fue a Sao Paulo, donde lo empleó el embajador de España en Río. Ya en Río comenzó a trabajar de sastre. Allí estuvo tres años trabajando para después irse a Venezuela. Andrés aprendió deprisa el portugués. En Sao Paulo le llamaban “carioca” porque hablaba portugués como los de Río. Allí conoció a Ademir, futbolista de la selección brasileña que eliminó a España del campeonato del mundo.
Facundo, su hermano, llego a tener a 200 personas trabajando a su cargo y empleó a Paco, José Manuel y a Minguito entre otros.
Santiago Ramos se fue a Venezuela cuando tenía un buen trabajo, en la oficina de los González, pero quería progresar. Empezó trabajando en una carpintería, luego pasó a ser chofer en la embajada de Caracas hasta que se compró un camión y se dedicó al transporte del jugo “Yuquerí” y de chatarra. Más adelante se compró un taxi y se dedicó en su tiempo libre, los domingos, a trabajar con el coche para ganar más dinero y poder enviarlo a su familia.
Todavía recuerda algún momento entrañable de su estancia en Venezuela: “fue cruzando el lago Maracaibo cargado de Yuquerí, vimos un petrolero llamado Tenerife, al ver el nombre e ir algunos canarios conmigo comenzamos a saludarlo, cuando el barco nos respondió al saludo con la sirena, no pude contener las lágrimas”.
Para ahorrar dinero Santiago Ramos dice: “sólo fui al cine una vez en mi estancia en Venezuela porque quería ahorrar para mandarlo para Tamaraceite. Como los fines de semana no había transporte con el camión, me compré un taxi para ganar unos bolívares”.
Muchos de ellos recuerdan todavía hoy, momentos en que la emoción les embargaba al oír hablar de Tamaraceite o hacerlo con sus seres queridos. Manuel Cabrera Rivero, conocido por Macriver, jugó un papel importante de enlace entre los que tuvieron que emigrar y sus familias en el pueblo. Adoración se acuerda de hacer cientos de kilómetros para ir a hablar con su familia por una emisora de radioaficionado. Sus padres estaban con Manolo Macriver y ella no pudo articular palabra.
Finales de los 60 y principios de los 70 fueron los años de la vuelta. Al llegar se encuentran con otro Tamaraceite: “había más coches, más trabajo, sobre todo en el puerto, haber ido para allá nos abrió muchas puertas aquí”.
Sin duda que la experiencia es un grado y la vivida por estas personas, como la de muchos otros que aunque no aparecen recogidos en este blog sí que los tenemos muy presentes, fue algo que los marcaría para toda la vida.
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