Por Antonio Domínguez |
La consciencia es muchísimo más que el temor a Dios o al diablo y el apercibimiento constante del pecado. Hoy mi consciencia se abate, aquí en lo material, por la muerte del médico Don Aurelio Gutiérrez Brito; hombre de exquisita buena consciencia con los pobres y desvalidos; a los que regalaba tratamientos medicinales completos de las muestras gratuitas que recibía de los representantes.
Don Aurelio era un hombre que se marcaba metas, despreciando los sacrificios que conllevaban. Fue médico de moda y le llegaban pacientes del sur y de toda la isla, cuando, aquí en su casa de Tamaraceite fue el único médico nocturno para todo el municipio de San Lorenzo. Cuando llegaba de una urgencia, no dormía ni diez minutos para acudir a la llamada de la siguiente. Hay excepciones como en todo y con todo pero, creo que muy pocas personas no tienen pequeño o gran favor que agradecer a Don Aurelio que después de cobrar las módicas 300 pesetas por una levantada de madrugada e ir por todo el municipio a salvar vidas, se puede declarar el hombre máximo benefactor y completado con el buen trato, la conmiseración, el amor y el calor humano.
Estuve diez años como su ayudante; parte de mi dilatado currículo que empezó como lavador de coches. Siempre me decía: “…estudia Antonio, tu amor por la sabiduría es encomiable, pero del saber se come sólo con el título…”. Más tarde, cuando tuve mi taller, fue porque él vino a buscarme, a ofrecérmelo a mí primero que a nadie, y en el devenir llegué a estar un año completo sin poder pagar el alquiler (en aquél aciago país del dictador Franco) y bastantes otros más pequeños periodos. Don Aurelio siempre me decía: “…sigue para adelante Antonio, ¡lucha, defiéndete, el alquiler puede esperar!...”. Para mí fue un padre, un amigo y mi mejor educador. Nombro aquí, porque se lo merecen, a mis otros dos grandes benefactores: Don Antonio Juan Suarez y don Vicente Artiles -copropietarios de los Apartamentos ININTA donde yo ejercía mi taller- conchabados ellos dos, con don Aurelio en aras de la laxitud con mis obligaciones de arrendador.
Éste sí que podía aspirar a Santo, aun sin pisar una iglesia y sin credo religioso, que yo supiera. Hablaba con los capitostes del pueblo con el mismo acomodo que con Jacinto; o el pobre más pobre que viviera en la más profunda cueva de La Montañeta; la que pateaba a diario por la asistencia a los enfermos. Era hombre de mucho trabajo y sacrificio. De arrojo por el otro sin mimos ni pereza. Desde mi bendición corriente por humana, humanamente le bendigo (digo de usted lo mejor) mi querido preceptor y benefactor.
Mi pésame sentido a sus hijos, y hago extensivas mis condolencias a todo Tamaraceite y a todo el municipio de San Lorenzo al completo.
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