Distinguidas autoridades, miembros de la Comisión de Fiestas, señoras y señores, muy buenas noches:
Quisiera comenzar expresándoles mis mejores deseos de paz y bienestar para este nuevo año 1997 que apenas cumple unos días de vida, y felicitarles, de paso, por las fiestas patronales que, en honor de San Antonio Abad, se inician hoy en Tamaraceite.
Debo manifestar, asimismo, mi agradecimiento a la comisión organizadora de los festejos por brindarme la oportunidad de dirigirme a todos ustedes en calidad de pregonero. Quienes hemos hecho de la palabra, hablada o escrita, una actividad profesional, tenemos en la redacción de un pregón y su posterior lectura en público, algo parecido a una prueba de selectividad. Confieso que es un gran honor ocupar esta tribuna en el día de hoy. Huelga comentar lo orgulloso que me siento por la designación, por poder pregonar las fiestas de mi pueblo y por compartir esta jornada con mi gente de toda la vida.
No es este mi primer pregón, pero sí el que más me ha costado preparar, porque supone un ejercicio de responsabilidad añadido el hecho de ser tamaraceitero, nacido, criado y ensolerado, permítanme el término, en Tamaraceite, aunque, luego, los avatares de la vida, los guiños del destino y el espíritu de la bohemia le hayan llevado a uno de aquí para allá.
Sabe Dios cuántos pregoneros y de qué enorme talla y categoría me habrán precedido, gente brillante que ha recopilado y transmitido con sapiencia y cariño lo más granado y esencial del devenir de nuestra pequeña pero entrañable comunidad a través de los tiempos, gente que nos ha acercado a la figura de San Antonio Abad como referente de identidad y culto, gente que, por su trayectoria personal, profesional o artística y por su contribución a la colectividad, se ganó el nombramiento con todos los honores. Quien les habla, que no pasa de ser el autodidacta típico de la época, se siente aquí un tanto impostor interpretando la figura del pregonero, aún a sabiendas de que el ejercicio de mi actividad en el mundo de las comunicaciones, me ha regalado una cierta habilidad para, al menos, saber juntar letras. Pero un pregón es algo más: es, ante todo, sentimiento, tocar la fibra sensible de la vecindad. No sé si lo conseguiré.
Dos temas me rondaban por la cabeza como pilares fundamentales para la confección de este pregón. De un lado, rendirle un cálido reconocimiento a las figuras de Jesús y Antonio Arencibia, no sólo por tratarse de los máximos referentes artístico-culturales de Tamaraceite, sino también por su generosidad y compromiso sin límites con este templo -el mural que se encuentra a mis espaldas es una de las muestras palpables- y con la ermita de la Mayordomía; en resumen, por su fervor religioso y su defensa del latir espiritual de la parroquia. Desistí abordar este tema porque personajes de la talla de Jesús y Antonio Arencibia merecen bastante más que un modesto pregón, aunque dejo constancia de mi recuerdo hacia ellos.
Lo segundo venía a ser diametralmente opuesto en su esencia, pero sonoro en su repercusión: denunciar el abandono sistemático y contumaz con el que la clase política atropella a nuestro pueblo de manera arbitraria hasta sumirnos, en momento puntuales, en la condición de ghetto o reducto marginal. Estas etiquetas pueden parecer tremendistas, pero como mejor se entienden es viviendo fuera de Tamaraceite:“Ah, tú eres de ese barrio mafioso” –te endosan de inmediato en cuanto nombras tu procedencia-. Por fortuna, ha remitido algo el grado de inseguridad ciudadana y los periódicos ávidos de carnaza se han visto obligados a aparcar el estrellato que nos concedían en sus crónicas negras; eso sí, tras satisfacer su morbo y machacarnos con obsesión.
Aunque en buena medida se hayan superado estos duros escollos, no debemos olvidar. Para que estos políticos, muy bien pagados, por cierto, con el dinero del pueblo, y los colectivos sociales que nos representan se esmeren en defender y propiciar el desarrollo integral de Tamaraceite, será necesario recordarles a menudo estos lamentables capítulos para que no se vuelvan a repetir.
También terminé por desechar esta cuestión porque entiendo, como ya dije al principio, que un pregón ha de llegar al corazón de la gente; debe ser un mensaje de alegría y esperanza que resalte los valores de un lugar y de sus gentes, que se pronuncie en lenguaje positivo y que invite a la participación de unas fiestas con el clima propio de ellas.
En mis innumerables visitas a Tamaraceite, bien para ver a la familia, amigos o, por desgracia, a dar el último adiós a las personas que se nos han ido, contemplo con tristeza el vacío y el silencio de nuestra vieja y querida plaza. A pesar de que la han maquillado y puesto elegante hace poco tiempo, se le advierte sumida en un profundo abatimiento que, creo, por desgracia, no tiene solución alguna. Cuando subo o bajo sus escaleras, las de arriba o las de abajo, se me agolpan muchísimos recuerdos. Permítanme que dedique mi pregón y le rinda público homenaje a este cachito de Tamaraceite que, en otra época, fue el espacio físico con mayor relieve de todo nuestro pueblo, más que este sagrado templo, más que el barranco y sus charcas, más que la desaparecida Sociedad, que los campos de fútbol de El Lomo de Juanito Amador o el estanque Las Cañas, más que las escuelas del Rey o el cine Galdós..., era el corazón, el centro neurálgico, el punto de encuentro de la gente con la gente. Si recordar es volver a vivir, estoy seguro de que muchos de ustedes estarán encantados de volar en el tiempo y rememorar tantas y tantas secuencias de la película de nuestras vidas.
Desde el recién nacido en busca de la pila bautismal hasta quienes se fueron para siempre, accedieron a este templo a través de la plaza, mudo testigo del saludo a la vida y del postrero adiós, pero también de imágenes en procesión en medio de una riada humana de devotos entonando cánticos religiosos que todavía resuenan al soco de sus paredes, como retumba en los bancos de piedra el cancionero infantil: “corre, corre, que te pillo, estirar, estirar, que la coja va a pasar” o“ el patio de mi casa es particular...”; era el gran escenario de los juegos de niños y de no tan niños: desde campo de fútbol improvisado con una pelota de calcetín- trapo- calcetín o aquellas primeras de goma que amenazaban destrozar las magníficas vidrieras de las ventanas de este templo tras un reñido “capitán de uno”, “capitán de otro”, hasta el discurrir de patinetas de cojinetes u otros artilugios de fabricación casera sobre el sufrido suelo.
José el negro subía y bajaba las largas escaleras haciendo el pino, o sea, cabeza abajo y valiéndose de las palmas de las manos. Chago Guerra trepaba a pulso por uno de los laureles de India; Pepe Lezcano se despachaba a su gusto repartiendo cintazos a diestro y siniestro en aquel taimado juego. Se escuchaban las voces de chicos cantando “calimbre” o “ huevo, araña o caña”, en tanto que las muchachas saltaban a la soga o se divertían con el juego de las prendas. Todo ello mientras Pinito Villegas desde su privilegiada atalaya observaba gozosa las evoluciones de unos y otros, Juan Vargas, el guardia, prohibiendo cualquier cosa, y el cura en su misión.
La plaza fue impávida espectadora de centenares de acontecimientos religiosos y lúdicos, perfectamente combinados para recogimiento y goce de la vecindad: procesiones y desfiles de variedades; vía crucis y verbenas; alfombras de Corpus y carreras de sacos; la quema de Judas y gymkhana automovilística; primeras comuniones y obras de teatro... Y la plaza, como una madre amantísima, aceptando sin reproches. Se vivía entonces con los cinco sentidos aún puros. Echándole imaginación, recupero el olor del pan caliente de los hornos cercanos, de los calamares fritos de Fiíta o el perfume embriagador de la retama de La Herradura; me llega al oído el croar de las ranas del estanque de Santiaguito Henríquez o el “ 15 años tenía Martina” de Chago y Periquín en su banco de piedra favorito. Mi plaza era todo un mundo de percepciones, de tertulias inacabadas, del cotorreo de las comadres, de primeros amores y besos furtivos, de desencuentros y de... bodas, que bendecían don Vicente, don Pedro o don Ignacio. Seguro que ustedes podrían añadir otras muchas cosas, pero nos daría la madrugada enumerarlas y, además, íbamos a entristecer de añoranza por un tiempo pasado que ya nunca volverá.
Los comportamientos sociales han cambiado muy bruscamente; ahora manda la televisión, la sociedad de consumo, producir y producir... El futuro juzgará si el monstruo que hemos diseñado habría que enmarcarlo en un luminoso que rece: “bienvenidos a la era de la incomunicación, de la deshumanización y el egoísmo”. ¿Cómo se iba a salvar la pobre plaza de este rodillo sin sentimientos? El mundo no se detiene. La ley de la vida de hoy se rige por una regla: mirar solo hacia adelante. Quiero suponer que nuestra vieja y querida plaza aún nos puede guiñar un ojo y decirnos sin decir: ¡que me quiten lo bailao¡
Todo este inventario es para hurgarles un poco en la conciencia e intentar que no demos la espalda a este pedacito de Tamaraceite que tanto amor y cobijo nos brindó. No se trata de viajar al pasado, ni de recuperar antiguos procederes, viejos tics... No hay vuelta de hoja. Mi propuesta es reivindicar ese signo de identidad de nuestro acervo cultural y honrar a esta plaza nuestra como se merece
Quiero, desde este pregón, solicitar a la comisión de fiestas que en las próximas ediciones se incluya en el programa una jornada dedicada a la plaza en recuerdo del trascendente papel que desempeñó en la vida de todos nosotros. Sería entrañable volver a gozar, aunque sea una sola tarde-noche, de aquellos juegos infantiles y menos infantiles, del cancionero, del teatro y las variedades, del baile de taifa, del paseo y la charla, del encuentro de la gente con la gente, como ya quedó comentado; en definitiva, recuperar las innumerables manifestaciones de nuestra cultura popular antes de que caigan en el ostracismo. Imperdonable. La gente de Tamaraceite siempre se caracterizó por su generosidad. Devolvamos, pues, a la plaza lo que con tanta nobleza nos regaló.
Ya termino. Reitero que ha sido un inmenso placer pregonar estas fiestas de San Antonio Abad 97. Les pido que participen en la medida de lo posible en los diferentes actos del programa, que contribuyan con su colaboración a seguir realzándolas y que las disfruten con la mayor alegría posible. Muchas gracias, buenas noches y ¡Felices fiestas!
Quisiera comenzar expresándoles mis mejores deseos de paz y bienestar para este nuevo año 1997 que apenas cumple unos días de vida, y felicitarles, de paso, por las fiestas patronales que, en honor de San Antonio Abad, se inician hoy en Tamaraceite.
Debo manifestar, asimismo, mi agradecimiento a la comisión organizadora de los festejos por brindarme la oportunidad de dirigirme a todos ustedes en calidad de pregonero. Quienes hemos hecho de la palabra, hablada o escrita, una actividad profesional, tenemos en la redacción de un pregón y su posterior lectura en público, algo parecido a una prueba de selectividad. Confieso que es un gran honor ocupar esta tribuna en el día de hoy. Huelga comentar lo orgulloso que me siento por la designación, por poder pregonar las fiestas de mi pueblo y por compartir esta jornada con mi gente de toda la vida.
No es este mi primer pregón, pero sí el que más me ha costado preparar, porque supone un ejercicio de responsabilidad añadido el hecho de ser tamaraceitero, nacido, criado y ensolerado, permítanme el término, en Tamaraceite, aunque, luego, los avatares de la vida, los guiños del destino y el espíritu de la bohemia le hayan llevado a uno de aquí para allá.
Sabe Dios cuántos pregoneros y de qué enorme talla y categoría me habrán precedido, gente brillante que ha recopilado y transmitido con sapiencia y cariño lo más granado y esencial del devenir de nuestra pequeña pero entrañable comunidad a través de los tiempos, gente que nos ha acercado a la figura de San Antonio Abad como referente de identidad y culto, gente que, por su trayectoria personal, profesional o artística y por su contribución a la colectividad, se ganó el nombramiento con todos los honores. Quien les habla, que no pasa de ser el autodidacta típico de la época, se siente aquí un tanto impostor interpretando la figura del pregonero, aún a sabiendas de que el ejercicio de mi actividad en el mundo de las comunicaciones, me ha regalado una cierta habilidad para, al menos, saber juntar letras. Pero un pregón es algo más: es, ante todo, sentimiento, tocar la fibra sensible de la vecindad. No sé si lo conseguiré.
Dos temas me rondaban por la cabeza como pilares fundamentales para la confección de este pregón. De un lado, rendirle un cálido reconocimiento a las figuras de Jesús y Antonio Arencibia, no sólo por tratarse de los máximos referentes artístico-culturales de Tamaraceite, sino también por su generosidad y compromiso sin límites con este templo -el mural que se encuentra a mis espaldas es una de las muestras palpables- y con la ermita de la Mayordomía; en resumen, por su fervor religioso y su defensa del latir espiritual de la parroquia. Desistí abordar este tema porque personajes de la talla de Jesús y Antonio Arencibia merecen bastante más que un modesto pregón, aunque dejo constancia de mi recuerdo hacia ellos.
Lo segundo venía a ser diametralmente opuesto en su esencia, pero sonoro en su repercusión: denunciar el abandono sistemático y contumaz con el que la clase política atropella a nuestro pueblo de manera arbitraria hasta sumirnos, en momento puntuales, en la condición de ghetto o reducto marginal. Estas etiquetas pueden parecer tremendistas, pero como mejor se entienden es viviendo fuera de Tamaraceite:“Ah, tú eres de ese barrio mafioso” –te endosan de inmediato en cuanto nombras tu procedencia-. Por fortuna, ha remitido algo el grado de inseguridad ciudadana y los periódicos ávidos de carnaza se han visto obligados a aparcar el estrellato que nos concedían en sus crónicas negras; eso sí, tras satisfacer su morbo y machacarnos con obsesión.
Aunque en buena medida se hayan superado estos duros escollos, no debemos olvidar. Para que estos políticos, muy bien pagados, por cierto, con el dinero del pueblo, y los colectivos sociales que nos representan se esmeren en defender y propiciar el desarrollo integral de Tamaraceite, será necesario recordarles a menudo estos lamentables capítulos para que no se vuelvan a repetir.
También terminé por desechar esta cuestión porque entiendo, como ya dije al principio, que un pregón ha de llegar al corazón de la gente; debe ser un mensaje de alegría y esperanza que resalte los valores de un lugar y de sus gentes, que se pronuncie en lenguaje positivo y que invite a la participación de unas fiestas con el clima propio de ellas.
En mis innumerables visitas a Tamaraceite, bien para ver a la familia, amigos o, por desgracia, a dar el último adiós a las personas que se nos han ido, contemplo con tristeza el vacío y el silencio de nuestra vieja y querida plaza. A pesar de que la han maquillado y puesto elegante hace poco tiempo, se le advierte sumida en un profundo abatimiento que, creo, por desgracia, no tiene solución alguna. Cuando subo o bajo sus escaleras, las de arriba o las de abajo, se me agolpan muchísimos recuerdos. Permítanme que dedique mi pregón y le rinda público homenaje a este cachito de Tamaraceite que, en otra época, fue el espacio físico con mayor relieve de todo nuestro pueblo, más que este sagrado templo, más que el barranco y sus charcas, más que la desaparecida Sociedad, que los campos de fútbol de El Lomo de Juanito Amador o el estanque Las Cañas, más que las escuelas del Rey o el cine Galdós..., era el corazón, el centro neurálgico, el punto de encuentro de la gente con la gente. Si recordar es volver a vivir, estoy seguro de que muchos de ustedes estarán encantados de volar en el tiempo y rememorar tantas y tantas secuencias de la película de nuestras vidas.
Desde el recién nacido en busca de la pila bautismal hasta quienes se fueron para siempre, accedieron a este templo a través de la plaza, mudo testigo del saludo a la vida y del postrero adiós, pero también de imágenes en procesión en medio de una riada humana de devotos entonando cánticos religiosos que todavía resuenan al soco de sus paredes, como retumba en los bancos de piedra el cancionero infantil: “corre, corre, que te pillo, estirar, estirar, que la coja va a pasar” o“ el patio de mi casa es particular...”; era el gran escenario de los juegos de niños y de no tan niños: desde campo de fútbol improvisado con una pelota de calcetín- trapo- calcetín o aquellas primeras de goma que amenazaban destrozar las magníficas vidrieras de las ventanas de este templo tras un reñido “capitán de uno”, “capitán de otro”, hasta el discurrir de patinetas de cojinetes u otros artilugios de fabricación casera sobre el sufrido suelo.
José el negro subía y bajaba las largas escaleras haciendo el pino, o sea, cabeza abajo y valiéndose de las palmas de las manos. Chago Guerra trepaba a pulso por uno de los laureles de India; Pepe Lezcano se despachaba a su gusto repartiendo cintazos a diestro y siniestro en aquel taimado juego. Se escuchaban las voces de chicos cantando “calimbre” o “ huevo, araña o caña”, en tanto que las muchachas saltaban a la soga o se divertían con el juego de las prendas. Todo ello mientras Pinito Villegas desde su privilegiada atalaya observaba gozosa las evoluciones de unos y otros, Juan Vargas, el guardia, prohibiendo cualquier cosa, y el cura en su misión.
La plaza fue impávida espectadora de centenares de acontecimientos religiosos y lúdicos, perfectamente combinados para recogimiento y goce de la vecindad: procesiones y desfiles de variedades; vía crucis y verbenas; alfombras de Corpus y carreras de sacos; la quema de Judas y gymkhana automovilística; primeras comuniones y obras de teatro... Y la plaza, como una madre amantísima, aceptando sin reproches. Se vivía entonces con los cinco sentidos aún puros. Echándole imaginación, recupero el olor del pan caliente de los hornos cercanos, de los calamares fritos de Fiíta o el perfume embriagador de la retama de La Herradura; me llega al oído el croar de las ranas del estanque de Santiaguito Henríquez o el “ 15 años tenía Martina” de Chago y Periquín en su banco de piedra favorito. Mi plaza era todo un mundo de percepciones, de tertulias inacabadas, del cotorreo de las comadres, de primeros amores y besos furtivos, de desencuentros y de... bodas, que bendecían don Vicente, don Pedro o don Ignacio. Seguro que ustedes podrían añadir otras muchas cosas, pero nos daría la madrugada enumerarlas y, además, íbamos a entristecer de añoranza por un tiempo pasado que ya nunca volverá.
Los comportamientos sociales han cambiado muy bruscamente; ahora manda la televisión, la sociedad de consumo, producir y producir... El futuro juzgará si el monstruo que hemos diseñado habría que enmarcarlo en un luminoso que rece: “bienvenidos a la era de la incomunicación, de la deshumanización y el egoísmo”. ¿Cómo se iba a salvar la pobre plaza de este rodillo sin sentimientos? El mundo no se detiene. La ley de la vida de hoy se rige por una regla: mirar solo hacia adelante. Quiero suponer que nuestra vieja y querida plaza aún nos puede guiñar un ojo y decirnos sin decir: ¡que me quiten lo bailao¡
Todo este inventario es para hurgarles un poco en la conciencia e intentar que no demos la espalda a este pedacito de Tamaraceite que tanto amor y cobijo nos brindó. No se trata de viajar al pasado, ni de recuperar antiguos procederes, viejos tics... No hay vuelta de hoja. Mi propuesta es reivindicar ese signo de identidad de nuestro acervo cultural y honrar a esta plaza nuestra como se merece
Quiero, desde este pregón, solicitar a la comisión de fiestas que en las próximas ediciones se incluya en el programa una jornada dedicada a la plaza en recuerdo del trascendente papel que desempeñó en la vida de todos nosotros. Sería entrañable volver a gozar, aunque sea una sola tarde-noche, de aquellos juegos infantiles y menos infantiles, del cancionero, del teatro y las variedades, del baile de taifa, del paseo y la charla, del encuentro de la gente con la gente, como ya quedó comentado; en definitiva, recuperar las innumerables manifestaciones de nuestra cultura popular antes de que caigan en el ostracismo. Imperdonable. La gente de Tamaraceite siempre se caracterizó por su generosidad. Devolvamos, pues, a la plaza lo que con tanta nobleza nos regaló.
Ya termino. Reitero que ha sido un inmenso placer pregonar estas fiestas de San Antonio Abad 97. Les pido que participen en la medida de lo posible en los diferentes actos del programa, que contribuyan con su colaboración a seguir realzándolas y que las disfruten con la mayor alegría posible. Muchas gracias, buenas noches y ¡Felices fiestas!
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