Por Esteban G. Santana Cabrera |
LPDLP. “Tamaraceite, Tamaraceite por San Antonio te voy a ver, Tamaraceite, Tamaraceite vino y bizcochos quiero comer” Este es un pequeño fragmento de la canción “Tamaraceite bonito” escrito hace unos años por Antonio Abad Arencibia y que se sigue tarareando por chicos y grandes en las fiestas patronales que se celebran en pleno mes de enero. Y en lo que no se equivoca la canción es que las fiestas de Tamaraceite sigue atrayendo sobre todo a los que tienen algún lazo con este pueblo.
Si hay un acto importante y peculiar en las fiestas de esta parroquia capitalina, que todavía sigue siendo pueblo a pesar de la transformación que ha sufrido en los últimos años, es la bendición de los animales en lo alto de La Cruz de la Montañeta. Un espacio desde el que se divisan las Isletas, la Montaña de Arucas y hasta el Pico de Osorio y que es engalanado por los vecinos para acoger a toda aquella persona que busque unas gotas de agua bendita para ese ser que le hace compañía. Hasta el lugar se desplazan, partiendo de la Plaza de San Jorge en Los Bloques, personas del pueblo y de los barrios limítrofes, pero también de otros lugares de la isla para que San Antonio Abad bendiga a sus mascotas al son de las notas musicales de la banda.
Un acto de fe pero también de tradición popular que comenzó su andadura con la creación de la parroquia en 1939, realizándose primeramente en la ermita de la Mayordomía y que en los años setenta se trasladó hasta el lugar más alto de la Montañeta. Los que hemos sido fieles a este acto de las Fiestas de Tamaraceite en los últimos cuarenta años, nos damos cuenta de que la ilusión es la de siempre. Como la de Ángel un pequeño que va con un perro más grande que él y que dice “que va para que el cura le eche agüita bendita”. O la de Anita que lleva a su perrita ya entrada en años para que San Antonio la mantenga viva hasta el año que viene.
La Fiesta de San Antonio Abad de Tamaraceite no tiene nada que ver con la de antes, ni mejor ni peor, diferente. Antiguamente, todos los vecinos se volcaban con las fiestas, las vivían y las sentían suyas. Había actos que eran multitudinarios como las carreras de bicicletas en la Carretera General, los papagüevos, los bailes en el Cine, en la Sociedad de Recreo o en La Plaza y cómo no, las recordadas carreras de caracoles. Nunca faltaba en nuestras fiestas la elección de la reina, a la que se presentaban las mozas más guapas del pueblo, un acto que quedaba muy lejos de ser discriminatorio para la mujer, al contrario, porque ellas, que no tenían un papel muy relevante en la sociedad de aquellos años, se sentían reinas por unos cuantos días y eran admiradas y ovacionadas por todos, hombres y mujeres, grandes y chicos. Las misas nocturnas en la ermita de La Mayordomía las tengo aún en la retina, cuando en ésta los asientos eran de troncos de palmeras y la gente iba alumbrándose con pequeñas linternas para no caerse y poder ser vistos por los coches que pasaban por allí. En esta misma ermita, ahora enterrada por la Circunvalación, se realizaba la bendición de los animales.
Otros tiempos que nos llenan de nostalgia pero que con actos sencillos como los de ayer en el que las vacas, ovejas, cerdos y burros han dejado paso a perros, gatos, pájaros, serpientes, ratones y tortugas, nos llevan a gritar una vez más: "Viva San Antonio Abad", "Viva Tamaraceite". Animales distintos, dueños distintos, pero la misma ilusión.
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