sábado, 9 de marzo de 2013

Yo fui del Adán del Castillo


Por: Sergio Naranjo
http://www.sergionaranjo.es/
Si yo tuviera que escribir un texto como antiguo alumno del Adán del Castillo, posiblemente sería este y seguramente no lo leería en persona, ni me encontraría entre los asistentes en el momento de su lectura, pero quedaría expresado lo que al final ha sido el efecto que aquel Colegio significó en mi vida.

Fue durante la década de los Setenta, que para mayor fastidio, ahora hay que poner del pasado siglo, que yo estuve en aquel colegio, entre noviembre de 1973 y junio de 1979. Fueron los años del cambio total en España en general y en toda nuestra sociedad en particular; los años de la aplicación de la última Ley de Educación franquista, a la postre la que con pocos retoques, muerto el dictador, iba a ser la mejor que hayamos conocido; los años del final de mi infancia, de mi niñez y del comienzo de mi adolescencia. Los años de la transformación de Tamaraceite desde un Pueblo hasta un peligroso arrabal capitalino; los años en que el colegio era conocido como Nacional y por el nombre y apellidos de su inspirador; años del final de los céntimos de peseta…

Por mi parte, acudí al Adán del Castillo con lo que tenía puesto: un chiquillo difícil, agorafóbico, capaz de ofrecer bueno y malo a la vez; con todos los detalles negativos y positivos que pudieran darse. Obtuve cumplida respuesta a las enseñanzas que se impartían allí, del tipo académico y personal. Vivo representante de la realidad que lo circundaba, el colegio fue testigo del paso del tiempo; blanco, vallado, con árboles, con un terrero, con jardines, pasó a convertirse en un fortín, amarillo, sin árboles, escondido de sus alrededores en lugar del orgulloso escaparate de niños uniformados de azul y blanco, de todas las procedencias sociales, de todos los caracteres, de todos los pensamientos.

En aquellos años, y después en los Ochenta, sirviendo de base para los estudios de Radio Ecca, de donde aprendí dos cosas más, el Adán del Castillo me fue impartiendo su lección. Lección de una base académica sólida, fundamental, que hoy sólo se atisba en algunos, que no todos, los colegios privados y que allí era marca de la casa; lección social, con expresión de cuanto paisanaje hubiera en sus alrededores; lección profesional, por cuanto de la dedicación, buena o mala, hubiera de expresarse, allí hubo quien la representara; lección sentimental, en fin, porque no puede dejar de hablarse del Adán del Castillo sin que alguna fibra se toque.

Cuando salí de allí, me iba convencido de mi última y traumática experiencia, aquella que me habría de marcar para siempre; aquella que me hizo esconderme en el tiempo y no volver; aquella según la cual yo sólo fui un fracasado. Andando los años, dando vueltas y vaivenes, he ido a dar otra vez con el colegio. Ahora se llama simplemente El Adán. Ahora veo que no dispongo de pomposos títulos; que las chiquilladas, chiquilladas son; que cada cual ha seguido su rumbo; y que al fin y al cabo no me ha ido muy mal: tengo unas sólidas convicciones sociales, puedo retar a cualquier licenciado a que escriba como yo, a que lea como yo, a que se interese por cosas como las que me interesen a mí. Puedo pasar como el mejor educado, como quien mejor se comporta.

En la calle del olvido se pierden malos ratos, peleas, miserias, mala gente, ruindad.

En la Avenida de la Vida figura, con nombre propio, un Colegio.

Y del colegio, la lección, aprendida, de saber que yo fui un alumno del Adán del Castillo.

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