jueves, 21 de marzo de 2013

La Montaña de San Gregorio entre bosques

Juanjo Jiménez "Formando un cuerpo de tropa compuesto de 200 infantes y 50 jinetes; y saliendo del campamento el 30 de Noviembre de 1481 con dirección á Arucas, hasta que avistó su montaña, á cuyas faldas se dilataba un ameno valle, sembrado de muchos bosquecillos; después de haber atravesado los espesos palmerales de Tamaraceite y el cerro de Tenoya. Así entró Pedro de Vera a por Doramas, "señor de aquella montaña fresca, y amena" hasta que acabó con él, en uno de los episodios claves de la Conquista de la isla. Pero este relato deja caer la pista del paisanaje entre el antiguo Real de Las Palmas, donde se asentaron los primeros castellanos, y la enorme vega que forma hasta Arucas, en la que luce con méritos propios el actual y harto alicatado Tamaraceite, una toponimia que según el Acta de Zumeta, como se recoge en la Guía del Patrimonio Arqueológico de Gran Canaria, antes fue Tamaraseyte, "como uno de los distritos representados por los guayres que acudieron a pactar con Diego de Herrera a Lanzarote", o también Atamariaseid, a juicio del cronista Belnáldez. En ese entorno que dibuja el barranco de Tamaraceite-Guanarteme, las 'fotos' del siglo XVI reveladas en las crónicas coinciden en una espectacular vaguada de palmeras y densos bosques, que de alguna manera se confirma por la escasa presencia de yacimientos en el lugar.

Serán los cerros y mesetas, como en Los Dragos, Los Giles, Lomo los Frailes, Rugayo o Las Cuevas del Rey, desde donde los antiguos canarios trasiegan para colocar ganados y sacar provecho de sus recursos forestales. La selva hoy, sigue allí más viva que nunca. Selva de bloques que ha trabajado a la inversa, acosando a los bienes históricos, como ocurre en Lomo de San Gregorio, unos siglos antes un privilegiado otero de toba volcánica, cuyo material ofrecía la materia exacta para construir en su interior, antes y después de la incorporación de las islas a la corona española.

En una de estas mesetas lucía este Lomo de San Gregorio hasta que la masiva urbanización de Ciudad del Campo la sitió, dejándola invisible en la panorámica a pesar de bien de cultural y por lo tanto sujeta a unas medidas legales que incluyen, entre otras, la prohibición de edificar nada a menos de 200 metros de un yacimiento, y que hoy se reducen a una valla con escaso poder de protección.

Explicar Lomo de San Gregorio no es fácil. La permanente ocupación obliga a adivinar su uso prehispánico. El informe histórico-arqueológico del lugar, firmado por la empresa Arqueocanaria en 1995 y elaborado por los arqueólogos Consuelo Marrero y Valentín Barroso se sincera sobre este hecho, tras encontrarse con unas cuevas en las que aparecen un Peugeot 504 también del año la pera, pero de este pasado siglo, un Ford Escort, y con ellos unas viviendas en toda regla con sus fregaderos y alcobas. Cuando no cuartos de enseres desarbolados, y también cuevas para vacas o chiqueros. Cuentan en el estudio que incluso alguna de ellas, en aquél 1995, porque ahora permanecen o bien tapiadas o limpias dentro de lo que cabe, fue imposible "dibujarla convenientemente, por estar plagada de pulgas y garrapatas, pese a que fumigamos por dos veces". Corona el conjunto la minúscula ermita, hoy solo tres muros sin techo, en honor a San Gregorio, que le da nombre, y que fue construida en 1591 por Gregorio Truxillo Osorio de Vergara. Y pegado un antiguo granero. Enfrente una enorme era, con canalillos para evitar la entrada de agua a las cuevas inferiores y para llevarla a las cisternas embutidas en la toba.

Hay que irse a las giras del infatigable Sebastián Jiménez Sánchez, comisario de excavaciones en la mitad del siglo pasado para 'ver' las cuevas antes de que aparcara el Peugeot. A Jiménez le entusiasmó el lugar. Y escribe, tras la visita en 1958, sobre una de sus grandes oquedades: "A la vista de esta hermosísima cueva labrada nos viene el recuerdo de la Cueva de Cuatro Puertas, y la de Las Huesas, en el término de Telde, y la gran cueva central del espléndido conjunto de La Montañeta, en la villa de Moya, entre otras..., a la que les hemos asignado cierto destino litúrgico". El comisario continúa su relato y teoriza sobre su construcción imaginando, solo imaginando, que el complejo troglodita pudo ser retocado y mejorado "en los siglos XIII y XIV, y aún en el XV, con herramientas metálicas, azuelas y picos traídos por elementos de los pueblos invasores, principalmente los mallorquines, que durante largo tiempo mantuvieron relación con los isleños aborígenes..."
Y aquí es donde entra el 'descubrimiento' dentro de su perímetro de una de las piezas más singulares del 'presunto ajuar' prehispánico de Gran Canaria: el hacha de jadeíta, que han dado lugar a uno de los episodios más polémicos sobre la industria lítica de nuestros antiguos. Estas pulimentadas hachas, de la que supuestamente se encontaron cinco unidades, una de ellas la situada en Lomo San Gregorio, fueron presentadas por el fundador del Museo Canario, Gregorio Chil y Naranjo a los congresos de Lille, en 1874, y Nantes, al año siguiente.
A partir de ese 'hallazgo' los historiadores dieron por bueno el origen, hasta que el arqueólogo José Farrujia mandó parar en 2004.
En su elaborada tesis y de entrante concluyó que esas piezas en realidad provenían de Puerto Rico, donde existen prácticamente iguales, y que Chil pretendía con esta 'prueba' vincular a los canarios con los europeos, a pesar de que las del continente eran de distinta forma y tamaño.
Según Farrujia, Chil pretendía presentar a los canarios como una corriente de las potentes sociedades prehistóricas europeas, unos pobladores cromañones que bajarían desde Francia por África hasta poblar el Archipiélago. Todo esto a partir de un hacha, lo que da idea de la complejidad y el tiento al que obliga las cosas de historiar. El Museo Canario las retiró hasta nueva orden. Pero Lomo San Gregorio sigue allí, sitiado por edificios.
Propiedad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria languidece a pesar de sus pequeños secretos y de una plataforma volcánica llena de recovecos que con su abandono se está sustrayendo del disfrute de sus nuevos vecinos. Porque nunca un parque, estuvo mejor preparado para serlo desde hace siglos.

Fuente: La Provincia

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