miércoles, 27 de marzo de 2013

La actriz de Hollywood Patricia Medina de ascendencia de Tamaraceite


PEDRO GONZÁLEZ-SOSA. La Provincia.
Andrés Padrón, el reconocido y hasta laureado coleccionista de autógrafos y fotografías de artistas de cine de todo el mundo, recibió hace unos días como regalo de un amigo una serie de inéditos y casi desconocidos fotogramas de Patricia Medina, la que fuera en otros tiempos famosa actriz protagonista de muchas películas para las que era elegida por su gran belleza y encasillada casi siempre como intérprete de mujer "exótica aventurera", que el próximo 20 de junio cumplirá 91 años en su residencia de Los Angeles aunque, al parecer, en estos momentos se encuentra internada en un hospital. Nos recordaba Padrón la ascendencia paterna grancanaria de esta artista que, aunque nacida en Inglaterra, recuerdan sus allegados muy próximos aquí residenciados que solía visitar la isla con su hermana mayor en su años juveniles hospedándose en la casa de sus abuelos en la zona de Tamaraceite.

Porque la que fuera en su tiempo famosa estrella del cine tiene todavía en Gran Canaria varios primos hermanos, algunos de los cuales son conocidos personajes de la vida social y profesional como los hermanos Rafael (Cuco) y Sixto Henríquez Medina, Estela Bravo de Laguna Medina y el doctor Fermín Martínez Medina, (que aparece en la foto con Patricia en una visita realizada a Los Angeles en 1975), por decir algunos, muchos de los cuales organizaron en los algo lejanos años de la década de los setenta y ochenta del pasado siglo algunos viajes a Hollywood para convivir con la artista recuerdos familiares entrañables y alguna que otra añoranza.
¿Y cuál es la razón de la ascendencia gancanaria de la que fuera protagonista de numerosas películas rodadas principalmente en Estados Unidos aunque también interpretó algunas en Inglaterra?. Su abuelo se llamó Juan Medina Espino, propietario de extensas fanegadas de tierra para el cultivo de plátanos y tomates en la zona de Tamaraceite y Almatriche, que casó a finales del siglo XIX con Josefa Nebot Meseguer, (hija de padres valencianos que se habían trasladado a la isla) y fruto de cuyo matrimonio nacieron tres hijos varones: Miguel, Juan y Ramón, y cinco hembras: Asunción, Rafaela, Clotilde, Mariana y Ana, que casaron en la isla de cuyos enlaces proceden los primos de la actriz.
El padre de Patricia fue Ramón Medina Nebot que aparece ingresando en 1891 en el Colegio de San Agustín junto a personajes de la vida intelectual de la isla como Luis Doreste Silva, Rafael Mesa, Néstor de la Torre, Jerónimo Megías, Bernardino Valle Gracia y poco después Alonso Quesada. Con su hermano Juan se trasladó a Sevilla para seguir el primero la carrera de medicina y él la de abogado, al tiempo que recibían la fruta enviada por su padre para la distribución en la zona andaluza. Terminados sus estudios médicos, Juan regresó a Gran Canaria donde estableció despacho y se caracterizó como personaje entrañablemente humano en el trato de sus pacientes lo que llevó a los vecinos de Tamaraceite a pedir al ayuntamiento que rotulara una calle de aquel barrio con su nombre.
Ramón Medina Nebot se trasladó a Londres para recibir igualmente la fruta de la isla donde contrajo matrimonio con la inglesa Wonda de cuyo matrimonio nacieron tres hijas; Pepita, Patricia nacida el 20 de junio de 1920, y Gloria, residiendo en la localidad de Stanmore donde, dicen sus biografías, la música era principal protagonista del ambiente familiar, no en balde su padre tenía una bella voz de tenor de forma que se dedicó también a cantar no solo en Inglaterra sino en Italia donde se le conocía en los ambientes musicales como Ramón Nebotti, y en varios países hispanoamericanos, principalmente en Cuba.
Patricia Medina casó primero en Londres en 1941 con el también actor Richard Greene del que se divorció diez años después repitiendo matrimonio con el que fuera igualmente famoso actor Joseph Cotten, del que quedó viuda en 1994. Su vinculación con las islas fue constante de forma que siempre ha mantenido contactos epistolares y telefónicos con muchos de sus primos.
Finalmente repitamos que Patricia Medina inició su carrera cinematográfica en Inglaterra en 1937 con un modesto papel al lado de David Niven y Annabella, marchando en 1947 a Estados Unidos donde desarrolló su extensa carrera profesional actuando con nombres tan famosos como Glenn Ford, Debora Kerr, Natalie Wood, Maurice Chevalier, Lana Turner, Alan Ladd, Orson Welles, James Esteward y Gene Kelly, en películas producidas por Columbia, Paramount, Wagner, Metro y la Century Fox, circunstancias que muchos grancanarios desconocíamos de una actriz estrechamente vinculada a la isla de la que, dicen sus allegados, se sentía orgullosa por la procedencia directa de su padre y el origen de su apellido.

jueves, 21 de marzo de 2013

La Montaña de San Gregorio entre bosques

Juanjo Jiménez "Formando un cuerpo de tropa compuesto de 200 infantes y 50 jinetes; y saliendo del campamento el 30 de Noviembre de 1481 con dirección á Arucas, hasta que avistó su montaña, á cuyas faldas se dilataba un ameno valle, sembrado de muchos bosquecillos; después de haber atravesado los espesos palmerales de Tamaraceite y el cerro de Tenoya. Así entró Pedro de Vera a por Doramas, "señor de aquella montaña fresca, y amena" hasta que acabó con él, en uno de los episodios claves de la Conquista de la isla. Pero este relato deja caer la pista del paisanaje entre el antiguo Real de Las Palmas, donde se asentaron los primeros castellanos, y la enorme vega que forma hasta Arucas, en la que luce con méritos propios el actual y harto alicatado Tamaraceite, una toponimia que según el Acta de Zumeta, como se recoge en la Guía del Patrimonio Arqueológico de Gran Canaria, antes fue Tamaraseyte, "como uno de los distritos representados por los guayres que acudieron a pactar con Diego de Herrera a Lanzarote", o también Atamariaseid, a juicio del cronista Belnáldez. En ese entorno que dibuja el barranco de Tamaraceite-Guanarteme, las 'fotos' del siglo XVI reveladas en las crónicas coinciden en una espectacular vaguada de palmeras y densos bosques, que de alguna manera se confirma por la escasa presencia de yacimientos en el lugar.

Serán los cerros y mesetas, como en Los Dragos, Los Giles, Lomo los Frailes, Rugayo o Las Cuevas del Rey, desde donde los antiguos canarios trasiegan para colocar ganados y sacar provecho de sus recursos forestales. La selva hoy, sigue allí más viva que nunca. Selva de bloques que ha trabajado a la inversa, acosando a los bienes históricos, como ocurre en Lomo de San Gregorio, unos siglos antes un privilegiado otero de toba volcánica, cuyo material ofrecía la materia exacta para construir en su interior, antes y después de la incorporación de las islas a la corona española.

En una de estas mesetas lucía este Lomo de San Gregorio hasta que la masiva urbanización de Ciudad del Campo la sitió, dejándola invisible en la panorámica a pesar de bien de cultural y por lo tanto sujeta a unas medidas legales que incluyen, entre otras, la prohibición de edificar nada a menos de 200 metros de un yacimiento, y que hoy se reducen a una valla con escaso poder de protección.

Explicar Lomo de San Gregorio no es fácil. La permanente ocupación obliga a adivinar su uso prehispánico. El informe histórico-arqueológico del lugar, firmado por la empresa Arqueocanaria en 1995 y elaborado por los arqueólogos Consuelo Marrero y Valentín Barroso se sincera sobre este hecho, tras encontrarse con unas cuevas en las que aparecen un Peugeot 504 también del año la pera, pero de este pasado siglo, un Ford Escort, y con ellos unas viviendas en toda regla con sus fregaderos y alcobas. Cuando no cuartos de enseres desarbolados, y también cuevas para vacas o chiqueros. Cuentan en el estudio que incluso alguna de ellas, en aquél 1995, porque ahora permanecen o bien tapiadas o limpias dentro de lo que cabe, fue imposible "dibujarla convenientemente, por estar plagada de pulgas y garrapatas, pese a que fumigamos por dos veces". Corona el conjunto la minúscula ermita, hoy solo tres muros sin techo, en honor a San Gregorio, que le da nombre, y que fue construida en 1591 por Gregorio Truxillo Osorio de Vergara. Y pegado un antiguo granero. Enfrente una enorme era, con canalillos para evitar la entrada de agua a las cuevas inferiores y para llevarla a las cisternas embutidas en la toba.

Hay que irse a las giras del infatigable Sebastián Jiménez Sánchez, comisario de excavaciones en la mitad del siglo pasado para 'ver' las cuevas antes de que aparcara el Peugeot. A Jiménez le entusiasmó el lugar. Y escribe, tras la visita en 1958, sobre una de sus grandes oquedades: "A la vista de esta hermosísima cueva labrada nos viene el recuerdo de la Cueva de Cuatro Puertas, y la de Las Huesas, en el término de Telde, y la gran cueva central del espléndido conjunto de La Montañeta, en la villa de Moya, entre otras..., a la que les hemos asignado cierto destino litúrgico". El comisario continúa su relato y teoriza sobre su construcción imaginando, solo imaginando, que el complejo troglodita pudo ser retocado y mejorado "en los siglos XIII y XIV, y aún en el XV, con herramientas metálicas, azuelas y picos traídos por elementos de los pueblos invasores, principalmente los mallorquines, que durante largo tiempo mantuvieron relación con los isleños aborígenes..."
Y aquí es donde entra el 'descubrimiento' dentro de su perímetro de una de las piezas más singulares del 'presunto ajuar' prehispánico de Gran Canaria: el hacha de jadeíta, que han dado lugar a uno de los episodios más polémicos sobre la industria lítica de nuestros antiguos. Estas pulimentadas hachas, de la que supuestamente se encontaron cinco unidades, una de ellas la situada en Lomo San Gregorio, fueron presentadas por el fundador del Museo Canario, Gregorio Chil y Naranjo a los congresos de Lille, en 1874, y Nantes, al año siguiente.
A partir de ese 'hallazgo' los historiadores dieron por bueno el origen, hasta que el arqueólogo José Farrujia mandó parar en 2004.
En su elaborada tesis y de entrante concluyó que esas piezas en realidad provenían de Puerto Rico, donde existen prácticamente iguales, y que Chil pretendía con esta 'prueba' vincular a los canarios con los europeos, a pesar de que las del continente eran de distinta forma y tamaño.
Según Farrujia, Chil pretendía presentar a los canarios como una corriente de las potentes sociedades prehistóricas europeas, unos pobladores cromañones que bajarían desde Francia por África hasta poblar el Archipiélago. Todo esto a partir de un hacha, lo que da idea de la complejidad y el tiento al que obliga las cosas de historiar. El Museo Canario las retiró hasta nueva orden. Pero Lomo San Gregorio sigue allí, sitiado por edificios.
Propiedad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria languidece a pesar de sus pequeños secretos y de una plataforma volcánica llena de recovecos que con su abandono se está sustrayendo del disfrute de sus nuevos vecinos. Porque nunca un parque, estuvo mejor preparado para serlo desde hace siglos.

Fuente: La Provincia

sábado, 9 de marzo de 2013

Yo fui del Adán del Castillo


Por: Sergio Naranjo
http://www.sergionaranjo.es/
Si yo tuviera que escribir un texto como antiguo alumno del Adán del Castillo, posiblemente sería este y seguramente no lo leería en persona, ni me encontraría entre los asistentes en el momento de su lectura, pero quedaría expresado lo que al final ha sido el efecto que aquel Colegio significó en mi vida.

Fue durante la década de los Setenta, que para mayor fastidio, ahora hay que poner del pasado siglo, que yo estuve en aquel colegio, entre noviembre de 1973 y junio de 1979. Fueron los años del cambio total en España en general y en toda nuestra sociedad en particular; los años de la aplicación de la última Ley de Educación franquista, a la postre la que con pocos retoques, muerto el dictador, iba a ser la mejor que hayamos conocido; los años del final de mi infancia, de mi niñez y del comienzo de mi adolescencia. Los años de la transformación de Tamaraceite desde un Pueblo hasta un peligroso arrabal capitalino; los años en que el colegio era conocido como Nacional y por el nombre y apellidos de su inspirador; años del final de los céntimos de peseta…

Por mi parte, acudí al Adán del Castillo con lo que tenía puesto: un chiquillo difícil, agorafóbico, capaz de ofrecer bueno y malo a la vez; con todos los detalles negativos y positivos que pudieran darse. Obtuve cumplida respuesta a las enseñanzas que se impartían allí, del tipo académico y personal. Vivo representante de la realidad que lo circundaba, el colegio fue testigo del paso del tiempo; blanco, vallado, con árboles, con un terrero, con jardines, pasó a convertirse en un fortín, amarillo, sin árboles, escondido de sus alrededores en lugar del orgulloso escaparate de niños uniformados de azul y blanco, de todas las procedencias sociales, de todos los caracteres, de todos los pensamientos.

En aquellos años, y después en los Ochenta, sirviendo de base para los estudios de Radio Ecca, de donde aprendí dos cosas más, el Adán del Castillo me fue impartiendo su lección. Lección de una base académica sólida, fundamental, que hoy sólo se atisba en algunos, que no todos, los colegios privados y que allí era marca de la casa; lección social, con expresión de cuanto paisanaje hubiera en sus alrededores; lección profesional, por cuanto de la dedicación, buena o mala, hubiera de expresarse, allí hubo quien la representara; lección sentimental, en fin, porque no puede dejar de hablarse del Adán del Castillo sin que alguna fibra se toque.

Cuando salí de allí, me iba convencido de mi última y traumática experiencia, aquella que me habría de marcar para siempre; aquella que me hizo esconderme en el tiempo y no volver; aquella según la cual yo sólo fui un fracasado. Andando los años, dando vueltas y vaivenes, he ido a dar otra vez con el colegio. Ahora se llama simplemente El Adán. Ahora veo que no dispongo de pomposos títulos; que las chiquilladas, chiquilladas son; que cada cual ha seguido su rumbo; y que al fin y al cabo no me ha ido muy mal: tengo unas sólidas convicciones sociales, puedo retar a cualquier licenciado a que escriba como yo, a que lea como yo, a que se interese por cosas como las que me interesen a mí. Puedo pasar como el mejor educado, como quien mejor se comporta.

En la calle del olvido se pierden malos ratos, peleas, miserias, mala gente, ruindad.

En la Avenida de la Vida figura, con nombre propio, un Colegio.

Y del colegio, la lección, aprendida, de saber que yo fui un alumno del Adán del Castillo.