En esta ocasión les voy a hablar de los juegos de antes. Cada lugar tenía su variedad, por ello les cuento como jugaban en Tamaraceite los niños y niñas de hace setenta años. El lugar de recreo favorito de los niños era sin lugar a dudas la plaza, que yacía junto a la Iglesia, pero había otros como la carretera, el pilar, los charcos, etc. Muchos de los juegos tradicionales que aquí se realizaban son un verdadero documento etnográfico de nuestra cultura.
Las diferencias entre los juegos femeninos y masculinos eran notables, chiquillos y chiquillas no se revolvían salvo escasas excepciones. Cuentan que uno de estos juegos consistían en subir los peldaños de la escalera de la plaza con las manos, haciendo el pino. Santiago Guerra y José “el Negro” eran los expertos en esta materia, demostrando su gran fuerza, aunque Fefina Villegas, adelantada para su tiempo en esto de la igualdad de sexos, no tenía nada que envidiarles, así que se recogía la falda entre las piernas y allí iba ella a subir las escaleras con las manos como Dios manda.
El Palito Salvo era de los preferidos. Se formaban dos equipos y se colocaban en el rincón de la casa de Mariquita González. Un jugador llevaba un palo en la mano y debía tocar la pared sorteando a los del bando contrario, su bando entretenía a los contrincantes, una vez que conseguía burlarlos tocaba la pared al grito de “¡palito salvo!”.
Planto era un juego en que la rapidez y la audacia era imprescindible. Se jugaba con ocho niños, seis de ellos se colocaban en diferentes puntos mientras otros dos corrían. Uno de ellos, el perseguidor, tenía un cinto en la mano; el perseguido corría cuanto podía evitando ser golpeado por los cintazos que le propinaba el otro. Cuando el perseguidor se cansaba, a modo de relevo entregaba el cinto a otro jugador sin que el que huía se enterase, de manera que el desesperado corredor no sabía a ciencia cierta de quien debía huir, alguno se llevó buenos cintazos. El nombre del juego viene del grito que lanzaba el perseguido para pararse y que otro siguiera corriendo y éste era planto.
En Calimbre también se formaban dos equipos con un corredor cada uno. El gran grupo corría, cuando era capturado al aviso de “calimbre” era colocado en una especie de cárcel. Ganaba aquél que tuviese más cautivos, una variante de este juego era Pincho la Uva, se desarrollaba igualmente pero en lugar de “calimbre” se decía “pincho la uva”.
Otros juegos que aún hoy recordamos los más jóvenes es La Piola, en el que un saltador iba sorteando obstáculos que no eran otros que niños agachados, huevo, araña, puño, caña, en la que se hacían filas larguísimas de niños agachados unidos unos a otros. Se trataba de saltar cuanto más al inicio de la fila se pudiese.
Merecen mención aquellos otros juegos que parecían ser exclusivos de las chicas y que, en general, contenían cancioncillas o romances. La Gallinita ciega, los corros, la soga, etc.
Es el caso de ¡Oh Juanillo! Se trataba de ir encadenándose una chica a otra hasta que todas estuviesen dentro de la cadena. Esta es la letra de la canción que se hacía en forma de diálogo pregunta - respuesta (aunque como siempre hay diferentes variantes):
- Oh Juanillo.
- Señor Padre.
-¿Y la yegua?
- En el valle
-¿Y el cacho pan que te dí?
- A mi novio se lo di.
- Pues, cátele, cátele por aquí.
Una variante de estos juegos en los que se iban encadenando las participantes hasta que lograra el mayor número de niñas en el grupo, incluía esta canción, que al igual que el ¡Oh Juanillo! se cantaba a dos voces:
- Uvas traigo que vender de Cubaratero, (bis)
uvas traigo que vender de Cuba Real (bis).
- ¿A cómo las trae usted de Cabaratero, (bis)
a cómo las trae usted de Cuba Real? (bis).
- Pues que pase la cadena de ...
Otro juego femenino era el Anillito o las Prenditas. Se colocaban en coro un grupo de jugadoras, una de las participantes iba pasando alrededor haciendo que ponía un objeto en las manos de las compañeras, pero sólo una de ellas era la verdadera portadora. A quien le tocase por su turno, se le preguntaba quién era la que tenía en su mano el objeto - que podía ser un anillo, una piedra, un papelito, ... .- si no lo adivinaba, se le imponía una pena.
Por supuesto el fútbol, rey de los deportes, no faltaba. Las pelotas, siempre con mucha imaginación, se fabricaban con calcetines viejos.
Y es aquí donde aparece la tan temida y más que respetada figura del guardia al que los niños profesaban un tremendo pánico, porque estaba prohibido jugar en los estanques y la plaza con la pelota.
Evidentemente el respeto a la autoridad tiene un calibre diferente en nuestros días. Suenan en la mente de aquellos que fueron chiquillos en estos tiempos nombres como Juanito Vargas –el más respetado según muchos-, Juanito Pérez y un guardia de Tenoya conocido como Jesús Nazareno.
Las diferencias entre los juegos femeninos y masculinos eran notables, chiquillos y chiquillas no se revolvían salvo escasas excepciones. Cuentan que uno de estos juegos consistían en subir los peldaños de la escalera de la plaza con las manos, haciendo el pino. Santiago Guerra y José “el Negro” eran los expertos en esta materia, demostrando su gran fuerza, aunque Fefina Villegas, adelantada para su tiempo en esto de la igualdad de sexos, no tenía nada que envidiarles, así que se recogía la falda entre las piernas y allí iba ella a subir las escaleras con las manos como Dios manda.
El Palito Salvo era de los preferidos. Se formaban dos equipos y se colocaban en el rincón de la casa de Mariquita González. Un jugador llevaba un palo en la mano y debía tocar la pared sorteando a los del bando contrario, su bando entretenía a los contrincantes, una vez que conseguía burlarlos tocaba la pared al grito de “¡palito salvo!”.
Planto era un juego en que la rapidez y la audacia era imprescindible. Se jugaba con ocho niños, seis de ellos se colocaban en diferentes puntos mientras otros dos corrían. Uno de ellos, el perseguidor, tenía un cinto en la mano; el perseguido corría cuanto podía evitando ser golpeado por los cintazos que le propinaba el otro. Cuando el perseguidor se cansaba, a modo de relevo entregaba el cinto a otro jugador sin que el que huía se enterase, de manera que el desesperado corredor no sabía a ciencia cierta de quien debía huir, alguno se llevó buenos cintazos. El nombre del juego viene del grito que lanzaba el perseguido para pararse y que otro siguiera corriendo y éste era planto.
En Calimbre también se formaban dos equipos con un corredor cada uno. El gran grupo corría, cuando era capturado al aviso de “calimbre” era colocado en una especie de cárcel. Ganaba aquél que tuviese más cautivos, una variante de este juego era Pincho la Uva, se desarrollaba igualmente pero en lugar de “calimbre” se decía “pincho la uva”.
Otros juegos que aún hoy recordamos los más jóvenes es La Piola, en el que un saltador iba sorteando obstáculos que no eran otros que niños agachados, huevo, araña, puño, caña, en la que se hacían filas larguísimas de niños agachados unidos unos a otros. Se trataba de saltar cuanto más al inicio de la fila se pudiese.
Merecen mención aquellos otros juegos que parecían ser exclusivos de las chicas y que, en general, contenían cancioncillas o romances. La Gallinita ciega, los corros, la soga, etc.
Es el caso de ¡Oh Juanillo! Se trataba de ir encadenándose una chica a otra hasta que todas estuviesen dentro de la cadena. Esta es la letra de la canción que se hacía en forma de diálogo pregunta - respuesta (aunque como siempre hay diferentes variantes):
- Oh Juanillo.
- Señor Padre.
-¿Y la yegua?
- En el valle
-¿Y el cacho pan que te dí?
- A mi novio se lo di.
- Pues, cátele, cátele por aquí.
Una variante de estos juegos en los que se iban encadenando las participantes hasta que lograra el mayor número de niñas en el grupo, incluía esta canción, que al igual que el ¡Oh Juanillo! se cantaba a dos voces:
- Uvas traigo que vender de Cubaratero, (bis)
uvas traigo que vender de Cuba Real (bis).
- ¿A cómo las trae usted de Cabaratero, (bis)
a cómo las trae usted de Cuba Real? (bis).
- Pues que pase la cadena de ...
Otro juego femenino era el Anillito o las Prenditas. Se colocaban en coro un grupo de jugadoras, una de las participantes iba pasando alrededor haciendo que ponía un objeto en las manos de las compañeras, pero sólo una de ellas era la verdadera portadora. A quien le tocase por su turno, se le preguntaba quién era la que tenía en su mano el objeto - que podía ser un anillo, una piedra, un papelito, ... .- si no lo adivinaba, se le imponía una pena.
Por supuesto el fútbol, rey de los deportes, no faltaba. Las pelotas, siempre con mucha imaginación, se fabricaban con calcetines viejos.
Y es aquí donde aparece la tan temida y más que respetada figura del guardia al que los niños profesaban un tremendo pánico, porque estaba prohibido jugar en los estanques y la plaza con la pelota.
Evidentemente el respeto a la autoridad tiene un calibre diferente en nuestros días. Suenan en la mente de aquellos que fueron chiquillos en estos tiempos nombres como Juanito Vargas –el más respetado según muchos-, Juanito Pérez y un guardia de Tenoya conocido como Jesús Nazareno.
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