martes, 24 de abril de 2012
En recuerdo a Antonio José González Medina
Por: Pepe Juan Mujica
Esta noche nos reunimos aquí para entrar todos cogidos de la mano en los espacios ocupados por el recuerdo, por la gratitud e incluso por la admiración. Sustantivos elocuentes que están prendidos a la memoria de la persona que ya no está con nosotros, pero que merece que deseemos para siempre en nuestros corazones seguir, aún así, estando con ella. Esa realidad la testifica la celebración de este acto, la decidida y plausible iniciativa de esta Concejalía y la presencia de todos cuantos aquí estamos para manifestarle esos tres sinceros modos de enfatizar los sentimientos sobresalientes mencionados antes.
En una ocasión leí un pensamiento que conjuga acertadamente con la personalidad del amigo que hoy recordamos. Dice así:
“Hay en el mundo un lenguaje que todos comprenden: es el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree.”
La reflexión, del escritor brasileño Paulo Coelho, es adecuada para recordar a Antonio José González Medina, esa persona que tras haberse ido de nosotros se encuentra, sin embargo, instalada, incluso con mayor fuerza que ayer, en nuestros corazones. Ese lenguaje mencionado por el pensador en su idea, no es más que la metáfora del comportamiento admirable de algunos seres humanos. Tras esa voluntad afanada en la búsqueda de todo aquello que se desea y se cree, aparecemos nosotros, la mayoría, como los grandes beneficiarios del arrojo instalado en el pálpito de esos corazones singulares, tal como el suyo lo era. Como si fuesen notas que componen una sinfonía, personas como él sobresalen cada una con modulación diferente y con intensidad también distinta y peculiar. Pero todas coinciden al lograr en la partitura interpretada un canto a la generosidad, al esfuerzo, al tesón y a la voluntad. Para nosotros, los aquí reunidos y para cuantos tuvieron el placer de conocerle, Antonio José fue, sin duda, una nota espléndida y significada en esa composición alegórica.
El paso por la vida no resulta airoso si, al terminarla, no se deja una huella, un recuerdo, un indicio que deje constancia de que se ha participado en esa aventura que es vivir. Antonio José lo hizo, y de la forma sencilla y espontánea de quien nunca puso el énfasis en conseguir ese mérito, sino que por su actitud inquieta y modesta consiguió dejarnos esa señal sin pretenderlo. Fue un hombre apacible, desinteresado, cordial y generoso. Un hombre comprometido con la cultura, para establecer con ella vínculos de conocimiento, pero también de afectos, de concordia, de amistad y de altruismo.
De su Arucas natal llegó a nosotros como profesor del Colegio Valencia, y luego, del Instituto de Tamaraceite. Aquí le conocimos de ese modo y de ese mismo modo en muy poco tiempo comenzó a granjearse la simpatía de sus alumnos, muchísimos chicos y chicas que vivieron en primera persona las excelencias de un maestro decidido no sólo a enseñar, sino a compendiar ilusiones y valores dentro de ese crisol de la Educación con mayúsculas. Fue profesor, a la vez que compañero de viaje, en el itinerario de estudios de cada uno de sus alumnos. Pero, a mi juicio, aparte de ser esa persona dotada de un peculiar imán para los afectos, Antonio José sobresalió en dos cosas que no puedo dejar de mencionar al recordarle. La primera, su afanado ímpetu por ser un constante y diverso espectador, asomando siempre su mirada a todo lo cultural y artístico, pienso que con una especial predilección hacia la poesía. De forma similar a como lo venía haciendo en la Tertulia Marcelino Quintana de Arucas, con “Música y poesía en la Ermita”, aquí puso cuerpo y alma para que fuese posible, mediante su coordinación, la realidad del proyecto que empezó llamándose “Distrito VIII en verso” que, como bien sabemos, fue una exitosa llamada a todos los vecinos de cualquier edad y condición a participar en lo que, en su conjunto, iban a ser los libros de poesía más espontáneos y representativos de la creatividad de la gente de Tamaraceite, San Lorenzo y Tenoya. De que hoy, cualquier participante en aquellos eventos, sobre todo si es joven, mire y viva con entusiasmo la poesía o la lectura, tienen gran parte de responsabilidad la intuición y el empuje de Antonio José. En el otro aspecto, en ese segundo recorrido que también deseo enfatizar, se encuentra su demostrado cariño, su sentida y cálida devoción por todo aquello que estuviese relacionado con Tamaraceite, con su gente, y en especial con los muchísimos alumnos forjados por él. En el largo tiempo que nos acompañó fue siempre un estímulo en cualquier acto social o pedagógico. De ello dice su acercamiento de los jóvenes a la Radio, trayendo ésta a las aulas, su entera disposición para colaborar con todos en cuantas iniciativas fuesen alumbradas, su presencia en cualquier acto para poner siempre un grano más de arena con su compañía, o su cálida sencillez y su brillante fervor hacia el afecto y la amistad. Por otras muchas cosas quisiera yo darle las gracias, incluso desde la perspectiva de lo personal, pero eso ya lo hago en silencio muchas veces.
Recordamos al hombre y al amigo. Tuvimos la gran suerte de que una persona así pasase por nuestras vidas y recorriese con cada uno de nosotros un pedacito de ellas. Antonio José está y va a estar siempre conmigo en el recuerdo; pero sé que no es sólo mío ese privilegio. Va a permanecer en la mente y en el corazón de todos. Una lágrima contenida siempre me confirma la maravillosa sensación de haberme contado entre sus amigos.
En mi alma se queda eternamente, y conmigo en el alma va allí donde yo voy.
Muchas gracias.
domingo, 22 de abril de 2012
Jesús Arencibia y el Mural del Salón de Plenos del Cabildo Insular de Gran Canaria
lEl Salón de Plenos del Cabildo Insular de Gran Canaria está presidido por un hermoso mural de nuestro pintor más universal, Jesús Arencibia. Fue realizado en el año 1954 y está dividido en tres partes donde entremezcla escenas marineras y religiosas. En él destaca la figura humana, su recreación en las manos y pies de los modelos y su original visión de lo mundano y lo divino entremezclado. En las imágenes podemos ver un momento del trabajo del artista. Las fotografías pertenecen a la colección personal del artista y propiedad de su familia.
Este mural ha sido estudiado por la historiadora de arte Natalia Ferrando. Para acceder a la explicación de este Mural PINCHE AQUÍ.
lunes, 9 de abril de 2012
Recuerdo de una Semana Santa
Por: Sergio Naranjo |
Ostento, entre otros que también hubo, el honor de haber realizado el más ridículo papel en una representación de Semana Santa en La Milagrosa. Aquello fue antes de cuando mi prima Elsa me depiló la cara con Bunitex, allá que don Santiago el Nuevo ordenó aprovechar estos días de contrición y dolor para quitar de debajo de los santos los restos del primer altar que allí hubo, datado de antes de los años veinte y que estaban picados de polilla, amenazando las imágenes del Cristo crucificado y la Dolorosa. San Juan no tuvimos, ni falta que hizo aquel año, que con la inmejorable representación de un servidor, dimos a escenificar malamente algunas escenas de la Pasión, según San Juan y unas tres Marías que quita pallá, malajarrias del carajo, que nunca piensan cosa ninguna que valga la pena.
El primer acto fue a ser la Última Cena, puestos todos los muchachillos a trabajar, y a falta de pan apareció un vinillo de consagrar en aquel mueble, varias botellas cosecha de 1927. Poseída por la santidad de aquellas circunstancias, Elsa repitió la fórmula ritual a su manera, y retirada en sutil oración con una botella y compaña en lo alto de la tribuna, puso énfasis en aquello de “tomad y bebed todas de él”. Mal rayo las parta.
Dicen ellas que no fue sino un chupito de comunión, pero la cosa es que aquí se pasó al acto segundo, el abandono de todos los discípulos, porque en cuanto los demás vieron aquello salieron por patas y me dejaron solo con aquellas malintentás a quienes por otras cosas yo tendría que aguantar hasta el final del día.
El Vía Crucis fue a empezar justo por El Calvario, adonde llegamos a ver si la nariz de Teresa volvía a coger color de gente, pero visto que sus padres la podían divisar de Los Caideros se resolvió mudarnos hasta Los Espigones, en medio de aquella sucesión de risas al llanto, pasando por detrás de la calle. Ya en el sitio hubo que llegar a Las Camellas a ver si poníamos en la casa y con tino a Elsilia, que por entonces lloraba como no hubo Magdalena. Me tocó allí pronunciar una de las santas palabras, “mujer, aquí tiene a su hija”, y salir por patas sin más explicación. De allí llegamos al Palmito, así que dejamos a Teresa recomponer el resto del viaje, y vuelta al Pueblo, donde tuvo lugar la entrada triunfal en casa de mi tía Julia, con aquella jeringá, que tenía una zorimba encima como para caminar de lado.
Cuando todo estuvo cumplido, pidiendo perdón a Dios porque no sabía lo que hacía, entregué la custodia de mi prima y la dejé en soledad, la tarde entera llorando y yo esperando a que resucitara.
El primer acto fue a ser la Última Cena, puestos todos los muchachillos a trabajar, y a falta de pan apareció un vinillo de consagrar en aquel mueble, varias botellas cosecha de 1927. Poseída por la santidad de aquellas circunstancias, Elsa repitió la fórmula ritual a su manera, y retirada en sutil oración con una botella y compaña en lo alto de la tribuna, puso énfasis en aquello de “tomad y bebed todas de él”. Mal rayo las parta.
Dicen ellas que no fue sino un chupito de comunión, pero la cosa es que aquí se pasó al acto segundo, el abandono de todos los discípulos, porque en cuanto los demás vieron aquello salieron por patas y me dejaron solo con aquellas malintentás a quienes por otras cosas yo tendría que aguantar hasta el final del día.
El Vía Crucis fue a empezar justo por El Calvario, adonde llegamos a ver si la nariz de Teresa volvía a coger color de gente, pero visto que sus padres la podían divisar de Los Caideros se resolvió mudarnos hasta Los Espigones, en medio de aquella sucesión de risas al llanto, pasando por detrás de la calle. Ya en el sitio hubo que llegar a Las Camellas a ver si poníamos en la casa y con tino a Elsilia, que por entonces lloraba como no hubo Magdalena. Me tocó allí pronunciar una de las santas palabras, “mujer, aquí tiene a su hija”, y salir por patas sin más explicación. De allí llegamos al Palmito, así que dejamos a Teresa recomponer el resto del viaje, y vuelta al Pueblo, donde tuvo lugar la entrada triunfal en casa de mi tía Julia, con aquella jeringá, que tenía una zorimba encima como para caminar de lado.
Cuando todo estuvo cumplido, pidiendo perdón a Dios porque no sabía lo que hacía, entregué la custodia de mi prima y la dejé en soledad, la tarde entera llorando y yo esperando a que resucitara.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)