martes, 24 de agosto de 2010

La tienda de Carmelita "García"

En La Montañeta, años ha, no solo había tiendas de aceite y vinagre como la de Periquito Acosta, Prudencito o Isabelita la Barbera, sino que también había una tienda de ropa y artículos de regalo en la que, a pesar de sus reducidas dimensiones, se podía encontrar un vestido de la última moda, zapatos y hasta muebles. Carmelita "García" como se le conocía y se conoce a su dueña, por el apellido de su madre, Mariquita García la partera, era una comerciante que nunca se enriqueció con su negocio porque trataba de ayudar a los más desfavorecidos que hasta su tienda acudían a pedir la ropa del colegio, bragas o calzoncillos y hasta un sillón o un televisor porque el suyo ya estaba para el "desguase". Ella fue intermediaria entre las grandes tiendas de Triana de la época y algunas de las cuales todavía sobreviven como Arencibia, a donde los vecinos de Tamaraceite acudían con la autorización de ella para que comprasen "fiao" y poder ir pagándoselo poco a poco. Mucho fue el dinero que Carmelita tenía en la calle y mucho fue el que no volvió, porque la gente no tenía o, algunos, los menos, se hacían los "longuis" y dejaban de pagar. La tienda de Carmelita es recordada por muchos. Les dejo con una imágen de la época.

sábado, 14 de agosto de 2010

La cometa


Sergio Naranjo es un habitual de este blog y con sus recuerdos hace transportarnos a tiempos pasados que quizás, no fueron mejores que estos, pero sí igual de duros. Ilusiones de un niño de la época que trataba de construir con esfuerzo su artilugio volador que llamábamos cometa y poder echarla al viento, de papel de seda de colores y pequeñas tiras de madera que sólo aguantaba una "echada", como la de Sergio.


El día del Pino de 1973 fue el último de aquellos años en los que mi padre me llevaba a Teror caminando para la Fiesta por las mañanas y regresábamos pasado el ardiente mediodía, en medio de aquel paisaje que el cambio climático del año siguiente se llevó por delante. En el fondo de un barranco fue cuando mi padre me avisó de una cometa en lo alto del cielo, bellísima.

Resaltaba contra el cielo azul lechoso de aquel mediodía de septiembre su gama de colores que iban del rojo más intenso al verde más delicado, pasando por todos los amarillos. Era tal el garbo con que alguien la manejaba que parecía estar pegada al firmamento, sólo un leve movimiento se apreciaba en la grácil cola, larga y jalonada de pequeños trozos de papel graciosamente escogidos.

Fue tal la impresión que nada más llegar me puse a la tarea, que duró unos quince días en hacerse. El lugar escogido para el estreno fue la ladera que hay por debajo del Llanillo, hacia Lomo del Medio, terreno yermo de pastizales agotados por el verano en espera de las lluvias que reverdecieran el ambiente y los habituales rebaños de ovejas que aprovechaban el lugar. Tierra caliza, piconera, de pequeños guijarros apenas salpicados por matas de cerrillos secos y algunas gamonas. Hoy todo aquello se conoce como Área Recreativa San José del Álamo, está lleno de árboles, barbacoas y borrachos.

Fui en compañía de los habituales chiquillos de mi edad, que bajo la convincente promesa de una trompada se resignaron a verme ser el primero en echar la cometa, mientras ellos aguardaban su turno, a pesar de que alguno llegó a poner más material que yo para hacerla. Salí corriendo, jalando por aquella animalada que pesaba creo más que yo, tratando de poner en práctica nuestros rudimentos aeronáuticos, hasta que por fin, medio kilómetro más abajo, aquella monstruosidad se chocó con una corriente de aire en contra y se estampó contra el cielo.

Me pasó como al pintor que se agarra de la brocha cuando se cae del andamio, y no sé por qué me resultó imposible soltar el hilo carreto con el que sujetaba la cometa. De pronto me vi que los pies apenas rozaban el suelo con la punta y algunos pasos fueron en vacío, por unos momentos ingrávidos, hasta que lo mal que habíamos hecho el invento quebró, se oyó un chasquido y en esto la gravedad asomó de repente y yo me pegué un zarpazo que las ovejas de Remigio estuvieron mucho tiempo celebrando.

Adiós, gama de colores verde oscuro y marrón de un saco de papel de piensos Biona; cola larga jalonada de tablillas procedentes unas cajas de conserva de aquellas de Conchita Cuban Guayaba Paste; pérfidas cañas que no soportaron el empuje del viento; y adiós piloto de mala muerte, que aparte de las risas inmisericordes de los otros chiquillos, al menos tuve los reflejos de evitar que después del talegazo me cayera la maldita cometa encima.