En la imagen de los años 60 de Jaime O`Shanahan podemos ver un momento del transplante de un drago de la Cuesta Blanca hasta el Paseo de Chil en Las Palmas de GC. Nuestro pueblo de Tamaraceite es uno de los pocos reductos donde todavía quedan dragos en estado "salvaje". Rafael Serafín Almeida Pérez descubrió en lo que conocemos como el Dragonal, enfrente de la rotonda del Lomo Los Frailes, una variedad única en el mundo de drago. Jaime O'Shanahan donó a la ULPGC parte de su biblioteca y su archivo fotográfico, compuesto por varios miles de diapositivas, negativos y fotografías en papel realizados enlos últimos sesenta años y que permiten conocer la historia agronómica, forestal y botánica de Gran Canaria en este período. Entre sus imágenes destacan la creación del Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo, la desaparición del barranco del Guiniguada bajo el asfalto, o los viajesdel autor a la Guinea Ecuatorial española y al Mozambique precolonial, entre otros.Su biblioteca está centrada fundamentalmente en temas de agricultura, biología, ganadería y ciencias naturales, y cuenta con un significativo corpus de libros y revistas canarias.
viernes, 30 de octubre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
En busca del agua...
Ya nos hemos olvidado de los apuros que se pasaban para tener y conseguir el agua no hace muchos años. Hace no muchos años, cuando lo de las potabilizadoras era algo impensable todavía, la gente hacía "filigranas" por cuidar y no malgastar el agua. La ciudad empezó a crecer y el agua no daba para todos. Las azoteas se llenaron de bidones de uralita para poder almacenarla y no pasar penurias. Pero todavía si nos remontamos unos años más atrás, hace unos 50 ó 60, nuestros padres y abuelos tenían que acudir al Pilar a buscar el agua para bañarse o hacer la comida, ya que no había agua corriente. No se cuestionaban si tenía boro o si era apta para el consumo o no. Lo que sí que está claro es que tenía otro sabor, diferente al de ahora.
El grifo del Pilar se abría más o menos a las 7 de la mañana y el horario de cierre era más o menos las 4 de la tarde.
Antes de existir el Pilar la gente tenía que ir a buscar el agua al barranco donde también iban a lavar la ropa.
El agua se transportaba de una manera muy peculiar, según fuese hombre o mujer. Las mujeres se ponían un trapo viejo, toalla o manta en la cabeza que se denominaba “ruedo” y que servía para llevar el cacharro. El ruedo también se utilizaba para llevar la compra, los lavados, etc.
Los hombres iban a buscar el agua con “ganchos”, que era una madera gruesa con un cerco en los extremos donde se le ponía una cuerda o verguillas y ahí colgaban los ganchos que servían para llevar los cacharros. Los más pudientes en vez de verguilla o cuerda le ponían cadenas.
La gente se levantaba a las 6 de la mañana para poner el cacharro en fila. Generalmente se ponían los cacharros más viejos y agujereados que luego se cambiaban por los “nuevos”, por decir algo. Estos cacharros eran de pintura, de aceitunas o de petróleo. Cuando se iban rompiendo se les ponía jabón para que no se saliese el agua. La cola para coger el agua era muy importante. Se utilizaba esta agua para la comida, para regar las flores y para ducharse, una vez a la semana con jaboncillo la cabeza y el resto del cuerpo con jabón suasto y estropajo. Antes se cocinaba con bostas de vaca, tabaibas, leña o brasero y el agua, sobre todo en invierno, se calentaba para no coger una “pulmonía”. Los que iban a buscar baldes pequeños no se ponían en fila. Los cacharros se tapaban con hojas de “capa de la reina”. Los guardias eran los encargados de guardar el orden ya que había muchas peleas y discusiones.
El Pilar fue fiel testigo de las desigualdades sociales de nuestros pueblos, entre la gente de la ciudad y la gente de los barrios. No se veía a nadie de la "nobleza" llenando los baldes en el Pilar. Solían darle una “propinilla” a los chiquillos por llevarle un balde de agua (7 perras y media ó 1 peseta). También había mucha gente que tenía aljibes y que vendían el agua a 2 perras o 1 real el balde.
Aparte de un punto de visita obligado para los habitantes de nuestros barrios, el Pilar era también punto de encuentro, charla y entretenimiento. Allí iba gente de todos los lugares del pueblo o de los barrios.
Espero que esta peqeña historia que me contaron, que fue tan real como la vida misma y que yo le cuento a mis alumnos cuando hablamos del agua en Canarias, nos sirva para concienciarnos de que el agua es un bien muy preciado y que no hay que malgastarlo.
El grifo del Pilar se abría más o menos a las 7 de la mañana y el horario de cierre era más o menos las 4 de la tarde.
Antes de existir el Pilar la gente tenía que ir a buscar el agua al barranco donde también iban a lavar la ropa.
El agua se transportaba de una manera muy peculiar, según fuese hombre o mujer. Las mujeres se ponían un trapo viejo, toalla o manta en la cabeza que se denominaba “ruedo” y que servía para llevar el cacharro. El ruedo también se utilizaba para llevar la compra, los lavados, etc.
Los hombres iban a buscar el agua con “ganchos”, que era una madera gruesa con un cerco en los extremos donde se le ponía una cuerda o verguillas y ahí colgaban los ganchos que servían para llevar los cacharros. Los más pudientes en vez de verguilla o cuerda le ponían cadenas.
La gente se levantaba a las 6 de la mañana para poner el cacharro en fila. Generalmente se ponían los cacharros más viejos y agujereados que luego se cambiaban por los “nuevos”, por decir algo. Estos cacharros eran de pintura, de aceitunas o de petróleo. Cuando se iban rompiendo se les ponía jabón para que no se saliese el agua. La cola para coger el agua era muy importante. Se utilizaba esta agua para la comida, para regar las flores y para ducharse, una vez a la semana con jaboncillo la cabeza y el resto del cuerpo con jabón suasto y estropajo. Antes se cocinaba con bostas de vaca, tabaibas, leña o brasero y el agua, sobre todo en invierno, se calentaba para no coger una “pulmonía”. Los que iban a buscar baldes pequeños no se ponían en fila. Los cacharros se tapaban con hojas de “capa de la reina”. Los guardias eran los encargados de guardar el orden ya que había muchas peleas y discusiones.
El Pilar fue fiel testigo de las desigualdades sociales de nuestros pueblos, entre la gente de la ciudad y la gente de los barrios. No se veía a nadie de la "nobleza" llenando los baldes en el Pilar. Solían darle una “propinilla” a los chiquillos por llevarle un balde de agua (7 perras y media ó 1 peseta). También había mucha gente que tenía aljibes y que vendían el agua a 2 perras o 1 real el balde.
Aparte de un punto de visita obligado para los habitantes de nuestros barrios, el Pilar era también punto de encuentro, charla y entretenimiento. Allí iba gente de todos los lugares del pueblo o de los barrios.
Espero que esta peqeña historia que me contaron, que fue tan real como la vida misma y que yo le cuento a mis alumnos cuando hablamos del agua en Canarias, nos sirva para concienciarnos de que el agua es un bien muy preciado y que no hay que malgastarlo.
viernes, 9 de octubre de 2009
Policía local de ayer y de hoy
Yo, aún recuerdo a la policía local de Tamaraceite, cuando pertenecía al cuartelillo de Tamaraceite, y eran conocidos por todos los que por aquí habitaban. ¿Usted conoce el nombre de su policía de barrio? Seguro que no, y si lo conoce es un afortunado. Echo de menos cuando antiguamente uno llamaba a la policía local y enseguida estaban en el lugar de los hechos, y eso que no tenían grandes coches como ahora, y muchas veces venían caminando o corriendo. No había ni un borracho en la calle, ni pedigueños, ni sinvergüenzas que estuvieran tirados en la calle esperando hacer la suya. Cuando la gente salía en carnaval, siempre se iba con el miedo en el cuerpo por si aparecían los guardias. Apenas se oía un coche todo el mundo desaparecía hasta que pasara. Los guardias, Juan Vargas y Juanito el de San Lorenzo, se paseaban ropa en mano por el callejón y si veían a alguna mascarita las podían llevar al cuartelillo. Había otros guardias como Antonio el de El Zardo que hacían la vista gorda. Lo que sí que no permitía ninguno era ver mascaritas por la carretera. No pretendo que el tiempo vuelva atrás, pero sí aprender de aquellos agentes de antes para que podamos vivir un poquito mejor.
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