La Navidad de hace cincuenta o sesenta años se celebraba cantando villancicos, se realizaban comedias y como no, la “misa del gallo”. Desde un día antes se preparaban las truchas, cuando se podía, y la alegría era enorme por poder echarse algo a la boca.Todo era diferente a lo de ahora ya que no había turrones que eran sustituidos por “pellas de gofio”. Cuando llegaba el fin de año, era un día normal que no se solía celebrar. Más adelante con el paso de los años y siempre que fueses mayor de 18 años, podías ir a la Sociedad ya que si eras menor no te dejaban pasar. Fefina pasaba esas horas asomada a la ventana de casa de su hermana en la carretera, viendo a la gente que entraba y salía de la Sociedad.
Manuel Santana, “Cazuela”, nos contó cuando aún vivía, de la noche de Reyes de cuando no tenía más de 10 años, cuando le ponían una bolsita con pasas, chufas y otras cosas porque era gente pobre y no tenían para más. Al acabar la Guerra Civil y cuando España no había salido del bache económico, nos decía Manuel que le “echaban” un pantalón y una blusa ya que el dinero no se lo podían gastar en juguetes.
También el día de Reyes había distinción entre los niños de la Carretera y los de la Montañeta ya que los primeros alcanzaban a tener una patineta o bicicleta mientras que los otros, como mucho, alcanzaban golosinas, una muñeca de trapo o una “rasqueta”, de esas que dan vueltas y hacen ruido y con la que se recorría toda la Montañeta.
El niño de esta época, como Pepe Lezcano, esperaba el día de reyes con ilusión, aunque esta ilusión se transformaba en decepción y lágrimas al ver que otros tenían regalos y a él no le llegaba nada.
Pero juguetes tenían todo el año, carretones, tiraderas, trompos y boliches. Había un señor, Agustín Núñez, “el abuelo”, que tenía al pueblo surtido de carretones que tenían chasis, guardabarros de lata, dirección, etc. y estaba preparado para las carreras.
El balón era otro de los juguetes preferidos para jugar en la plaza, la carretera o alguno de los muchos estanques que por aquí había. Aprovechando los charcos hacían barcos de lata al que le ponían una vela o el tronco de una palma.
También se usaba el “caballito” que consistía en una caña con un hilo amarrado por las piernas, el que lo llevaba se daba un par de “tortas en el culo” y salía corriendo. Para frenar imitaban un relincho y hasta dejaban el caballo amarrado.
De todos modos, la ilusión siempre estaba presente, los zapatos nunca dejaban de ponerse, aún a sabiendas que los Reyes no “pasaban”. Esta era una época en que no se “pedía” sino que se recibía con alegría lo poco que les llegaba.
Manuel Santana, “Cazuela”, nos contó cuando aún vivía, de la noche de Reyes de cuando no tenía más de 10 años, cuando le ponían una bolsita con pasas, chufas y otras cosas porque era gente pobre y no tenían para más. Al acabar la Guerra Civil y cuando España no había salido del bache económico, nos decía Manuel que le “echaban” un pantalón y una blusa ya que el dinero no se lo podían gastar en juguetes.
También el día de Reyes había distinción entre los niños de la Carretera y los de la Montañeta ya que los primeros alcanzaban a tener una patineta o bicicleta mientras que los otros, como mucho, alcanzaban golosinas, una muñeca de trapo o una “rasqueta”, de esas que dan vueltas y hacen ruido y con la que se recorría toda la Montañeta.
El niño de esta época, como Pepe Lezcano, esperaba el día de reyes con ilusión, aunque esta ilusión se transformaba en decepción y lágrimas al ver que otros tenían regalos y a él no le llegaba nada.
Pero juguetes tenían todo el año, carretones, tiraderas, trompos y boliches. Había un señor, Agustín Núñez, “el abuelo”, que tenía al pueblo surtido de carretones que tenían chasis, guardabarros de lata, dirección, etc. y estaba preparado para las carreras.
El balón era otro de los juguetes preferidos para jugar en la plaza, la carretera o alguno de los muchos estanques que por aquí había. Aprovechando los charcos hacían barcos de lata al que le ponían una vela o el tronco de una palma.
También se usaba el “caballito” que consistía en una caña con un hilo amarrado por las piernas, el que lo llevaba se daba un par de “tortas en el culo” y salía corriendo. Para frenar imitaban un relincho y hasta dejaban el caballo amarrado.
De todos modos, la ilusión siempre estaba presente, los zapatos nunca dejaban de ponerse, aún a sabiendas que los Reyes no “pasaban”. Esta era una época en que no se “pedía” sino que se recibía con alegría lo poco que les llegaba.
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