Fabio García Saleh, profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, irrumpe en el panorama literario con El banquete de las brujas (Editorial Almuzara), una novela que fusiona arte, historia, mitología y esoterismo. Pero el verdadero motor de la obra es una urgente reivindicación: rescatar del olvido a Jesús Arencibia, pintor tamaraceitero monumental y muralista de profunda sensibilidad.
La historia arranca con la llegada de un joven arquitecto madrileño, de origen isleño, que regresa a Gran Canaria en busca de sus raíces. En el avión conoce a Rafael, un anciano culto y en las primeras fases del alzhéimer, que le revela un sorprendente secreto: los murales de Jesús Arencibia, pintados en iglesias y espacios públicos durante la dictadura, contienen mensajes cifrados y símbolos heréticos entre escenas aparentemente costumbristas. A partir de ese momento, ambos se embarcan en una búsqueda que transforma la isla en un tablero de enigmas, donde paganismo y cristianismo, tradición y ocultismo, se entrelazan bajo las capas del tiempo.
Pocos vecinos de Tamaraceite son conscientes del valioso patrimonio natural, urbano y artístico que les rodea. En medio del crecimiento urbano acelerado y los cambios sociales, muchos de los elementos que definieron la identidad del barrio han quedado relegados al olvido o apenas reconocidos. Sin embargo, entre sus calles aún resisten testimonios de una época donde la arquitectura, el arte y la vida cotidiana se entrelazaban con singular armonía. Recuperar esa memoria no es solo un acto cultural, sino también un ejercicio de dignidad colectiva que tratan de recuperar algunos vecinos que incluso se han alineado en asociaciones culturales y de defensa del patrimonio como Tasate o La Periferia.
En el corazón de Tamaraceite, una joya de la arquitectura moderna permanece en pie como testimonio de una época vibrante y de una visión artística adelantada a su tiempo. Se trata del edificio diseñado por el insigne arquitecto Miguel Martín‑Fernández de la Torre (Las Palmas, 1894 – 1980), considerado el mejor representante del racionalismo arquitectónico en Canarias y figura clave en el desarrollo urbanístico de Las Palmas de Gran Canaria.
Tras obtener su título en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1920, regresó en 1922 a su ciudad natal. Aquí inició su carrera, colaborando inicialmente con su antiguo profesor Secundino Zuazo y proyectando infraestructuras públicas fundamentales, como el edificio del Cabildo de Gran Canaria (1932), el Instituto Nacional de Previsión y el Cine Cuyás.
Corría el año 1965 cuando el pintor de Tamaraceite, Jesús Arencibia, encargó a Miguel Martín, hermano del pintor simbolista Néstor Martín Fernández de la Torre, el diseño de un edificio para su vieja casa familiar, situado en la confluencia de la Calle Doctor Medina Nebot y la Carretera del Norte C‑813, frente al antiguo Ayuntamiento de San Lorenzo y el Cine Galdós. La casa estaba situada en un lugar estratégico del Tamaraceite de los años 60, ya que era el núcleo principal administrativo, económico y cultural del pueblo. El resultado fue una construcción de tres plantas que, durante años, albergó negocios emblemáticos como el Estudio Fotográfico Paco Vargas, donde muchos de los chiquillos y mayores nos hicimos nuestras primeras fotografías de carnet y de estudio, pero también en la subida estuvo la querida Heladería de Verdú, a donde acudíamos sobre todo los más pequeños a tomar un helado en el descanso de las proyecciones cinematográficas.
Este edificio, hoy rehabilitado, casi ha perdido su esencia modernista, un edificio que destacaba no solo por su valor arquitectónico, sino por su conexión con uno de los proyectos más ambiciosos y coherentes de la arquitectura canaria del siglo XX. La trayectoria de Miguel Martín-Fernández de la Torre, además de racionalista, se diversificó tras la Guerra Civil hacia el estilo autárquico y el neo‑canario, en obras como el Parador de Tejeda, la Casa de Turismo del Parque de Santa Catalina e incluso el emblemático Pueblo Canario, en colaboración con su hermano Néstor, todas ellas con una clara vocación de realzar lo canario como reclamo cultural y turístico.
Un hito decisivo para la preservación de todo este legado fue la donación del archivo profesional de Miguel a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Con más de mil proyectos digitalizados disponibles en el portal Memoria Digital de Canarias, se pueden consultar los planos originales de este edificio de Tamaraceite, así como de otras obras públicas, urbanísticas y privadas.
Este edificio olvidado es un legado del talento de Miguel Martín‑Fernández de la Torre, su compromiso con el racionalismo y el regionalismo canario, y su capacidad de entrelazar arquitectura, espacio urbano y vida comunitaria. Un símbolo vivo del esplendor cultural de los años 60 en Las Palmas de Gran Canaria que muchos ni conocen y que merece ser estudiado y valorado.
En Tamaraceite, justo en la trasera de la Carretera General, desde la Calle David hasta la Calle Melchor, yace un espacio que debería haber sido transformado en el prometido Corredor Verde por aquello de las compensaciones. Sin embargo, lo que encontramos hoy en día no es más que un vertedero improvisado, un reflejo del olvido y la desidia de las distintas corporaciones que han pasado sin priorizar esta necesidad.
Durante años, los vecinos de la zona hemos sido testigos de cómo proyectos más grises y artificiales se han materializado con rapidez, mientras el Corredor Verde sigue siendo una simple promesa sin cumplir. Parques como el de Los Alisios, con más cemento que áreas verdes, o los campos de fútbol de La Suerte, donde el único verde visible es el del césped artificial, han sido impulsados y finalizados sin problema alguno. Sin embargo, cuando se trata de un espacio verdaderamente natural, que beneficie tanto al medio ambiente como a la comunidad, las excusas se acumulan y la inacción es la norma.
Pero el Corredor Verde no es el único ejemplo del desprecio hacia la naturaleza en nuestro distrito. Las Charcas de San Lorenzo, que conforma parte del paisaje natural protegido de Pino Santo, sufre la misma suerte. Este enclave, con un inmenso valor ecológico, sigue esperando la atención y protección que merece. En lugar de potenciar su conservación y desarrollo como un espacio de interés ambiental y turístico, sigue relegado al olvido, acumulando abandono y desinterés institucional. A pesar de las repetidas solicitudes por parte de los vecinos, las autoridades locales, tanto el Cabildo como el Ayuntamiento, no tienen intención de implementar un plan de conservación adecuado mientras se gastan millones en otros proyectos, a los que no restamos importancia, pero ya tenemos la mosca detrás de la oreja porque salvo algunas acciones muy concretas hace muchos años, parece que la intención es dejarlo morir.
La Ley de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad en España establece la protección de los espacios naturales y la fauna que los habita. Esta ley ofrece un marco legal sólido para la conservación de Las Charcas de San Lorenzo. Además, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, especialmente el ODS 15 (Vida de Ecosistemas Terrestres) y el ODS 11 (Ciudades y Comunidades Sostenibles), subrayan la importancia de proteger y restaurar los ecosistemas terrestres y de crear comunidades sostenibles y resilientes.
Las corporaciones municipales e insulares han ignorado sistemáticamente la importancia de estos espacios, priorizando proyectos que responden más a intereses económicos que a las necesidades de los vecinos. Sin embargo, no podemos permitir que estos proyectos queden en el cajón de las promesas incumplidas. El Corredor Verde y Las Charcas de San Lorenzo deben ser rescatados del olvido y convertidos en los espacios naturales que nuestro barrio necesita.
Días atrás se manifestaron cientos de vecinos en la puerta del Centro Sociocultural Jesús Arencibia que continúa cerrado a cal y canto y lo que se inauguró hace dos años, justo para las pasadas elecciones, a bombo y platillo, se cerró al mes y sin fecha de apertura.
Es momento de exigir a las autoridades que cumplan con su palabra, que apuesten por la cultura, la sostenibilidad y el bienestar de la ciudadanía, y que devuelvan a estos espacios la vida y el valor que merecen. Tamaraceite no necesita más cemento, necesita cultura, verde, sombra, biodiversidad y respeto por su entorno natural. No solo viviendas y más viviendas sin servicios para los nuevos vecinos que al final solo se ven abocados a ir a los centros comerciales ya que no hay otros lugares de ocio y esparcimiento en la zona.
Sabemos que es imposible volver a recuperar el Tamaraceite de antaño, con estanques llenos de agua, plataneras y cultivos. Donde la gente iba al Cine Galdós, a la Sociedad o a la Plaza. Tiempos pasados que no volverán, ni lo pretendemos. Pero como decía el poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson: "La tierra ríe en flores". Permitamos que nuestro barrio sonría nuevamente, devolviéndole su verdor, su frescura y su esencia natural.